Zumzeig: una cooperativa de película
Uno de los espacios emblemáticos de los cinéfilos de Barcelona se apunta a la economía social
Yonay Boix y Javier Rueda, en el espacio Zumzeig. FOTO: ANDREA BOSCH
El Zumzeig es un espacio tan de ensueño para los cinéfilos de Barcelona —proyecta sólo cine independiente y de autor, con una reivindicación del valor social y cultural del cine en las antípodas de la visión de mercancía, y hasta con centro social que en realidad es un bistró afrancesado— que cuando arrancó, a finales de 2013, muchos se pellizcaban: obviamente, esto no puede durar. Tres años después no sólo dura, sino que acaba de transformarse en una cooperativa. ¿Dos pellizcos?
El milagro tiene que ver en parte con el origen pseudofilantrópico del proyecto, inconcebible sin su fundador, Esteban Bernatas, un francés que vivió en Barcelona y que lo puso en pie aportando su propio patrimonio: unos bajos en el barrio de Sants que acondicionó con mucho esmero, con aires parisinos y una sala para cinéfilos gourmet, con 73 butacas y proyector digital, pero también en 35 mm, para el pase de películas imposibles de encontrar en el circuito comercial, siempre en versión original y en ocasiones complementadas con debates con directores y actores.
Por razones personales, Bernatas regresó a París, pero antes quiso asegurar la continuidad del proyecto: el pasado abril reunió a algunos de los más entusiastas del Zumzeig y les propuso que crearan una cooperativa para gestionar el espacio. Dicho y hecho: a la vuelta del verano, con la ayuda de Barcelona Activa y la Federació de Cooperatives de Treball de Catalunya, se constituyó la cooperativa, se lanzó una campaña de micromecenazgo que recogió 21.000 euros (en treinta horas se cubrieron los 10.000 euros solicitados) y el 4 de noviembre se reestrenaba el espacio, ya cooperativizado.
“Este proyecto no puede perder dinero, pero no es tanto un negocio como una recuperación del valor social del cine, y la lógica llevaba a pasar de sociedad mercantil a cooperativa”, explica Javier Rueda, productor y cineasta de treinta y cuatro años y uno de los seis socios. Otro es Yonay Boix, cineasta de treinta y dos años que ha dirigido ya dos películas —Amanecidos y Las aventuras de Lili Ojos de Gato—, quien añade: “Esto es una okupación legal de un espacio al servicio de la cultura, de la gente y del barrio”.
“Queremos recuperar lo que antes suponía ir al cine. Ahora en general pagas una entrada, ves la película y te vas. En cambio, el cine es un medio para encontrarse con gente, pensar, debatir y compartir, también alrededor de una mesa”, explica con entusiasmo Rueda, quien concluye: “El cine es un hecho cultural y no un mero producto de mercado”.
FINANCIACIÓN
Como la inversión en el espacio ya estaba hecha y el alquiler es simbólico —de ahí el componente filantrópico del fundador, Esteban Bernatas—, los nuevos gestores estiman que las necesidades económicas para el funcionamiento ordinario rondan los 100.000 euros al año, una cantidad que consideran asumible con aportaciones de la masa social, la taquilla, el restaurante y fórmulas de patrocinio.
El propio fundador de la empresa impulsó su cooperativización
La nueva etapa arranca con seis socios de trabajo y 240 ‘amigos’
Ahora mismo hay un torrente de ideas en evaluación, pero el arranque ha sido especialmente prometedor no sólo por el éxito de la campaña de micromecenazgo, sino también porque se han incorporado 19 socios-colaboradores (aportan 250 euros y suman el 40% de los votos en la Asamblea General) y 240 usuarios amigos, que pagan 50 euros al año por formar parte de la comunidad y beneficiarse de actividades específicas y descuentos.
En Santiago de Compostela, los impulsores del Numax ya han demostrado que la fórmula cooperativa puede casar muy bien con las salas de cine que aspiran a algo más que pasar películas y colocar palomitas. El Numax se inspiró en el primer Zumzeig y ahora éste le sigue los pasos en la cooperativización. ¿Y si esta película de visos tan alternativos resulta que acaba tan bien como las de Hollywood?