Lo público cobra fuerza
La urgencia por afrontar la pandemia, la crisis climática y el aumento de las desigualdades devuelve al Estado su papel de motor y árbitro de la actividad económica.
Quienes vivimos en sociedades de mercado libre creemos que el crecimiento, la prosperidad y, en última instancia, la satisfacción de las necesidades humanas, se crean de abajo hacia arriba, no desde el Gobierno hacia abajo. Solo cuando se permite al espíritu humano inventar y crear, solo cuando los individuos tienen la oportunidad de participar en las decisiones de económicas y beneficiarse de su éxito personal, solo entonces, las sociedades pueden mantenerse económicamente vivas, dinámicas, prósperas y libres”. Estas palabras, pronunciadas por Ronald Reagan el 30 de septiembre de 1981 en la apertura una cumbre del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, sintetizan la doctrina del neoliberalismo, una ideología que en los años siguientes se convertiría en dogma para economistas y gobiernos de todo el mundo. Para los neoliberales, el mercado asigna los recursos con más eficiencia y el Estado supone un lastre no solo para el crecimiento económico, sino para el ejercicio de la libertad individual. Como afirmó el propio Reagan en el discurso inaugural de su presidencia, hace 40 años, "el Estado no es la solución a los problemas; el Estado es el problema”.
El derrumbe de la Unión Soviética y de los regímenes comunistas de Europa del Este dejó a EE UU como única superpotencia. Esparcidas por la globalización, las ideas neoliberales fueron acogidas con entusiasmo por los líderes conservadores europeos, con Margaret Thatcher como figura destacada, y acabaron calando en buena parte de la izquierda, incluyendo el Nuevo Laborismo de Tony Blair. Mientras todo esto ocurría, el pacto social surgido de la II Guerra Mundial, que dio lugar al estado de bienestar, languidecía.
La receta neoliberal para estimular el crecimiento económico era sencilla: menos gasto público, menos impuestos y menos regulación para las empresas y los mercados financieros. Las rentas del capital fueron adquiriendo cada vez mayor peso en la economía en detrimento de las rentas del trabajo. Como sostiene el economista francés Thomas Pikkety en su influyente obra El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica), este desequilibrio entre los beneficios obtenidos mediante la inversión de dinero y las retribuciones de los asalariados está precisamente detrás del aumento de las desigualdades en las últimas dos décadas.
La excesiva desregulación de los mercados desembocó abruptamente en el desastre financiero de 2007-2008, que exigió una rápida intervención del Estado en su sentido más amplio (gobiernos y bancos centrales incluidos) para rescatar a bancos privados y salvar a las economías del desastre. El propio presidente de EE UU, George W. Bush, pidió perdón a los contribuyentes de su país por haber recurrido al dinero público para salvar de la quiebra a empresas privadas, incumpliendo uno de los mandamientos neoliberales. En España y otros países europeos, el Estado salió también en ayuda del sector financiero con dinero del contribuyente. El Banco de España calcula que de los casi 70.000 millones que se destinaron a salvar a las entidades fiancieras, 50.000 millones no se recuperarán jamás.
Gran oportunidad
Las promesas de refundar el capitalismo por parte de los líderes occidentales tras la crisis financiera quedaron en agua de borrajas. Hasta que llegó la pandemia. Los estragos de la covid-19 han devuelto al Estado un papel preponderante no solo en el cuidado de las personas enfermas y en las campañas de vacunación, sino como motor y árbitro de la actividad económica. La catástrofe, opinan los economistas más críticos con el neoliberalismo, puede ser una buena oportunidad de detener ese capitalismo sin frenos que ha contribuido a crear los otros dos grandes retos a los que se enfrenta la humanidad al comenzar la tercera década del siglo XXI: la crisis climática y el aumento de las desigualdades.
Biden defiende una mayor presión fiscal para repartir la riqueza y mejorar la sanidad y la educación públicas
La receta neoliberal
era sencilla:
menos gasto público,
menos impuestos
y menos regulación
Cuatro décadas después del discurso de Reagan ante el FMI y el Banco Mundial, la música ha cambiado por completo en Washington. El presidente Joe Biden ha tomado la dirección contraria a la política económica dominante en las últimas cuatro décadas con el objetivo de reconstruir la economía de EE UU tras la pandemia. Su intención es aumentar la recaudación fiscal mediante una subida de impuestos para redistribuir la riqueza de manera equitativa y mejorar la educación, la sanidad y las pensiones. “Cambiar el paradigma”. Lo dijo varias veces Biden en un discurso ante el Congreso a finales de marzo en el que desveló los ejes de su plan económico. “Hay que recompensar el trabajo, no solo la riqueza”, afirmó.
Los planes de Biden (véase La revolución Biden) se inspiran en las ideas del economista británico John Maynard Kenyes que guiaron el New Deal, el conjunto de medidas que sacaron a EE UU de la Gran Depresión de la década de 1930 y demostraron que el Estado podía ser un actor clave en la actividad económica. Son las mismas ideas que ayudaron a Europa a salir de la posguerra mundial y proporcionaron tres décadas de prosperidad al Viejo Continente (los llamados treinta gloriosos o edad de oro del capitalismo). En aquella ocasión, los grandes partidos políticos, las empresas y los sindicatos acordaron combinar las fuerzas del Estado y del mercado para garantizar la paz social, fomentar la creación de empleo de calidad y dar protección a los sectores más vulnerables de la sociedad mediante la creación del estado de bienestar como hoy lo conocemos.
Ilustraciones. Lola Fernández
Federico Steinberg, investigador del Real Instituto Elcano y profesor de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid, recuerda que históricamente ha habido siempre un movimiento pendular entre la preponderancia del Estado y del mercado en la economía. “Teniendo en cuenta que ambos son complementarios, no sustitutivos, en esta ocasión el péndulo se mueve a favor del Estado”, afirma Steinberg, quien vaticina que tenemos por delante varias décadas de mayor presencia de lo público. ¿Qué ha cambiado para que el péndulo cambie de dirección? El experto cita varios factores, entre ellos la debacle financiera de 2007-2008 y la posterior crisis del euro, el desapego hacia la globalización, el aumento de las desigualdades de renta y la elusión fiscal por parte de las grandes multinacionales. “Estamos ante un mecanismo de defensa del capitalismo para no generar desequilibrios que provoquen males mayores”, opina.
Carlos Berzosa, catedrático de Economía Aplicada y exrector de la Universidad Complutense de Madrid, subraya que las dos últimas crisis, la de 2007-2008 y la del coronavirus, han puesto de manifiesto el agotamiento del neoliberalismo. “Quien ha sacado las castañas del fuego en la crisis financiera y en la del coronavirus ha sido lo público. La sanidad pública ha llevado el peso de la asistencia y la logística para distribuir las vacunas está corriendo a cargo del Estado”, afirma. “Lo público se ha revalorizado tras haber sido denostado por los neoliberales durante décadas”.
También Europa
Igual que EE UU, la Unión Europea también ha dado un giro de 180 grados con su plan de salvamento económico. Los fondos Next Generation EU, de 750.000 millones de euros, serán financiados mediante la emisión de deuda por parte de la Comisión Europea. Si al fondo se suma el presupuesto al largo plazo de la UE, se trata del mayor paquete de estímulo financiado por la Unión en toda su historia. El plan europeo se queda corto ante la audacia de Biden, pero supone un adiós a las políticas de austeridad impuestas desde Bruselas tras la crisis de 2007-2008, que retrasaron la recuperación de los países del sur y tuvieron un altísimo coste social.
La pandemia puede ser una oportunidad para detener el 'capitalismo sin frenos' de los últimos 40 años
Las promesas de refundar el capitalismo tras la crisis financiera quedaron en agua de borrajas
“El plan europeo es un New Deal: una inyección de recursos económicos financiados con deuda y con condicionalidades, en este caso de carácter medioambiental y de fomento de la innovación”, sostiene Natalia Fabra, catedrática de Economía de la Universidad Carlos III y miembro de Economistas frente a la Crisis, quien recalca el giro keynesiano en la política económica de los Veintisiete. “Se ha perdido el miedo a reconocerlo. De pronto han surgido cantidad de economistas que parecen más keynesianos que Keynes”, apunta.
Más que de regreso del Estado, Fabra prefiere hablar de “regreso al Estado”. Sostiene la profesora que la sociedad está tomando conciencia de que estamos ante unos retos de naturaleza global, como la crisis climática, las desigualdades y los movimientos migratorios, que solo pueden afrontarse con políticas públicas. “La naturaleza de esos desafíos pone de manifiesto que las soluciones requieren una autoridad central. Son retos que se escapan a las competencias nacionales y exigen una gobernanza mundial”, afirma.
Para Fabra, lo más importante en el renovado papel del Estado no es la inyección de recursos en la economía, sino el establecimiento de unas directrices para definir con qué propósito se distribuyen esos recursos y a qué objetivos se destinan, en línea con lo que Mariana Mazzucato llama las “misiones”. La profesora del University College de Londres es precisamente una de las economistas que más ha defendido el rol de lo público durante su carrera. En su libro El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado (RBA), la economista italoamericana trata de derribar el “falso mito” de que el sector privado es innovador, dinámico y competitivo, mientras que el Estado es estático y solo sirve para resolver los fallos del mercado. Mazzucato propone que lo privado y lo público entablen una nueva relación simbiótica de la que ambos se beneficien.
Responsabilidad compartida
Más Estado significa necesariamente más recursos para intervenir en la actividad económica, y los recursos deben llegar, inevitablemente, de un aumento de la deuda, de la presión fiscal o de ambas. El plan fiscal de Biden se inspira en el concepto de responsabilidad compartida: que los ciudadanos más adinerados y las empresas que más beneficios obtienen paguen su parte correspondiente para garantizar el bienestar de la sociedad que les ha ayudado a amasar sus riquezas. El presidente estadounidense ha presentado una propuesta que hasta hace unos meses hubiera sido impensable: crear un impuesto de sociedades global con el objetivo de incrementar la recaudación y financiar el gasto público. La Casa Blanca ha comenzado a negociar con los demás países desarrollados el tipo impositivo que se aplicará a las empresas. La idea inicial era el 21%, pero EE UU parece dispuesto a aceptar una rebaja.
Federico Steinberg apunta que es la propia ciudadanía la que reclama más Estado, más seguridad económica y mejor asistencia sanitaria. “Como no se detecta un apetito por los recortes de gasto público, no queda otra opción que aumentar la presión fiscal. La cuestión es qué impuestos se suben, en qué medida y a quién”. Berzosa está de acuerdo. “Ante una crisis de tal envergadura como la que afrontamos”, afirma, “hay que aumentar el gasto público, el déficit y la deuda, porque, si no el desastre está servido”.
España tiene un diferencial histórico en términos de recaudación fiscal con respecto a la media de la Unión Europea. Para corregirlo, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha marcado como objetivo en su Estrategia 2050 pasar de una recaudación fiscal del 35% del PIB previa a la pandemia al 37% en 2030, al 40% en 2040 y al 43% en 2050.
Steinberg explica que la recaudación fiscal puede incrementarse, por ejemplo, con el establecimiento de una tasa verde, de un impuesto a las transacciones financieras y de un impuesto a las multinacionales tecnológicas, y que también es posible hacerlo con una subida de la tributación a las grandes fortunas. Sostiene el investigador del Instituto Elcano que el aumento de la recaudación fiscal es imprescindible no solo para financiar los planes de recuperación económica en los próximos años, sino también para mantener bajo control el déficit estructural (el que no depende de factores cíclicos y extraordinarios) y financiar el estado de bienestar de manera sostenible.
Piedras en el camino
¿Estamos realmente ante un cambio de paradigma? ¿Pasará definitivamente a mejor vida el neoliberalismo de Reagan y Thatcher o recuperará el capitalismo financiero su papel dominante una vez se hayan recuperado las economías del golpe de la covid-19?
El avance de la extrema derecha en Europa puede invertir la tendencia favorable a lo público
Steinberg apunta un peligro que puede frenar las políticas de expansión fiscal: una subida de la inflación que traiga consigo un aumento de los tipos de interés. El investigador del Instituto Elcano apunta también la posibilidad de que se produzca un cambio en el ciclo político o que un avance de la extrema derecha en Europa invierta la tendencia en favor de lo público. “Las cosas van muy rápido y pueden cambiar en cualquier momento”, señala.
No hace falta ir muy lejos para comprobarlo. El Partido Popular arrasó en las recientes elecciones en la Comunidad de Madrid con promesas de rebaja fiscal y una defensa reaganiana de la libertad individual frente al Estado. Una victoria de los conservadores en los próximos comicios legislativos en España daría muy probablemente al traste con los planes a largo plazo del Ejecutivo de Sánchez en esta materia.
Berzosa es cauto a la hora de hablar del futuro. Advierte de que las clases privilegiadas no van a aceptar la aplicación de políticas neokeynesianas durante mucho tiempo y que en cualquier momento querrán volver a la austeridad con la excusa de la reducir el déficit y la deuda. “Lo peor que puede pasar es que vuelvan a imponerse ideas que nos conducirían a medio plazo a un desastre ecológico, social y económico", afirma. “De seguir por ese camino no solo no se resolverán los problemas ya existentes, sino que se agravarán las tendencias que nos han conducido hasta aquí. El neoliberalismo está caduco, pero no muerto”.