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“Hay que penalizar los productos ultraprocesados”

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Julio 2021 / 93

Fotografía
Andrea Comas

Miguel Ángel Royo Bordonada

Presidente de la Asociación Madrileña de Salud Pública

“Hay que penalizar los productos ultraprocesados”

Desde su casa nos atiende a través de la pantalla el experto en nutrición Miguel Ángel Royo Bordonada, presidente de la Asociación Madrileña de Salud Pública y jefe de estudios de la Escuela Nacional de Sanidad, dependiente del Instituto de Salud Carlos III. Su mensaje: los gobiernos deben dejar de incentivar la mala alimentación. 

¿Estamos malnutridos?

Hay tres principales formas de malnutrición: la desnutrición, la malnutrición por exceso (es decir, obesidad) y la malnutrición por déficits nutricionales de vitaminas o minerales. Todas estas formas de malnutrición son el principal factor de riesgo de enfermedades y de la mortalidad en el mundo.

¿Qué porcentaje de la mortalidad?

Prácticamente un tercio de la mortalidad en el mundo tiene que ver con la alimentación. Una alimentación saludable es fundamental, junto con la actividad física y un régimen de sueño adecuado. Para tener una buena salud física y mental.

Muchas personas pobres tienden al sobrepeso. ¿Por qué?

En los últimos años, hemos superado en gran parte del mundo la desnutrición por falta de alimentos. En los países de medios y altos ingresos ahora consumimos más calorías de las que necesitamos. Además, la calidad nutricional es cada vez más pobre, y están apareciendo bolsas de desnutrición.

¿Por qué pasa esto?

La principal causa es la aparición de una amplia gama de productos ultraprocesados que tienen la característica de ser altos en calorías y pobres en micronutrientes. Luego, esos productos están producidos y distribuidos masivamente y a precios asequibles. Los productos de mala calidad son más baratos. Por ejemplo, se utiliza mucho la grasa de palma. Es lo más barato, pero es de bajísima calidad. Solo tienes que ver lo que cuesta comer en un restaurante de comida rápida. Una familia entera puede comer con 20 o 30 euros, frente a un restaurante a base de productos frescos, donde ese precio es por persona. Claro que el coste de las externalidades de esos productos (todos los costes derivados, por ejemplo, de atender las enfermedades asociadas, la diabetes, etc.), no los asumen las compañías que los producen y los distribuyen, sino la ciudadanía. El sistema actual tiene un coste para los sistemas sanitarios muy elevado. Además, están los costes medioambientales, que también los asume la ciudadanía. 

Y tienen una publicidad agresiva.

Muy agresiva. No solo es que estemos aumentando el consumo de esos productos ultraprocesados, sino que esos productos también desplazan a otros. No solo es que tú consumas una pizza, por poner un ejemplo, sino que esa pizza está sustituyendo a otro producto que podría ser fresco, menos procesado, más saludable.

 

¿Quién es?

Centrado en la prevención de la obesidad infantil, la evaluación de políticas alimentarias y la ética en la salud pública, este doctor en medicina por la Universidad Autónoma de Madrid tiene el cargo de jefe de estudios de la Escuela Nacional de Sanidad, cuyo máster en salud pública dirige. Es también profesor colaborador de la UNED y ha sido coordinador del Grupo de Trabajo de Ética y Valores en Salud Pública de la Asociación Europea de Escuelas de Salud Pública (ASPHER).

 

El agua es rica y gratis. Sin embargo, mucha gente se compra un refresco.

Uno de los principales problemas son las bebidas azucaradas. Me estoy refiriendo no solo a refrescos, sino también a zumos, a bebidas lácteas o con apariencia de lácteas. La mayor parte es agua y azúcar. El azúcar activa el mecanismo de la recompensa cerebral y genera unas respuestas en el cerebro similares a las de otras sustancias adictivas. Es decir, se produce tolerancia y cada vez necesitas más azúcar para obtener la misma respuesta. Y esto pasa también con los productos potenciadores del sabor, que están metidos ahí para inducir a un mayor consumo.

Y esa publicidad agresiva parece afectar más a la clase trabajadora ¿Es así? 

Influye más sobre la población más desfavorecida, con menos nivel educativo y con menores herramientas para contrarrestar la publicidad. Afectan mucho a los menores, incapaces de discernir y luchar contra estas estrategias.

Además, parece que las cosas están más ricas. Si a un niño le das a elegir entre un plato de verduras o una pizza, elige la  pizza… Por otro lado, la vida es muy dura. Habrá gente que piense: "Por lo menos me doy una pequeña satisfacción...".

Solo parece, se pueden preparar platos saludables y apetitosos, pero son más caros y se requiere de tiempo y habilidades que solo poseen unos pocos. Por eso decía que las personas más vulnerables están indefensas. Además, hay tres elementos que están relacionados: la alimentación, la calidad del sueño y la actividad física. Quien está más estresado en su vida y un trabajo más precario tiene más dificultades. También duerme peor y eso se asocia con una alimentación menos saludable. Todo está interrelacionado, y es muy difícil que la gente salga de ese círculo vicioso por sí misma. Las administraciones y gobiernos tienen el deber de protegerles.

Lo raro es que desde la Administración incluso se promueva la comida basura. En un centro deportivo, y hasta en un hospital, hay una nevera con comida basura, no con fruta o frutos secos.

Hay una foto que circula por Internet que es realmente llamativa: al lado de las consultas de diabetes hay unas máquinas expendedoras con productos de bollería y pastelería que aumentan el riesgo cardiovascular. Y esto se repite hasta la saciedad en centros sanitarios, educativos y deportivos.Es una gran contradicción. Los gobiernos deben incentivar a aquellos centros que promuevan una oferta saludable, acorde con sus propios objetivos y su misión. Cualquier centro de la administración pública tiene que incentivar la alimentación saludable.  Además, al final están todos los incentivos que tiene la industria para la producción de ultraprocesados. Tenemos que incentivar a la industria en la dirección contraria.

¿Cómo?

Por ejemplo, nadie concibe que una compañía alimentaria no tenga un sistema de seguridad, aunque ello implique unos costes importantes. Una intoxicación porque ha fallado el sistema de control puede significar el cierre de la empresa. Tenemos que conseguir hacer lo mismo. Hay que penalizar la producción y distribución de productos ultraprocesados de mala calidad nutricional. 

¿Cómo se consigue eso? 

De muchas formas. La primera y más importante, el precio. Se pueden poner impuestos a los productos menos saludables y reducir los de los más saludables. Poner sellos de calidad para las empresas que tengan una línea de producción más saludable, con restricciones a la publicidad de productos no saludables.

"Estamos viendo las mismas estrategias que han utilizado las industrias del tabaco y del alcohol"

"El modo en que nos estamos alimentando va a ser insostenible en muy poco tiempo"

¿Hay algún político planteando esto?

Hay propuestas. La Organización Mundial de la Salud está haciendo muchas propuestas. Lleva años. Hablan de regular el precio a través de impuestos; también de subsidios y ayudas para poblaciones vulnerables, para que puedan adquirir productos frescos y saludables.

¿Algún país lo está haciendo?

Los impuestos a las bebidas azucaradas ya se aplican en más de 20 países. En España tenemos una experiencia con un impuesto en Cataluña, en el año 2017. Los datos nos dicen que se ha reducido en torno al 15% del consumo per cápita de bebidas azucaradas. Hay países que han introducido sistemas de etiquetado de alimentos y bebidas procesadas. Por ejemplo, algunas de las iniciativas más exitosas son las que llamamos sistemas de advertencias. Aparecen advertencias en forma de semáforo rojo o en forma de sellos negros. Es el ejemplo de Chile. Los sellos chilenos nos indican cuándo un producto puede tener un contenido excesivo de nutrientes críticos, como el azúcar, las grasas saturadas, la sal, los ácidos grasos trans, edulcorantes artificiales, cafeína, etcétera. La población tiene derecho a una información veraz sobre la calidad de los productos. Sobre todo, en unos productos que se consumen a diario. 

Esto me recuerda al paquete de cigarrillos con un pulmón podrido. ¿Puede que vayamos a mejor? Hace no mucho se podía fumar en cualquier lado. 

No se puede hacer un paralelismo exacto con el tabaco. El tabaco es una sustancia nociva per se. Pero desde el punto de vista de salud pública, para mí es parecido. Todo el mundo tiene que comer todos los días, mientras que el porcentaje de fumadores varía entre los países. Desgraciadamente, la mayor parte de la gente consume productos ultraprocesados con bastante frecuencia. Por tanto, en términos de salud pública el impacto es mayor.

“El azúcar activa el mecanismo de la recompensa cerebral y genera unas respuestas similares a las de otras sustancias adictivas”

¿Tenemos alguna cifra de externalidades? ¿Del coste para la sanidad pública?

Hay algunas estimaciones de costes relacionados con la obesidad. En términos de impacto económico, el 2% del presupuesto del Sistema Nacional de Salud (2.000 millones de euros) se dedica a sufragar el sobrecoste directo del tratamiento del exceso de peso. A ello hay que sumar los costes por incapacidad laboral y la menor productividad en el trabajo, que se estiman en otros 2.000 millones.  Esto afectaba a los países más ricos, pero ahora mismo ya es un problema mundial. Los países de renta media y pobres, de hecho, se enfrentan a lo que llamamos la doble o triple carga de la enfermedad, porque conviven con porcentajes importantes de población afectados por diferentes tipos de malnutrición, tanto por exceso como por defecto, como por baja calidad nutricional. Por otro lado, se calcula que un tercio de los de la producción de los gases de efecto invernadero es producto del sistema alimentario, que también es el primer causante de degradación medioambiental. La alimentación saludable está basada en productos frescos y de cercanía. Las carnes rojas y procesadas tienen fuertes impactos negativos medioambientales y en la salud, con riesgo de cáncer, enfermedades cardiovasculares, etc. Tendría que reducirse muchísimo y sustituir la carne por proteínas de origen vegetal y pescado. 

Para comer verduras, frutas y carnes ecológicas hay que estar en una élite.

Hasta ahora los criterios que se utilizan para definir que un producto es ecológico no tienen en cuenta todos los aspectos relacionados con el impacto medioambiental. No miden bien la huella ambiental. Por ejemplo, puedes comprar en España un producto con el sello ecológico que viene de Argentina. Es otra contradicción. Cercanía no quiere decir simplemente que sea tulocalidad, comarca o provincia. Puede ser del mismo país, y que sea siempre de temporada. La huella ambiental es muy alta para los productos que no son de temporada.

Ahora hay campañas de las grandes compañías para vender productos sin gluten, sin lactosa, eco...  ¿Algo está cambiando?  

Esto tampoco está bien regulado. La regulación actual de alegaciones de nutrición permite que cualquier producto pueda llevar una alegación en alimentoso de salud, aunque globalmente sea un producto no saludable. Pasa con muchas marcas de cereales para el desayuno, que añaden vitaminas y minerales, pero que tienen un porcentaje altísimo de azúcar, y que no son nada recomendables para los niños ni para los adultos. Hay un reglamento de la Unión Europea de 2006 que regula las alegaciones nutricionales. El propio reglamento decía en su preámbulo que había que desarrollar las alegaciones: establecer unos perfiles nutricionales para que las alegaciones solo las puedan llevar aquellos productos que sean globalmente saludables. Esto, decía el preámbulo, se tendría que haber desarrollado para el 2009. Estamos en 2021 y todavía no se ha hecho nada. 

¿Son importantes los lobbies de la industria?

Tienen mucha influencia. Estamos viendo las mismas estrategias que han utilizado las industrias del tabaco y del alcohol. 

¿Cree usted que en el futuro pasará lo que ha pasado con el tabaco? 

Espero que sí, aunque va a ser más difícil. Hay un acuerdo muy importante, el convenio marco del tabaco, que orienta muchas políticas y entre otras cosas establece que ningún científico puede aceptar fondos de las compañías tabacaleras. Eso ha funcionado muy bien. Aunque ahora Philip Morris ha diseñado una estrategia basada en una supuesta reducción del riesgo con los cigarrillos electrónicos y el tabaco calentado. Estas compañías están intentando captar de nuevo a científicos y profesionales de la salud. Y alguno está entrando en ese peligroso juego. Pero es muy raro, con el tabaco hay un consenso importante al respecto. Sin embargo, el que científicos, profesionales de la salud y asociaciones científicas de profesionales de la salud acepten dinero de de compañías productoras de bebidas azucaradas o de alimentos ultraprocesados, es muy habitual.Necesitamos algo parecido al convenio marco del tabaco para los productos ultraprocesados de baja calidad nutricional. Hay muchas resistencias, pero deberían llegar las limitaciones. Los impactos en salud y medioambientales del modo en que nos estamos alimentando van a ser insostenibles en muy poco tiempo.