"Es necesario inventar un nuevo capitalismo"
Entrevista
Dan Rodrik
Economista y profesor de la universidad de Harvard
“Es necesario inventar un nuevo capitalismo”
Dani Rodrik es un economista original. De origen turco, trabaja y enseña desde hace muchos años en Estados Unidos. Fue uno de los primeros economistas contemporáneos en subrayar la importancia del estudio de las consecuencias políticas y sociales de la globalización económica. Preconiza una apertura controlada de las economías y lamenta la que denomina “hiperglobalización de los años 1990-2000”, que, en su opinión, priva a los gobiernos de espacios de soberanía económica. El trabajo de Rodrik se extiende también a las estrategias de desarrollo de los países emergentes, donde subraya la necesidad de una intervención del Estado. Asimismo, al profesor de Harvard le interesa definir el concepto de “buen” economista. Abierto a los trabajos heterodoxos, también defiende el carácter científico de los métodos de la ciencia económica dominante. Sus dos últimas obras publicadas en español son Hablemos claro sobre el comercio mundial: ideas para una globalización inteligente (2018) y Las leyes de la economía: los aciertos y errores de una ciencia en entredicho (2016).
FOTO: ANDRZEI BARABASZ
La defensa del libre comercio parece estar en retroceso en Estados Unidos... ¿Comparte usted este sentimiento?
Yo respondería que sí y que no. El aumento de los populismos y las guerras comerciales de Donald Trump han llevado a interrogarse sobre el orden económico mundial como ha funcionado hasta el presente. Pero, paradójicamente, Trump ha ido tan lejos en el sentido opuesto que ha acabado por reforzar el discurso de quienes defienden la mayor apertura comercial posible: si Trump es la alternativa, mejor sigamos con un libre comercio tal como lo hemos practicado a lo largo de las últimas décadas.
¿Cuál sería la vía correcta?
Creo que la globalización ha ido demasiado lejos en lo referente a la integración profunda de las economías. Y no lo digo solo en lo que respecta al libre comercio en las fronteras, sino que también me refiero a la creciente voluntad de armonizar las políticas públicas en el interior de las fronteras. Ello no es compatible con un mundo en el que las economías son diferentes y los gobiernos necesitan recurrir a políticas diferenciadas.
Necesitamos un nuevo modelo que se podría denominar de “coexistencia económica pacífica”, un modelo que reconozca que cada democracia comporta valores diferentes, que los Estados tienen necesidad de disponer de un espacio propio de políticas públicas que no vayan siempre de forma obligatoria hacia una mayor apertura. En lo que se refiere al derecho laboral, política social, fiscal, etcétera, las multinacionales deben comprender que un país puede ser abierto sin tener, por ello, que aplicar únicamente las políticas que sirven a sus intereses.
Igualmente, hemos ido muy lejos en materia de integración financiera. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya no es contrario a los controles de los capitales y los países deben ser capaces de controlar los flujos financieros, especialmente los flujos financieros a corto plazo.
¿Quién es? |
El economista Dani Rodrik (Istambul, 1957) está considerado como uno de los economistas de hoy más influyentes en el mundo.Y en particular, su libro¿Ha ido la globalización demasiado lejos?, publicado en el año 1997, fue considerado uno de los libros más importantes de economía de esa década, según el Bloomberg BusinessWeek. Desde entonces, ha venido alertando sobre los peligros de una internacionalización de la economía sin que, en paralelo, se diseñen políticas de desarrollo local, sin que se piense en los perdedores y en cómo compensarles. Rodrik procede de una familia sefardí que emigró de España a finales del siglo XV. Obtuvo su Licenciatura de Artes (Summa Cum Laude) en la Universidad de Harvard, así como un doctorado en Economía y un máster en Administración Pública (MPA) en la Universidad de Princeton. En la actualidad, Rodrik es profesor de Política Económica Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, en la Universidad de Harvard, donde enseña en el programa de Máster en Administración Pública. El académico es miembro del comité ejecutivo de la World Economics Association, organización que promueve una aproximación pluralista a la economía. |
¿Deberían los países dejar de firmar acuerdos de libre comercio?
Hace 10 o 15 años aún se podía pensar que la firma de tales acuerdos ayudaba al dinamismo de las economías. Hoy sabemos que no es así. La apertura comercial provoca efectos masivos de redistribución de las rentas. Yo preferiría que dedicáramos más tiempo a establecer políticas de integración nacional: cuanto más se integran las economías a nivel internacional, más se desintegran en el plano doméstico. Los que han triunfado con la globalización se han separado del resto de la sociedad, lo que no deja de estar relacionado con el aumento de los populismos en muchos países.
En 2018 declaró: “La globalización ha resquebrajado las sociedades”. Es una afirmación muy fuerte.
Es lo que se constata en todo el mundo. Las sociedades están cada vez más divididas; lo vemos por el gran aumento de las desigualdades. Incluso en países como Francia, en los que las desigualdades están más contenidas, hay inseguridad y ansiedad, especialmente acerca de las perspectivas de renta y de empleo, lo que alimenta la exasperación social. Es el fruto de la desindustrialización, de la que son responsables la globalización y el cambio tecnológico. Y todo ello se ha producido en un marco en el que las instituciones protectoras se han replegado. En Estados Unidos se ve claramente, por ejemplo, en la pérdida de poder de los sindicatos.
¿Hay una respuesta económica al aumento de los populismos?
El aumento de los populismos se explica, generalmente, de dos maneras. Ya sea por la degradación de las condiciones económicas ligada a la globalización, al cambio tecnológico, a la austeridad, etcétera, ya sea por factores culturales, por una evolución de los valores hacia el rechazo del otro, la xenofobia, etcétera. Yo creo que a los partidos extremistas les resulta más sencillo movilizar sobre este género de sentimientos nativistas cuando la gente vive inmersa en la inseguridad económica.
“A los extremistas les es más fácil movilizar a la gente cuando hay inseguridad económica”
“El impacto de Keynes fue posible porque su trabajo se reescribió en el lenguaje dominante”
Desde este punto de vista, me parece importante dar una respuesta económica a dicha inseguridad. En Estados Unidos ello significaría más inversión pública en educación, infraestructuras, creación de empleo en las zonas más degradadas. Ello se financiaría gracias a una política fiscal más progresiva, que incluiría un impuesto sobre las fortunas. También habría que volver a dar poder a los sindicatos, reforzar la lucha contra el poder de los monopolios, etcétera.
Tras la crisis de la década de 1930, la ciencia económica se transformó profundamente. Ello no ha sucedido tras la crisis de las subprime o hipotecas tóxicas. ¿Por qué razón?
Es cierto que estamos en una situación idéntica a la de la década de 1930, en la medida en que es necesario inventar un nuevo capitalismo. Pero la crisis de entonces fue mucho más violenta, con una quinta parte de la población en paro. En este sentido, comprendo que la transformación sea hoy más gradual. Pero creo que está en curso.
Un estudio ha criticado las grandes revistas de economía y denuncia que alimentan la reproducción de las ideas dominantes.
En un momento dado de la historia, toda ciencia establece un consenso sobre lo que es un buen trabajo. Esto tiene la ventaja de permitir jerarquizar fácilmente los diferentes trabajos. Pero tiene también el inconveniente de que es difícil introducirse en el núcleo de la reflexión con nuevos métodos.
Sin embargo, yo defiendo la idea de que la ciencia económica ha hecho progresos en el curso de las últimas décadas y hoy es más rigurosa, aunque no haya dejado suficiente espacio a aquellas y aquellos que quieren hacer economía fuera de su marco dominante. Deseo permanecer en esta posición mediana de apertura a los trabajos heterodoxos sin perder las ventajas de la mainstream [corriente principal dominante].
¿El trabajo empírico permite elegir la buena solución de entre las diversas opciones de política económica?
El análisis empírico no es nunca concluyente. La realidad económica depende enormemente del contexto. Es tan maleable que ningún resultado preciso puede generalizarse. Es, por otra parte, uno de los problemas que plantea el método de las experimentaciones aleatorias.
“Trump va tan lejos que, paradoja, refuerza a quien defiende la mayor apertura comercial”
“Hemos ido demasiado lejos en la integración profunda de las economías”
Las experiencias locales son interesantes, pero deben tomarse con precaución, pues es muy difícil utilizarlas para definir políticas a mayor escala y en contextos diferentes. Cuando se hace así, se introduce un porcentaje mucho mayor de juicio y las diversas opciones pasan a ser mucho más desordenadas. Una acumulación de análisis empíricos que vaya en el mismo sentido eleva las barreras que se deben franquear para poder sostener un resultado sopuesto.
¿Cómo ve usted el futuro de la ciencia económica?
Como ha ocurrido siempre, la ciencia económica seguirá transformándose. Trabajar sobre el big data [los macrodatos] es útil, pero no es suficiente útil para entender el mundo. Creo, pues, que la balanza se va a inclinar de nuevo a favor de un aumento de los trabajos teóricos. Una evolución a la que también ayuda el hecho de estar en una situación semejante a la de la década de 1930: necesitamos reinventar las instituciones del capitalismo, y el trabajo teórico puede ayudarnos a hacerlo.
¿Cree usted que los economistas dominantes están abiertos a nuevas ideas?
Creo que los economistas están abiertos a todo lo que se pueda expresar en el lenguaje de la ciencia económica. Permítame que le dé un ejemplo. Los enfoques psicológicos de la economía del comportamiento no llegaron diciendo: “Vuestras hipótesis de racionalidad económica son una pamplina”. Sus defensores dijeron: “Creemos que los agentes económicos optimizan su comportamiento bajo presión, etcétera, pero podemos mostrar comportamientos que no corresponden a una racionalidad total de los agentes económicos. Se podría, pues, incluir una serie de desviaciones de comportamiento sin cuestionar por ello la fundamentación de vuestro enfoque y respetando el rigor formal de vuestros instrumentos”.
Esto da la posibilidad de importar a la ciencia económica resultados procedentes de la psicología, como en este caso, y de otras ciencias sociales. Lo que permite a los economistas hacer progresos. Es una etapa que permitirá ir más lejos la próxima vez.
Los economistas se cierran intelectualmente cuando se les dice: “Vuestros métodos no son válidos”. Pero son muy abiertos cuando se les dice: “Vuestros métodos son buenos, pero cambiemos tal aspecto particular que permitirá trabajar con representaciones más cercanas a la realidad”. Tenemos nuestros hábitos de pensamiento y para hacer que evolucionen nuestras ideas hay que proponernos otras mejores hablando nuestro idioma.
¡Pero, según eso, toda revolución científica es imposible! Jamás hubiera existido, por ejemplo, un John Maynard Keynes.
Sí, es cierto que la ciencia se protege contra las revoluciones. De hecho, Keynes fue absorbido por la disciplina y sus ideas fueron acomodadas para ser compatibles con la corriente dominante. Algunos dicen que se dejaron de lado muchas de sus ideas originales. Pero su auténtico impacto inicial se debe al hecho de que su trabajo fue reescrito en el lenguaje dominante. Más tarde se puso el acento en otros aspectos como el papel fundamental de la incertidumbre, los espíritus animales, etcétera, que se integraron en nuevos modelos en los que la demanda puede ser insuficiente y la economía puede estar equilibrada con un paro importante.
Pero no quiero rechazar su planteamiento. Es verdad que, cuando el mundo se transforma profundamente, se necesita una revolución mientras que los conocimientos evolucionan únicamente en las márgenes. La diferencia en la ciencia económica es que progresa desarrollando instrumentos de representación del mundo, no mediante la descripción de la economía tal y como funciona en concreto. Esa es, por otra parte, la crítica que se le puede hacer. Para cambiar la ciencia económica se deben utilizar los instrumentos a nuestra disposición, enmendar las hipótesis y aportar nuevos resultados que cambien nuestra visión del mundo.