Sindicatos: renovación necesaria
Nuevo rumbo: Las centrales sindicales buscan recuperar la relevancia perdida tras la crisis, la reforma laboral y los escándalos de corrupción.
Hace tiempo que las fábricas de chimeneas humeantes desaparecieron del paisaje industrial español, y con ellas el perfil del obrero tradicional: hombre, con contrato de por vida y afiliado a un sindicato. Si tienen la suerte de no figurar en las listas del paro, lo más probable es que los nuevos obreros estén hoy recibiendo llamadas en un centro de atención telefónica, limpiando oficinas o sirviendo comidas en un restaurante. Muchos son jóvenes, mujeres o inmigrantes con contrato temporal o a tiempo parcial y un salario de subsistencia.
La crisis ha cambiado radicalmente el mercado laboral español, que hoy se parece bien poco al de los primeros años del siglo. Más de la mitad de los ciudadanos en disposición de trabajar son parados o precarios. El año pasado, sólo 8 de cada 100 nuevos contratos tuvieron carácter indefinido y uno de cada cuatro se firmó para menos de una semana de trabajo. El salario medio de los trabajadores ha caído desde el año 2008 entre un 10% y un 20%, según quién y cómo se calcule.
El aumento de la precariedad —un término que abarca la temporalidad, los bajos salarios y las malas condiciones de trabajo— ha colocado a la clase trabajadora española en la posición más vulnerable desde el fin de la dictadura, en 1975. Del mismo modo, también corren malos tiempos para los sindicatos, que han perdido buena parte del prestigio y la relevancia que un día tuvieron como actores clave en la consolidación de la democracia.
Hace ya tres años, en noviembre de 2012, que las organizaciones sindicales convocaron su última huelga general en España. Fue la última ocasión en que los representantes de los trabajadores recurrieron a su principal arma para escenificar el descontento con la política de austeridad del Gobierno del Partido Popular, que ha traído consigo dolorosos recortes en los principales partidas del gasto social. Desde esa fecha, la acción sindical parece haber pasado a un segundo plano, mermada por la pérdida de afiliados, los escándalos de corrupción y la reforma laboral aprobada ese mismo año.
GOLPE A LOS CONVENIOS
“En la historia del movimiento obrero, cuando hay marcos políticos e ideológicos contrarios al sindicalismo, siempre se ha producido un declive de la afiliación y de la capacidad de influencia”, opina Javier Doz, presidente de la Fundación Primero de Mayo, vinculada a Comisiones Obreras (CC OO). Doz sostiene que ya desde antes de la crisis, las élites financieras y políticas habían desencadenado una “acción sistemática” para bajar salarios y restar fuerza a la acción sindical.
La reforma laboral ha asestado un durísimo golpe a los sindicatos al menoscabar una de sus principales vías de influencia en la vida de las empresas: la negociación colectiva. Las cifras son elocuentes: de los 11,6 millones de trabajadores sujetos a convenio en el año 2009 se pasó a 7,8 millones en 2014 (véase el gráfico). El número de convenios se ha reducido de 5.689 a 3.522 en el mismo período. Los sindicatos sostienen que tras la negativa de las empresas a firmar nuevos convenios se esconde el deseo de no compartir con los trabajadores la mejora experimentada por los beneficios.
LA NEGOCIACIÓN COLECTIVA
La reforma laboral de 2013 ha provocado una caída drástica del número de convenios colectivos firmados, de las empresas afectadas y de los trabajadores sujetos a ellos.
Todos los sindicalistas y expertos consultados para este artículo coinciden en que los sindicatos no tienen más remedio que hacer cambios profundos en su organización interna y en sus estrategias para frenar el deterioro del mercado laboral y defender a los nuevos perfiles de trabajadores. “El sindicato tiene que dirigirse a una pluralidad heterogénea de trabajadores y conectar con grupos respecto de los cuales sus relaciones resultan más débiles: jóvenes, extranjeros, profesionales técnicos de cualificación elevada, mujeres, trabajadores a tiempo parcial, etcétera”, explica Jesús Cruz Villalón, catedrático de Derecho del Trabajo de la Universidad de Sevilla.
Javier Doz reconoce que los sindicatos no han sabido desarrollar las herramientas necesarias para dar soluciones a estos nuevos trabajadores. Durante demasiado tiempo, señala el presidente de la Fundación Primero de Mayo, las cúpulas sindicales han estado excesivamente pendientes de negociar grandes pactos con el Gobierno y con la patronal y se han olvidado de organizar a parados y trabajadores precarios. “Ahí hemos fallado”, afirma.
Los sindicatos buscan la manera de atraer a los jóvenes precarios y a los parados
La reforma laboral ha asestado un duro golpe al modelo de negociación colectiva
El prestigio de las centrales se resiente de los escándalos de corrupción
“Hacer sindicalismo en la gran empresa es relativamente fácil, pero no lo es con la estructura productiva que tenemos ahora”, sostiene Carolina Recio, profesora de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona y miembro de la plataforma Barcelona en Comú. Recio opina que los sindicatos deben abandonar unas estructuras demasiado burocratizadas y adoptar discursos alternativos “potencialmente hegemónicos”, como tratan de hacer con mayor o menor éxito algunos movimientos políticos surgidos en los últimos años. La fuerza de movilizaciones ciudadanas como el 15-M o las mareas pilló en fuera de juego no sólo a los partidos políticos tradicionales, sino también a los sindicatos, a los que se suponía más cercanos a la calle.
El escritor y activista británico Owen Jones, una de las nuevas referencias de la izquierda europea, lo tiene claro. “Si el movimiento sindical tiene futuro, necesita un Nuevo Sindicalismo que se centre específicamente en organizar a la nueva clase trabajadora del sector servicios”, afirma Jones en su libro Chaves. La demonización de la clase obrera, publicado en España por la editorial Capitán Swing.
Para Juan Torres López, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, la merma del poder negociador de los sindicatos es lo que ha permitido la constante devaluación salarial y la generalización del empleo temporal y parcial. A su juicio, las relaciones laborales en España se basan en “un balance muy asimétrico” de los poderes de negociación y decisión perjudicial para los trabajadores, “algo que es una clara herencia de la dictadura y que ahora se refuerza por el escaso nivel de afiliación a sindicatos, muy burocratizados y dependientes de la financiación estatal, y por una legislación que, en contra de lo que se quiere hacer creer, proporciona mucha menor protección, participación en las empresas y capacidad negociadora a las clases trabajadoras que la de otros países vecinos”.
MENOS AFILIADOS
En los sindicatos se atribuye parte de la caída en el número de afiliados al miedo justificado de muchos trabajadores a perder su puesto de trabajo. No pocas empresas, denuncian las centrales, han aprovechado los numerosos expedientes de regulación de empleo llevados a cabo en los últimos años para despedir a los empleados más comprometidos con los derechos laborales. La crisis, además, ha vaciado los bolsillos de muchos trabajadores, que son incapaces de pagar la cuota sindical.
No hay estadísticas fiables sobre el efecto que la crisis ha tenido en una afiliación sindical tradicionalmente baja. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en el año 2012 sólo el 17% de los trabajadores españoles eran miembros de un sindicato, una de las tasas más bajas de la Unión Europea. Sólo Polonia, Estonia y Francia estaban por debajo. Las centrales achacan la baja afiliación al hecho de que los comités de empresa negocian los convenios colectivos en nombre de todos los trabajadores, por lo que no es necesario tener carné para beneficiarse de las mejoras salariales y de las condiciones de trabajo pactadas por los representantes sindicales.
Los escándalos que han afectado a UGT en Andalucía —los ERE falsos y el fraude en los cursos de formación, entre otros— han tenido un efecto devastador en la imagen de los sindicatos en la opinión pública. Así lo demuestra una encuesta efectuada en abril de 2014 por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que preguntó por el grado de confianza hacia los representantes de los trabajadores. Los encuestados dieron a los sindicatos una nota de 2,51 sobre 10. Sólo los partidos políticos (1,89) y el Gobierno (2,45) obtuvieron peores calificaciones. El caso de las tarjetas black de Caja Madrid y Bankia, en la que se vieron implicados sindicalistas de las dos centrales mayoritarias, no hizo más que empeorar la situación. “El intenso proceso de desprestigio del conjunto de las instituciones democráticas también ha impactado sobre los sindicatos, especialmente en los más representativos, de modo que han perdido respaldo público y social”, explica Jesús Cruz Villalón.
No es exclusiva de España la pérdida de influencia de los sindicatos, ni tampoco puede achacarse sólo a factores coyunturales como la crisis económica o la reforma laboral. Los expertos sitúan el comienzo del declive en los treinta años gloriosos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando el capital y los trabajadores pactaron para beneficiarse mutuamente del crecimiento económico. La revolución neoliberal encabezada en los años ochenta por Ronald Reagan y Margaret Thatcher puso punto final a esa época dorada. A ello se sumó el derrumbamiento de los regímenes comunistas del Este de Europa. Javier Doz, de la Fundación Primero de Mayo, recuerda que durante toda la Guerra Fría el miedo a la revolución forzó a los gobiernos y las grandes empresas occidentales a pactar con los sindicatos condiciones laborales y salarios dignos y a compartir los beneficios con los trabajadores. Ese miedo ha desaparecido, por lo que el capital ya no se siente tan presionado a hacer concesiones.
CAMBIAN LAS REGLAS DEL JUEGO
José María Zufiaur, uno de los sindicalistas más destacados de las décadas de los ochenta y noventa como dirigente de Unión Sindical Obrera (USO) y de la Unión General de Trabajadores (UGT), vincula el declive de los sindicatos en todo el mundo al auge del capitalismo financiero, más inclinado a generar beneficios a corto plazo para los dueños del capital que a repartir las ganancias con los trabajadores. “Las reglas del juego han cambiado”, afirma Zufiaur, que participó en la mayoría de los grandes acuerdos económicos de la Transición. “Ahora hay menos Estado y más mercado; menos sindicato y más empresa”.
Cruz Villalón recuerda que los sindicatos surgieron a partir de la Revolución industrial y que fueron consolidándose en los países desarrollados a lo largo de más de dos siglos. Las razones que determinaron su aparición, opina el catedrático andaluz, siguen estando presentes en las relaciones laborales y en el sistema económico y político actual, “por cuanto existe la necesidad de canalizar los intereses colectivos de los trabajadores en los diversos ámbitos privados y públicos en los que se adoptan decisiones que les afectan”. La sociedad, la economía y los centros de poder se han transformado notablemente, subraya el catedrático, y ello exige que los sindicatos sigan desempeñando su papel original, aunque con métodos diferentes.
Zufiaur cree que no sólo estamos ante una crisis de los sindicatos, sino ante una crisis social que es urgente resolver. El ex dirigente ugetista considera imprescindible que los sindicatos hagan una reflexión profunda a escala europea y mundial que les ayude a identificar cuáles son los cambios que se están produciendo y cómo afrontarlos. Entre otras recomendaciones, sugiere que las centrales obreras se planteen formas de afiliación más cercanas a la realidad, con un acento más local, como está sucediendo en EE UU.
CONTRADICCIONES
El sistema político surgido de la Transición otorgó a las grandes centrales sindicales el papel de interlocutores en la negociación de grandes acuerdos económicos con el Gobierno y con las organizaciones empresariales. El periodista Mariano Guindal relata en su libro La caída de los dioses (Planeta) cómo los modernos sindicatos españoles se crearon de arriba abajo y cómo sus dirigentes nacionales articularon unas estructuras a imagen y semejanza de los partidos políticos. Ello hizo que las decisiones se tomaran en ámbitos superiores a los de la empresa, lo que explica el enorme grado de institucionalización y burocratización de las centrales.
Técnicos de Movistar en huelga. Foto: Andrea Bosch |
Las centrales sindicales conviven todos los días con la contradicción que supone luchar contra un sistema del que forman parte integral. Como apuntan los sociólogos Hölm Detlev-Kohler y José Pablo Calleja en su trabajo Trade Unions in Spain (Fundación Ebert), “por un lado, los sindicatos están en el centro del movimiento y la protesta contra las políticas neoliberales; por otro, ellos son parte del sistema político y sus instituciones, y ahí reciben las críticas de nuevos movimientos sociales”.
Del acoso al que se consideran sometidos por parte del establishment político-financiero y de los sectores más conservadores de la sociedad, las centrales sindicales se defienden con el argumento de que son instituciones vitales para la buena salud del sistema democrático y la cohesión social. Los sindicatos, sostienen sus defensores, son fundamentales a la hora de corregir las desigualdades, una de las herencias envenenadas que nos deja la crisis. Como afirmó el economista estadounidense James K. Galbraith en unas jornadas de reflexión organizadas en octubre en Madrid por CC OO, “los sindicatos hacen el trabajo duro en la construcción de la democracia”.
La burocratización de los sindicatos se acentuó con la llegada de la democracia
Las organizaciones argumentan que son vitales para reducir las desigualdades sociales
Sólo una de las 12 principales centrales está encabezada por una mujer
Galbraith destaca que el aumento de las desigualdades sociales en los últimos años ha corrido en paralelo a la pérdida de influencia de las organizaciones sindicales. En aquellas sociedades donde hay cierta igualdad salarial, como en el norte de Europa, hay menos paro y más prosperidad, sostiene el catedrático de la Universidad de Texas, quien asegura que estrechar la brecha entre quienes menos ganan y los mejor pagados aumenta la productividad de las empresas. Así lo corrobora un estudio de la Universidad de Greenwich y de la Fundación Nueva Economía, del Reino Unido, según el cual los sindicatos desempeñan un papel clave no sólo en la reducción de las desigualdades de renta, sino en el impulso al crecimiento económico. Es decir, que unos sindicatos fuertes capaces de ejercer con eficacia su función de defensa de los trabajadores benefician no sólo a quienes representan, sino a toda la sociedad.
En la carrera hacia la igualdad salarial, España marcha hace tiempo en la cola del pelotón. Según cifras de la OCDE, los salarios han experimentado una caída media del 2% anual desde el comienzo de la crisis, sólo superada por el 5% de Grecia. El club de los países desarrollados advierte de que la rebaja en las retribuciones de los trabajadores españoles supone una amenaza para la incipiente recuperación económica, pues frena el consumo y provoca deflación.
LAS CLAVES
1%
Es la subida salarial pactada para este año por la patronal y los dos sindicatos mayoritarios. El año que viene será del 1,5%.
5.620
Son las empresas donde ha habido elecciones sindicales en los últimos cuatro años.
8
Es el número de huelgas generales convocadas conjuntamente por CC OO y UGT desde la restauración de la democracia en 1978.
Una de los reproches que se hacen con más frecuencia a los sindicatos es la lentitud y la falta de ardor con que sus dirigentes han asumido la lucha por la igualdad de derechos de las mujeres trabajadoras. Carolina Recio, experta en mercado de trabajo y género, elogia que las centrales hayan incluido la igualdad de la mujer y la defensa del medio ambiente en sus discursos, pero a renglón seguido recuerda que los avances han sido escasos en la práctica diaria. Recio critica que el tema de la mujer haya pasado a un segundo plano en la negociación colectiva, como demuestra que las cláusulas de igualdad hayan desaparecido prácticamente de las conversaciones entre sindicatos y empresas durante la crisis. “Las cúpulas negociadoras siguen estando muy masculinizadas”, sostiene Recio. “Pese a los avances, la cultura sindical sigue siendo patriarcal”.
Llama la atención la escasa presencia de mujeres en lo más alto del escalafón sindical. De las 12 organizaciones con mayor representación en las empresas españolas, sólo el sindicato vasco LAB, próximo a la izquierda independentista, tiene como máxima dirigente a una mujer, Ainhoa Etxaide.
MÁS PODER EN LAS EMPRESAS
Una cuestión que según los expertos consultados ayudaría a los sindicatos a recuperar influencia sería aumentar su participación en la toma de decisiones empresariales. Zufiaur apuesta por empresas más participativas, siguiendo el modelo del capitalismo renano, y se muestra a favor de que los representantes de los trabajadores estén presentes en los consejos de administración, como ocurre en muchas compañías alemanas. En opinión del veterano sindicalista, ello aumentaría la productividad y mejoraría la calidad del trabajo.
Cruz Villalón está de acuerdo en que los sindicatos se involucren cada vez más en la actividad cotidiana de las empresas, pero recuerda que la cultura sindical española no tiene experiencia en prácticas de gestión empresarial muy extendidas en otros países europeos, como Alemania. “Adoptar medidas que propicien la participación de los trabajadores en la gestión de la empresa me parece de notable utilidad, con posibles efectos positivos en un doble plano: por un lado, el logro de una mayor calidad del empleo que satisfaga en mayor medida las aspiraciones de los trabajadores; por otro, la consecución de un funcionamiento más eficiente de las empresas que a la postre aporte incrementos de productividad no basado exclusivamente en la reducción de los costes laborales”.
A pesar de su pérdida de influencia en muchos ámbitos, los sindicatos siguen siendo fuertes en multitud de centros de trabajo, especialmente en el sector público y en las grandes empresas. Allí, los trabajadores saben que los comités de empresa son quienes defienden sus intereses, y que cuando tienen problemas, es a ellos a quienes hay que acudir en busca de ayuda.
Protesta de trabajadores de Coca-Cola y vecinos en Fuenlabrada (Madrid). Foto: Ayuntamiento de Fuenlabrada
El pasado 21 de octubre, en cumplimiento de las sentencias de la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo, se reincorporaron a sus puestos de trabajo en la fábrica de Fuenlabrada (Madrid) los últimos 130 trabajadores de Coca-Cola que quedaban por hacerlo. El triunfo de los empleados de la multinacional, que han impedido el cierre del centro productivo decretado por los propietarios, es una muestra de que la lucha sindical da sus frutos incluso en las condiciones más adversas.
Los sindicatos confían en que el Gobierno que salga de las urnas en diciembre dé marcha atrás en la reforma laboral del Partido Popular —al menos en sus puntos más sangrantes— y reanime el diálogo social. De ello y de su capacidad para atraer a los nuevos perfiles de trabajadores dependerá si las organizaciones consiguen recuperar la autoestima y la relevancia perdidas y dejar atrás el peor momento que han vivido desde la Transición.
RENOVACIÓN
La búsqueda de los líderes del futuro ha comenzado
UGT y CC OO siguen siendo, de largo, las organizaciones dominantes en el panorama sindical español. Entre ambas suman unos dos millones de afiliados y el 75% de los delegados elegidos en las elecciones sindicales, y sus líderes son quienes quienes negocian en nombre de los trabajadores los grandes acuerdos con la patronal y el Gobierno. Entre las demás centrales destaca la Confederación General del Trabajo (CGT), heredera de la tradición anarcosindicalista tras su escisión de la histórica CNT. ELA y LAB, en el País Vasco, y la Confederación Intersindical Galega tienen gran implantación en sus respectivos ámbitos. Por su parte, CSI-F goza de un apoyo significativo en el sector público.
MÉNDEZ DICE ADIÓS...
Los dos grandes sindicatos parecen estar en puertas de una renovación en sus respectivas cúpulas. Cándido Méndez ya ha anunciado que dejará su puesto de secretario general de UGT en el próximo congreso de la organización, previsto para marzo próximo. Méndez, que para entonces habrá cumplido sesenta y cuatro años, ha liderado el sindicato durante más de dos décadas. Estuvo a punto de tirar la toalla en otoño de 2013, tras el estallido del escándalo de los ERE y los cursos de formación, pero sus colaboradores más cercanos le convencieron de lo contrario.
... Y TOXO DESHOJA LA MARGARITA
A punto de cumplir sesenta y tres años, el máximo dirigente de CC OO, Ignacio Fernández Toxo, no ha desvelado si abandonará el cargo en el próximo cónclave del sindicato, aún sin fecha, pero ha dejado caer que considera conveniente un relevo generacional. Toxo, histórico dirigente de la Federación del Metal del sindicato, lleva en el cargo desde 2008.
Sea como sea, los nuevos líderes no lo van a tener fácil. El veterano líder del sindicato de comunicaciones británico Billy Hayes, citado por Owen Jones en su libro Chaves, ve así la cuestión de la renovación en las organizaciones obreras: “El movimiento sindical es capaz de recobrar fuerza, pero le falta encontrar una nueva generación de líderes con ideas e iniciativas que gente como yo somos incapaces de desarrollar”.
Mientras tanto, Podemos mantiene viva la idea de lanzar su propia organización sindical, bautizada con el nombre de Somos. El líder de Podemos, Pablo Iglesias, no ha ocultado nunca su deseo de romper el dominio de CC OO y UGT, a cuyos líderes acusa de formar parte de “la casta”.