Democratizar la economía
El debate que se está registrando en Estados Unidos y Reino Unido impulsado por los demócratas y laboristas, respectivamente, sobre la insostenibilidad del capitalismo ha adquirido cada vez más relevancia. Los senadores demócratas, candidatos a la presidencia de Estados Unidos, propugnan la participación de los trabajadores en los consejos de administración y en el capital de las compañías y una profunda reforma fiscal intensamente progresista.
Estos planteamientos han provocado importantes respuestas como la de la Roundtable Business, influyente asociación que agrupa a los máximos directivos de las principales corporaciones estadounidenses (Apple, Amazon, ATT, IBM, BlackRock, Goldman Sachs, JP Morgan y Bank of America, entre otras). Estos ejecutivos propugnan ahora sustituir el principio que prioriza la obtención de beneficios como único objetivo que han estado defendiendo durante las últimas décadas. Los directivos consideran necesario ampliar los objetivos e incluir a los clientes, trabajadores, proveedores, la protección del medio ambiente y el apoyo a la comunidad en que se desenvuelven.
Entre los nuevos objetivos figuran “compensar justamente a los trabajadores”, “tratar justa y éticamente a los proveedores” y “proteger el medio ambiente acogiendo prácticas sostenibles”.
Otra iniciativa impulsada por los americanos superricos propone implantar impuestos específicos para gravar la riqueza de los más poderosos. Al mismo tiempo, destacadas universidades sugieren que las empresas deberían establecer en una página cuáles son sus verdaderos propósitos. Lo cierto es que en Estados Unidos y Europa se han publicado más de 300 libros sobre el futuro del capitalismo. Y los periódicos más influyentes del mundo empresarial como Financial Times, incluyen reiterados editoriales sobre el capitalismo responsable.
Los excesos del capitalismo se han visibilizado por los abusos de la explotación del planeta a costa de la destrucción del medio ambiente y un aumento de la desigualdad que ha perjudicado seriamente la vida de las personas y de la economía.
Durante la última década se han producido ciertas respuestas a esta dinámica de deterioro social. En 2010 surgió en Viena el movimiento La Economía del Bien Común, impulsada por Christian Felber. Su propuesta es que se diferencia de que el capitalismo persigue el beneficio financiero se trata de lograr “la aportación más grande al bienestar”. Felber sostiene: “la actual forma de la economía, la economía de mercado capitalista, ha creado un peligroso escenario de crisis, burbujas económica, desempleo, repartos desiguales, crisis climáticas y de energía, hambrunas, crisis de consumo, de identidad y de la democracia”.
A La Economía del Bien Común ya se han adherido centenares de empresas en Austria y Alemania que tratan de reducir las desigualdades por decisión democrática. Por ejemplo, los ingresos máximos de los sueldos se limitan a 10 veces el salario mínimo; los bienes privados a 10 millones de euros y las donaciones y herencias a 500.000 euros por persona.
Todo este debate nos lleva a las reflexiones que fundamentaron el nacimiento de la economía social (cooperativas, mutualidades, asociaciones, fundaciones y sociedades sin fines de lucro) hace más de 175 años. No se trata de una utopía, sino de una realidad muy viva tanto en Europa como en Estados Unidos. En la Unión Europea hay 2,8 millones de empresas y entidades de la economía social que emplean a 13,6 millones de personas y representan el 8% del PIB de la Unión.
Los principios y características de la economía social están inspirados en buena parte en los valores del cooperativismo. El aspecto más relevante es que son organizaciones de personas y no de capital. Por esta razón, hay una primacía de los trabajadores y del objeto social sobre el capital, una gobernanza democrática, la reinversión de la mayoría de los beneficios que se destinan a los intereses de los miembros y del interés general. El aspecto esencial es que hay un enfoque moral de la economía.
Estos principios van a adquirir cada vez más relevancia. Hacer frente a cuestiones como el cambio climático exigirán a las empresas la adopción de autolimitaciones de carácter voluntario que son mucho más factibles en sociedades guiadas por principios morales que las que persiguen el beneficio a cualquier precio.
Es necesario que los Gobiernos democráticos adopten medidas de apoyo explícito a la economía social. En nuestro país se ha producido todo lo contrario. Por ejemplo, se han liquidado las cajas de ahorros en beneficio del oligopolio bancario, que ha merecido más condenas de los tribunales de toda la historia. Las cajas, a pesar de sus graves fallos de gobernanza, eran perfectamente reconducibles a los fines sociales de sus orígenes en lugar de haber optado por su eliminación, al obligarles a unas exigencias de capital superiores. a la banca
Los académicos, políticos y empresarios que quieren refundar el capitalismo tienen en la economía social muchas ideas en las que inspirarse. Son los mejores valores para lograr una economía más democrática, más equitativa, más sostenible y en definitiva y más justa. La tarea más urgente es redefinir el tamaño de las finanzas de acuerdo con las necesidades de la economía. Los desmanes de las entidades financieras han sido los principales causantes de la última crisis, provocando unos drásticos recortes sociales que en España han supuesto 34.753 millones de euros.
Hay que huir del debate teórico y plantear medidas concretas por parte de los gobiernos a todos los niveles (estatal, autonómico y local) para exigir una democratización de la economía, un enfoque que implicará sin duda un mayor reconocimiento de la economía social, los sindicatos y las asociaciones de consumidores.