Federalismo contra independencia
Cuesta trabajo admitir que con los dramáticos problemas que padecen millones de personas en este país -el paro, la pobreza, el deterioro de las condiciones de vida y las angustiosas necesidades de vivienda, por citar sólo algunos- la agenda política esté marcada por el debate de la independencia de Catalunya. Resulta sinceramente increíble pensar que estos graves desafíos que requieren soluciones muy complejas y la participación de muchas administraciones puedan encontrar soluciones milagrosas con la independencia.
Pero la realidad es que el desafío secesionista se ha convertido en uno de los retos más serios para España, tanto para su sociedad como para la economía. Los desaires y la abulia del Gobierno de Mariano Rajoy ante un conflicto que se ha exacerbado durante su mandato han suministrado una munición fundamental para reforzar las distintas corrientes del movimiento independentista. La obstinación que ha mostrado el presidente de la Generalitat, Artur Mas, impulsando con todo el aparato de su Gobierno las movilizaciones secesionistas, ha sido, sin duda, uno de los agravantes más serios del contencioso.
Es difícil de comprender que el hombre que está al frente de un partido conservador como Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), cuya fuerza se ha labrado siguiendo una trayectoria de moderación, diálogo y seny, rechace frontalmente participar en la reforma de la Constitución. Una Constitución a la que su partido aportó uno de los ponentes más destacados.
Los acontecimientos se han precipitado y ya estamos en puertas de las elecciones del 27 de septiembre. Llegamos a ellas con una sociedad catalana crecientemente dividida y un deterioro cada vez mayor de las relaciones entre Catalunya y el resto de España. Ninguna de las encuestas de opinión y análisis realizadas pronostica un mejor esclarecimiento del panorama tras los comicios. En cambio, todo parece indicar que es bastante probable que el resultado del procés deje unas cicatrices que no sean fáciles de curar.
La sociedad catalana es una sociedad moderna con un número creciente de ciudadanos que comparten más de una identidad. Se puede compartir la identidad catalana y española, pero también cada vez hay más personas de países europeos, africanos o latinoamericanos que, sin renunciar a sus raíces, se sienten también catalanas y españolas. En una sociedad en la que cada día son más frecuentes las personas con identidades plurales, no tiene justificación forzarlas a definirse por una sola identidad.
Es cierto que existen determinados problemas territoriales. Los países más avanzados han resuelto las diferencias territoriales con estructuras federales. Existen formas muy variadas, desde confederaciones como la suiza hasta estructuras federales más modernas como Alemania.
Además, en el caso de España, en contra de lo que se pueda pensar, las diferencias de riqueza entre las distintas regiones son menores que las que existen en numerosos países europeos como Bélgica, República Checa, Alemania, Francia, Italia, Holanda, Rumanía, Eslovaquia, Suecia y Reino Unido. Realmente, resulta difícil pensar que no puede existir una fórmula de acuerdo en un marco federal en que se puedan sentir cómodos todos los ciudadanos.
En relación con las diferencias regionales, el reciente libro de Josep Borrell y Joan Llorach (véase 'Las cuentas míticas de la Catalunya independiente') ha demostrado la falsedad de muchos argumentos que han pretendido justificar un supuesto “expolio fiscal de Catalunya”. Los supuestos 16.000 millones de euros de saldo fiscal han quedado reducidos realmente a una quinta parte.
Resulta difícil imaginar que Catalunya, que ha sido uno de los países con más conciencia y vocación europea, se pudiera quedar fuera del proyecto europeo. Más difícil resulta todavía pensar en el desarrollo del proyecto europeo, en el que además de compartir moneda, limitaciones presupuestarias, y una legislación impresionante, cada vez se produce una mayor aproximación entre países. No es razonable pensar que se busque estrechar lazos con países alejados y de culturas muy distintas, como los Estados bálticos, y querer distanciarse de las regiones españolas, con las que existen numerosos lazos personales, culturales y económicos.
En el campo de la economía, el movimiento secesionista va directamente en contra de la marcha de la historia. Nunca las empresas catalanas -grandes, medianas y pequeñas- se habían españolizado tanto como en los últimos años. Para ellas ha sido una gran suerte contar con un campo de expansión tan próximo. Sólo hay que pensar en las grandes corporaciones de finanzas, edición, farmacia, energía, alimentación, servicios y otros tantos sectores. Lo mismo puede decirse de la penetración de las empresas españolas en Catalunya. Sin duda, la elección del momento para la separación no es el más oportuno.
No es extraño que los analistas internacionales que observan los acontecimientos con más imparcialidad sigan sin vislumbrar la independencia como una posible realidad. La realidad de verdad es la del primer párrafo, lo que pueda ocurrir con el euro, con China y, sobre todo, con millones de inmigrantes. Esto sí que son problemas que requieren todas nuestras energías.