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La banca debe pagar

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Septiembre 2018 / 61

El impuesto a la banca que provoca tanto furor a los banqueros no es una inquina contra las entidades financieras del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ni siquiera de la Ejecutiva socialista ni de Podemos. En realidad, esta iniciativa fue una recomendación del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el clima de zozobra que vivía el capitalismo tras el estallido de la Gran Recesión de 2008. 

Dos años después, el FMI elaboró un informe sobre las obligaciones de la banca para resarcir los daños que había causado. El documento fue analizado por los líderes del G-20 en Toronto (Canadá) en junio de 2010. El Fondo planteó “cómo el sector financiero podría hacer una justa y sustancial contribución para pagar los costes de las intervenciones gubernamentales que se realizaron para reparar el sistema bancario”. Entre sus recomendaciones figuraba el establecimiento de impuestos a la banca para compensar las ayudas prometidas que superaban el 25% del PIB mundial.

La filosofía del FMI de que la banca tiene que contribuir a subsanar los daños causados y eliminar las malas prácticas no es un asunto de aquellos momentos de pánico, sino que está plenamente en vigor.
En 2017 el Gobierno de centro derecha de Australia aprobó un impuesto a las entidades financieras “para que los bancos hagan una contribución al riesgo sistémico que ellos generan”. El Gobierno pensaba obtener entre 1.500 y 1.600 millones de dólares australianos anuales (940 - 1.000 millones de euros). Para reforzar sus argumentos las autoridades recordaron que los grandes bancos se beneficiaban de la percepción existente de que en caso de crisis el Gobierno siempre los rescataría.

Esta garantía del Estado implica la existencia de un subsidio público implícito que oscila entre 1.800 y 3.750 millones de dólares al año, según calculó la Reserva Federal de Australia, un subsidio público que disfrutan los bancos de todo el mundo.

En 2011 el Gobierno británico de David Cameron estableció un impuesto a la banca (bank levy) con el propósito de asegurar que los bancos “hagan una contribución justa que refleje los riesgos que representan para el sistema financiero y la economía del Reino Unido en general”. En el mismo ejercicio Alemania instauró un impuesto a la banca para financiar un fondo nacional para futuras reestructuraciones bancarias por un montante de 70.000 millones de euros. En 2015 las aportaciones ascendieron a 1.580 millones porque se calcularon según los criterios del Fondo Único de Resolución (FUR), el mecanismo europeo para financiar futuras resoluciones bancarias.

El FUR tiene previsto recaudar este año 8.100 millones de euros y cuenta ya con unas reservas acumuladas de 24.900 millones de los que 2.800 millones han sido aportados por la banca española. No obstante, hay  que tener en cuenta que España es el país en que la crisis bancaria ha sido más costosa para los ciudadanos. El dinero empleado en sanear las instituciones españolas y que ya se da por perdido supera los 48.000 millones de euros, el 22% de todas las pérdidas registradas en la UE, según Eurostat.

El rechazo frontal de la banca a un nuevo impuesto contrasta con los excelentes resultados que está cosechando. El pasado ejercicio ganó 12.060 millones, el 51% más que el año anterior. Según los cálculos de los técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) el tipo efectivo que pagan las grandes entidades de crédito fue del 14,2% en 2015 y la cifra actual puede ser mucho más reducida. Este sindicato considera que la banca disfruta de numerosos privilegios como fue el mantenimiento del tipo del 30% del Impuesto de Sociedades, cuando se rebajó al 25% para el conjunto de empresas. Esta excepción que se vendió como un mayor sacrificio de la banca significó en realidad un trato de favor.

Gracias a disfrutar de un tipo más elevado, los bancos salvaron créditos fiscales por una cuantía de 6.400 millones de euros. Los créditos fiscales permiten reducir los impuestos al considerar las pérdidas generadas en el pasado. Algunas entidades han reducido su contribución fiscal tras la adquisición por un euro de bancos con elevadas pérdidas que han incorporado a su balance y así han reducido sus impuestos.

La AIREF ha advertido que en los presupuestos del próximo año se obtendrán menos ingresos porque un banco ha solicitado el reconocimiento de 1.000 millones por créditos fiscales. Sin nombrarlo se refiere al Santander, que compró por un euro del Banco Popular con elevadas pérdidas.

La contribución que pide ahora el Gobierno a la banca tiene mucho que ver con las secuelas de la crisis bancaria. La debacle financiera destruyó 3,5 millones de empleos. Antes de la crisis la Seguridad Social tenía superávit, pero la drástica reducción de las cotizaciones sociales ha generado un déficit de más de 18.000 millones de euros.

En el origen de esta historia está la propuesta  del presidente del Gobierno. “Creo”, dijo Pedro Sánchez, “que es justo también en contraprestación, pedirle al sector financiero que contribuya a sostener aquello que identifica singularmente a los españoles como es el sistema público de pensiones”. Gestha ha calculado que con un impuesto a la banca como el del Reino Unido se podrían recaudar entre 1.800 y 1.900 millones de euros anuales. 

Los bancos deberían responder seriamente a esta sugerencia y no con amenazas de trasladar actividades a otros países. La banca goza de injustificados privilegios. Tiene, además, un serio problema de reputación que proviene de sus malas prácticas condenadas por la justicia europea y española. Si quiere normalizar su imagen debe cambiar radicalmente de comportamiento. Por otra parte, el Gobierno no debería vacilar en utilizar sus poderes para eliminar todos los privilegios y exigir una contribución justa de todos los sectores en función de su capacidad económica.