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Octubre 2013 / 7

DIRECTOR DE ‘ALTERNATIVES ÉCONOMIQUES’

Los presupuestos de 2014 tendrán en cuenta la ecología? Como buen táctico, el presidente francés, François Hollande, conoce todos los escollos de esta cuestión. Quedarse demasiado corto significa arriesgarse a que los ministros ecologistas se vayan del Gobierno  dando un portazo.  Aunque no son necesarios para conservar la mayoría en el Parlamento, no causaría buen efecto en el umbral de un año en el que no van a faltar las citas electorales. Además, sería arriesgarse a no dejar cerrar la financiación del crédito del impuesto para la competitividad y el empleo. Por el contrario, comprometerse desde 2014 en un ambicioso plan para ecologizar la fiscalidad significaría gravar la factura de los hogares y las empresas en un momento en que la crisis los está sometiendo a una cruda prueba.

¿Qué hacer, pues? Se puede apostar a que el jefe del Estado sucumbirá a su tendencia natural a las propuestas de síntesis, hábiles y un tanto blandas. Un camino entre esos escollos parece estar dibujándose en las propuestas del informe provisional del Comité para la Fiscalidad Ecológica dirigido por Christian Perthuis. En primer lugar, propone establecer a partir de 2014 un impuesto sobre el carbono que iría aumentando progresivamente y que no produciría  ingresos significativos hasta 2016.  En segundo, reducir la diferencia entre la fiscalidad de la gasolina y la del diésel añadiendo un céntimo de euro anual por litro a la fiscalidad del segundo.  Imposible hacer que sea menos doloroso: a ese ritmo, se necesitarán 20 años para acabar con los 20 céntimos de diferencia actuales…

 Las ideas ecológicas tienen un valor esencialmente instrumental para el jefe del Estado

¿Será suficiente para convencer a los ministros verdes de que permanezcan en el Gobierno? No parece imposible. Al fin y al cabo, aunque sus efectos sean muy limitados a corto plazo, este Gobierno habrá establecido finalmente el impuesto sobre el carbono contra el que se estrellaron Lionel Jospin y Nicolas Sarkozy. Pero ¿y  la opinión pública?, ¿pensará que, tras haber dudado, esta mayoría se enfrenta finalmente a los imperativos ecológicos? Esto está menos claro. Por una parte, porque el tema fiscal no es más que un aspecto de una política ambiental que debería preocuparse también por actuar positivamente invirtiendo más en energías renovables o dándose más prisa en modificar  las prioridades de la política agrícola. Por otra, porque, en el fondo, las ideas ecológicas tienen un valor esencialmente instrumental para el jefe de Estado: constituyen una herramienta accesoria de campaña, pero no un eje estructural de la acción pública. Tanto para él como para una gran parte de su mayoría, lo fundamental radica en otro lado. ¿Dónde? En la recuperación del crecimiento. Eso es lo urgente, la madre de todas las batallas. 

Frente a un paro récord y una deuda que sigue aumentando, nadie duda de que una reactivación de la economía significaría un gran alivio. Pero la lucha contra el paro debería apostar prioritariamente, desde ahora mismo, por la ecología. Un ambicioso plan de ayuda a la inversión en la eficacia energética de los edificios, crearía, por ejemplo, muchos puestos de trabajo no deslocalizables. Pero, evidentemente, de la táctica a la estrategia hay mucho trecho. Y aún más, a la visión política.