El auténtico valor del ‘oro digital’
Tras la burbuja: La especulación con el bitcoin no hace mella en los defensores de una Internet abierta que permita pagos sin bancos.
El capitalismo tiene la capacidad pasmosa de fagocitar la mayoría de intentos de atacarlo, desafiarlo o puentearlo. Lo que nace como una alternativa suele acabar convirtiéndose en parte del sistema.
En parte, ya ha sucedido con el bitcoin. Cuando la persona (o grupo de personas) de identidad desconocida que, bajo el alias de Satoshi Nakamoto, explicó su proyecto en 2008 y lo desarrolló en 2009, pensó en una moneda digital, anónima, global, imposible de falsificar, que no controlara nadie salvo los usuarios, a través de una nueva tecnología; por supuesto, sin respaldo de Estados ni instituciones y ajena a los intermediarios (léase bancos) que sacan tajada de cada transacción. Habría un tope máximo en circulación de dicha moneda: 21 millones de bitcoins. Así que, al no poder emitirse más, sería dinero deflacionario; es decir, que no iría perdiendo valor, al contrario de lo que ocurre con el dinero fiduciario (el dólar o el euro). El ahorro en divisas oficiales pierde valor en la medida en que los bancos centrales van imprimiendo para cubrir necesidades.
El momento del lanzamiento del bitcoin no parece casual, visto en perspectiva: la reputación de buena parte del sistema financiero había quedado enfangada con el estallido de la gran tormenta financiera. Aun así, sólo un puñado de frikies, anarcos y apasionados de la tecnología, más sus amigos, se apuntó al invento de un dinero que, en sí, no valía nada.
Una pizza por 10.000 bitcoins
En 2010, un programador de Florida compró dos pizzas y pagó por ellas 10.000 bitcoins. ¿Pero qué significaba pagar 10.000 bitcoins? Sin un tipo de cambio oficial respecto del dinero real, era difícil de decir.
La cotización de la que hablamos ahora es una media de las transacciones realizadas, y pueden consultarse en sitios como de Coindesk, Bitcoinaverage y Coinmarketcap —la explosión de las criptomonedas, hijas de bitcoin y dispuestas a mejorarla en costes, rapidez y utilidades, ha generado una alud de plataformas donde seguir su cotización, al igual que han surgido casas de cambio que cobran por las transacciones y que sí obligan a los inversores a identificarse, medios de información especializados en criptomonedas, fabricantes de cajeros automáticos donde cambiar bitcoins, garantes de la calidad de emisiones en dinero digital, consultores que asesoran para el cumplimiento normativo, expertos académicos...—; se ve cómo, en agosto de 2010, cada bitcoin se cambiaba a 0,06 dólares.
En diciembre pasado, siete años y medio después, el cambio por bitcoin superaba los 19.300 dólares. Una locura sin precedentes, aunque al cierre de esta edición, el 24 de enero, rondaba los 11.300 dólares. Desde diciembre, cotiza en los mercados de futuro de Chicago. Fue la puntilla: la moneda que cuestionaba la idea tradicional del dinero pasaba a convertirse en un producto financiero más.
Eso sí, entre la alarma general. Tres premios Nobel de Economía: Paul Krugman, Joseph Sitglitz y Jean Tirole, junto a otros muchos economistas, se han mostrado implacables con el bitcoin, que, consideran “una burbuja”. El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, habla de las criptomonedas como de “activos de enorme riesgo”. El Banco Central Europeo (BCE) las califica de “instrumento de especulación” similar a los hermosos y exóticos bulbos de tulipán que en la primera mitad del siglo XVII supusieron la primera gran burbuja de la historia económica moderna en los Países Bajos. Las flores eran símbolo de ostentación de riqueza en el centro de Europa. La variedad de tulipán Semper Augustus valía más que una mansión en Amsterdam y mucho más que los ingresos anuales de un cortesano.
“El bitcoin ha evolucionado como si fuera un bien especulativo. Ha evolucionado de la forma no deseada. Nosotros queríamos que las criptomonedas se emplearan como moneda de cambio. Creemos en una moneda para el pueblo. No creemos en los intermediarios. Entré en este movimiento porque era partidario de desbancarizar el sistema”, explica Carlos Steinblock, impulsor de la firma BTC Guardian, que colabora con diferentes organizaciones, entidades y empresas para desarrollar tecnologías que se basen en libros gigantescos de datos distribuidos, la famosa blockchain (véase Minidiccionario) y su potencial.
La tecnología ‘blockchain’ amenaza a notarios, bancos o cualquier intermediario
Los reguladores alertan sobre el “elevado riesgo” de invertir en criptomonedas
Los admiradores de la descentralización no sólo denuncian las comisiones que se llevan los intermediarios que intervienen en cada transacción, empezando por las entidades financieras y siguiendo por abogados y notarios, sino que cargan precisamente contra la confianza que éstos aportan al proceso. En una red distribuida, no es la confianza lo que da valor: son las leyes del mercado —la voluntad de poseer un valor cada vez más escaso, como los bitcoin— y la tecnología. El alargamiento de una inmensa cadena de bloques de datos que registran todas las transacciones y que no se pueden alterar supone un crecimiento que sus partidarios llaman “orgánico” —a partir de cero—. Cuando la red distribuida de ordenadores que utilizan la criptomoneda aumenta, el bitcoin gana en seguridad.
Confianza ciega o especulación, los gemelos Tyler y Cameron Winklevoss, que acusaron a Marc Zuckerberg de apropiarse de su idea para montar Facebook, inviertieron en bitcoins una parte de los 65 millones de dólares obtenidos en el acuerdo al que llegaron con su compañero de Harvard. Compraron cuando el bitcoin rozaba los 120 dólares, así que, hoy, su inversión vale un 9.000% más.
Tipología de compradores
“En mi opinión existen tres tipos de compradores de bitcoins: los que los adquirieron al principio, techies que vieron una tecnología nueva e interesante con la que se podían hacer cosas, el blockchain. Después, empezaron a desembarcar inversores con ganas de hacer dinero rápido, que elevaron el precio a 2.000 dólares. Y ya no digamos cuando llegaron quienes antes ya especulaban con otros productos. A quien ha entrado a más de 8.000 dólares le da igual el potencial de la tecnología”, considera Víctor García, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicaciones de la UOC.
Pero la hipótesis de este experto en tecnología blockchain y criptomonedas incluye un tercer grupo, que aún no existe como tal. “Bitcoin no deja de ser como una start-up. Si el proyecto funciona, puede llegarse a adoptar una criptomoneda que se emplee como sistema de pagos global, con usuarios en distintos países, que permita abaratar y agilizar transferencias entre empresas que importen y exporten, o pagos de remesas por parte de inmigrantes a su país sin tener que pagar comisiones muy elevadas, o viajes sin tener que cambiar de moneda”, añade.
No se trata necesariamente de que un pequeño comercio tenga que aceptar bitcoins, aunque algunos lo hagan (abundan sitios donde consultar, como coinmap.org o territoriobitcoin.com), casi más como reclamo publicitario que otra cosa. Empresas reputadas como Expedia, en el sector turístico, o Microsoft y Dell, en el tecnológico, han aceptado pagos en bitcoin para servicios online. Lo que está complicando la vida del bitcoin como moneda de intercambio es la propia falta de escalabilidad del sistema y las comisiones, a resultas precisamente de su propio éxito.
Existen dos tipos de comisiones: por una parte, primero, las que se pagan para entrar en este mundo como novato. Te diriges a una casa de cambios online —la más popular, Coinbase—, y te cambian euros o dólares por una criptomoneda. Estos portales pueden gestionar el dinero digital, pero, puesto que se trata de eludir intermediarios, lo suyo (y lo más seguro) es transferir el dinero a un monedero digital en el propio móvil, el propio ordenador o incluso almacenado en un papel, donde figura la clave privada del propietario, con un código QR. Cada usuario dispone de una dirección bitcoin, que es única, y consiste en una secuencia de números y letras del estilo 1JAzS6jzE3BJ9sZ3aFij2BmTcpFGgN86hC.
Si uno olvida las claves, nadie podrá recuperar el dinero, incluida la persona afectada. Y ha ocurrido.
Uno de los miles de dueños de direcciones similares es Nahuel Zurita, un joven de treinta y tres años que está centrando su actividad inversora en las criptomonedas. Tiene bitcoins desde hace “poco menos de un año”. Compró cuando el bitcoin cotizaba a un tercio de su valor actual. “Fue la idea de la descentralización lo que me atrajo. Me interesaba invertir en proyectos donde me sintiera cómodo, y el mundo de las criptomonedas tiene una dimensión idealista. Es el germen de una revolución”, dice.
Para formular una afirmación de tal calado, Nahuel echa mano de la palabra de moda: blockchain, la tecnología que da soporte al bitcoin y a la mayoría de criptomonedas que han nacido para replicarla, para mejorarla, para reducir el consumo energético que implica tanta potencia de las computadoras o para ganar en rapidez. “Las personas hasta cierto punto pueden ser corruptibles, pero las matemáticas no mienten. El capitalismo ha intentado ignorar el bitcoin y no ha podido, intenta controlar la red y no puede. Al final hace lo que puede para incorporarlo”, subraya.
Una década después del lanzamiento, la red de ordenadores que, a base de resolver complejas operaciones matemáticas (se llama minado), ha ido generando nuevos bitcoins, ha ido ganando capacidad computacional sin que nadie la pueda controlar. Los mineros se encargan de verificar las transacciones. Compiten entre sí y el que lo logra obtiene recompensa en bitcoins. Cuando un ordenador registra una operación, queda registrada en toda la red. Nadie puede cambiarla. Otra cosa es que un hacker ataque una casa de cambios. Y ha ocurrido. Claro que el euro no sería menos seguro si un ladrón atracara un banco.
La mayoría de mineros están en China. No es casual, porque abundan allí donde el precio de la energía es más barato. El consumo energético que conlleva la generación de bitcoins (por la potencia de cálculo de los ordenadores), es uno de sus puntos flacos en plena lucha contra el cambio climático, porque el grueso de la energía que se consume en el mundo no es renovable. Pekín mantiene una posición muy restrictiva con las criptomonedas porque escapan al control de los estados. Uno de los países que también se ha situado contra el bitcoin es Corea del Sur, el tercer país donde más intercambios se producen en bitcoins, por detrás de Japón, donde se reconocen, y EE UU. Cada vez que un gobierno amenaza al bitcoin, se produce una retahíla de ventas y su valor cae.
“Se especula con el bitcoin, pero el tema va más allá”, subraya Luis Garvía, profesor de Finanzas en la escuela de negocios ICADE, convencido de que las criptomonedas son el futuro. “Quizá dudaría si estuviéramos en 1998. Pero Internet está para quedarse, y las criptomonedas son una respuesta lógica y razonable a Internet”. Para Garvía, el bitcoin es dinero. A su juicio, cumple las tres condiciones que se requieren para hablar de dinero: servir como unidad de cuenta (expresa los precios de las cosas), como medio para facilitar transacciones (comprarse una camisa) y como depósito de valor (por ahora, innegable).
¿Ver para creer? A principios de enero se vendió un piso en Tarragona —llevaba cinco años en venta— por 40 bitcoins. Entonces se valoró en 550.000 euros. Al cierre de la edición, valía 100.000 menos.
“Si compras un piso en dólares también tienes que mirar el cambio, pero es cierto que la volatilidad es un problema para que el bitcoin se convierta en sistema de pago habitual. Quien recibe los bitcoins tiene una confianza total en que subirá de valor”, comenta al respecto Ester Oliveras, profesora del Departamento de Economía y Empresa de la Universitat Pompeu Fabra. Oliveras, como la mayoría, piensa que bitcoin sólo está siendo utilizado como depósito de valor. “Pero estamos sólo en el principio”, añade. Aunque estalle la burbuja bitcoin, todas las personas consultadas para este reportaje ven un lugar para las criptomonedas en el futuro, aunque nadie se atreve a asegurar cuál. Puede tener que ver con las monedas sociales y complementarias, si se les da una misión. O no. Otro Nobel influyente, Milton Friedman dijo: “Pronto se desarrollará una emoneda fiable, un método en el que puedas transferir fondos de A a B sin que A conozca a B ni B a A, por Internet”. Youtube va lleno de sus declaraciones.
En medio de este totum revolutum, el Gobierno de Venezuela ha planteado lanzar una criptomoneda, aunque se trata de un caso distinto porque su valor iría ligado al precio del barril de crudo.
“Es el inicio de un cambio de paradigma que nos cuesta entender, y más en medio del ruido de la especulación: es el camino hacia la sustitución de cosas, cosas que ahora hacen las instituciones y las empresas, en entornos descentralizados. La cadena sustituye a la institución”, augura Marc Roca, investigador del grupo de investigación Dimmons del IN3 de la UOC. Dibuja un paisaje de códigos abiertos y replicables, donde una red distribuida de personas controla la información, en lugar de que lo hagan gigantes como Google o Facebook. De algún modo, es el regreso a los orígenes de Internet.
La banca estudia el uso de la cadena de bloques para realizar sus transacciones de modo más barato y seguro. Todas las corporaciones lo hacen, aunque en este caso la red no sería pública. Una vez más, el sistema barrunta cómo incorporar aquello que lo desafía.
FAIRCOIN
Monedas para un mundo justo
Entre las más de 1.300 criptomonedas generadas en los últimos años, y que cotizan en los mercados internacionales, figura FairCoin. Se trata de la herramienta y sistema de pago redistributivo de FairCoop, una iniciativa nacida hace casi cuatro años como una cooperativa abierta que impulsa un nuevo sistema económico global poscapitalista donde valores como la ética, la justicia y la solidaridad sean centrales. La comunidad, sin fronteras, se organiza online a través de nodos locales. La apoyan activistas como Enric Durán (Cooperativa Integral Catalana) y Michel Bauwens (P2P Foundation). Inicialmente, se distribuyeron 50 millones de unidades de FairCoin. A finales de enero, cada faircoin valía 0,844931 dólares. En junio de 2016, surgió una nueva versión de la criptomoneda, Faircoin2, cuyo white paper de presentación declaraba, frente a la primera versión, que el sistema de funcionamiento dejaba de ser el minado: “Nuestra objeción es que el minado no puede ser realmente considerado justo, pues da ventaja a los que ya son ricos”, en la medida en la que se recompensaba a los mineros por su trabajo. La versión FairCoin2, cuyo software también se asienta en blockchain o la cadena de bloques, “se basa en la cooperación, y no en la competencia”.