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“Hay que recuperar un contrato social”

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Junio 2019 / 70

Unai Sordo

Secretario general de CC OO

El líder sindical cree que la idea de organizar a los trabajadores para defender intereses comunes sigue vigente en la sociedad digital

“Hay que recuperar un contrato social”

Unai Sordo está a punto de cumplir dos años como secretario general de Comisiones Obreras (CC OO), formación que comparte con la Unión General de Trabajadores (UGT) el liderazgo de la acción sindical en España. Graduado social por la Universidad del País Vasco, Sordo trabajó en la industria maderera antes de dedicarse de lleno al sindicato, en el que ha ejercido puestos de responsabilidad desde muy joven. A sus 46 años, tiene fama de ser una persona reflexiva, más proclive a la negociación y al pacto que a la confrontación. A mediados de mayo, días después de las elecciones generales que dieron la victoria al PSOE, charló con Alternativas Económicas en su despacho de la sede confederal de CC OO, ubicada en el barrio madrileño de Chamberí.

FOTO: J. P. V.-G.

¿Siguen siendo necesarios los sindicatos en esta época marcada por la tecnología, el trabajo autónomo y la economía de plataforma?

Creo que son tan necesarios como siempre. Lo que pasa que los cambios que se han producido en la economía requieren de sindicatos con formas variables de organizar a la clase trabajadora, algo que no se hace igual en una economía industrial fordista y de grandes empresas que en una economía posindustrial digitalizada, donde la variedad de situaciones es enorme. La idea de seguir organizando a trabajadores que dependen de una empresa y de conseguir derechos colectivos a través de esa organización sigue tan vigente como siempre. Eso, al final, es el sindicato.

¿Cómo deben adaptarse las organizaciones sindicales a todos estos cambios tan rápidos?

En los últimos años se ha producido una ruptura del viejo modelo de empresa. Las empresas han externalizado buena parte del riesgo con diversas formas de precarización del empleo, bien a través de la rotación vinculada a la temporalidad, a través de la jornada a tiempo parcial que luego se incrementa de forma flexible a criterio del empresario. El modelo plataforma es una forma definitiva de descentralizar el riesgo empresarial para hacerlo recaer sobre sobre las espaldas de los trabajadores. Lo que tiene que hacer el sindicato es integrar lo que la empresa desintegró. Seguimos teniendo una presencia importante en las áreas más clásicas del mundo de la empresa, allí donde hay un centro de trabajo y donde existe cierta identidad de clase, intereses compartidos y un convenio colectivo. Tenemos más dificultades para implantarnos en las cadenas de subcontratación, en esas iniciativas de falsos autónomos y en la economía digital. ¿Qué tenemos que hacer? En mi opinión, vincular las partes fuertes del mundo del trabajo, aquellas donde el sindicato genera organización, con las partes más débiles, que son cada vez más. Debemos ser proactivos: el sindicato tiene que aterrizar en los nuevos centros de trabajo. A veces tendremos que hacerlo desde fuera, porque en muchos de ellos ya no existe la capacidad de organizarse endógenamente. En los aeropuertos, por ejemplo, tenemos mucha presencia en las grandes empresas, como Aena e Iberia. Si conseguimos que esas secciones sindicales se encarguen también de los problemas de la jardinería, la seguridad y el control, el sindicato se acaba haciendo útil, la gente se acaba afiliando y se refuerza la organización.

¿Qué frutos han dados sus esfuerzos en ese sentido?

Han dado bastantes frutos. Hace poco hemos conseguido que se descalifique como cooperativa a Servicarne. Hemos demostrado que estaba actuando como una cooperativa falsa de trabajo autónomo, que lo único que hacía era poner a trabajadores autónomos, a los que no se les aplicaba el convenio colectivo, a disposición de las empresas del sector cárnico. Era una especie de trata de mano de obra. Hemos conseguido que cientos, miles de trabajadores se hayan incorporado a las empresas principales, que tengan un convenio y una cotización a la Seguridad Social. Es un ejemplo práctico de cómo en estas nuevas formas de ingeniería empresarial el sindicato también se puede hacer útil. 

¿Cómo se pueden mejorar las condiciones laborales en los grandes monopolios digitales del tipo Amazon, Google o Facebook?

Es una dinámica nueva. Ahora mismo tenemos un conflicto bastante duro con Amazon con una huelga que está siendo muy atacada por la empresa, que trata de sustituir el empleo. Necesitamos mucha capilaridad, estar muy cerca de esas realidades productivas, estar con la gente. Y a partir de ahí necesitamos que estos trabajadores que muchas veces han tenido una visión muy individualista del puesto de trabajo entiendan que sus intereses son colectivos y que incluso aquellos que trabajan a través de una plataforma y que están obligados a hacerse autónomos interpreten que detrás de ese montón de trabajadores que están en su misma situación hay un interés colectivo, que tiene que ser organizado y que no pueden ser únicamente reactivo. No se trata solo de cómo me quejo, de cómo denuncio cuando tengo una situación de explotación, sino de cómo me organizo y cómo busco la interlocución con lo que en términos clásicos llamábamos empresa y hoy llamamos de formas múltiples. También es preciso incorporar nuevos elementos de movilización —evidentemente, sin descartar la huelga— que incorporen la socialización del conflicto, jugar con la importancia que hoy en día tiene la marca o la imagen corporativa de una determinada empresa para abordar no solo la relación clásica capital-trabajo, sino también la relación de la marca con la sociedad. 

¿Quién es?

Hijo de emigrantes procedentes de la provincia de Valladolid, Unai Sordo nació el 2 de octubre de 1972 en Barakaldo (Vizcaya) y creció en el barrio bilbaíno de Uríbarri,que surgió del crecimiento industrial de la segunda mitad del siglo XX. Se considera a sí mismo “un deudor social” por haber estudiado siempre en el sistema público, desde el colegio hasta la universidad. En su blog personal recuerda que hizo sus “pinitos revolucionarios” llevando a clase un cartel con la “boda” de Felipe González y Ronald Reagan para protestar por la entrada de España en la OTAN. FOTO: J. P. V.-G.

 

¿Está llegando este mensaje a los trabajadores de plataforma?

Lo estamos intentando, pero como cualquiera puede entender no es excesivamente sencillo. No es igual hacer sindicalismo con un centro de trabajo donde en un espacio de equis metros cuadrados convivían 2.000 trabajadores, casi todos hombres, casi todos vestidos igual, con el mismo convenio colectivo y con problemas homogéneos, que con unos trabajadores que se conectan de forma más o menos ocasional o más o menos permanente a una plataforma, que no tienen un centro de trabajo, que como mucho quedan a ratos en una plaza y que tienen itinerarios de trabajo absolutamente dispersos. Es evidente que hay que utilizar las herramientas digitales para llegar a este tipo de gente. 

¿Qué herramientas?

Las plataformas, los grupos de comunicación, las redes sociales y este tipo de cosas. El sindicalismo virtual es una parte de lo que hay que hacer, pero no puede ser todo lo que hay que hacer, porque construir un cuadro de derechos laborales exige una negociación, una fórmula de representación, no pueden negociar todos los trabajadores a la vez. El peligro es que estas nuevas formas de puesta a disposición del trabajador autónomo a través de un sistema de asignación de la carga de trabajo casi en tiempo real que ofrecen las redes digitales penetre en otros sectores, de camareros, de reponedores, de cajeras o cajeros en un supermercado... Todo esto hay que regularlo, porque tiene un potencial de destrucción del propio derecho del trabajo muy peligroso.

¿No cree que los sindicatos tienen parte de responsabilidad en el deterioro de las relaciones laborales?

Estamos ante un cambio global de la sociedad, pero que afecta de forma particular al mundo del trabajo y sería absurdo que las organizaciones representativas del mundo del trabajo no tuviéramos responsabilidad. Pero no sé si es tanto una cuestión de errores como el resultado de una ofensiva iniciada en los años ochenta del siglo pasado, con experimentos en el thatcherismo y en la economía de EE UU, que impuso un modelo triunfante durante dos o tres décadas largas, prácticamente hasta el estallido de la crisis. Nos podemos preguntar, ¿en qué han fallado los sindicatos españoles para que esto haya ocurrido? Si esto ha pasado en todos los países, a lo mejor no es una cuestión de los sindicatos españoles. Lo mismo esto es un poco más complicado. Si te vas a Francia, te vas a Italia o te vas a Alemania, a cualquier sitio, las dinámicas son las mismas.

El discurso neoliberal que se impuso en la época de Thatcher y Reagan y sigue siendo el dominante en el mundo político y en la academia. ¿Qué se puede hacer para contrarrestarlo?

Estamos ante una disputa cultural y política. Toda la literatura antisindical tiene que ver con un concepto de los salarios como gran problema para el desarrollo de la economía. En España hemos tenido una prueba evidente con la apuesta por la devaluación salarial como forma de recuperar competitividad externa mediante la caída de salarios. Sin ir más lejos, en los últimos tiempos se han anunciado casi las siete plagas por la subida del salario mínimo interprofesional o por la subida de los salarios. Es decir, hay que dar una batalla ideológica. Creo que hay que contraponer este discurso con muchísima literatura alternativa, con la interacción del sindicato con la academia, con los economistas, con los que saben de derecho laboral. Como solemos decir, esto no es economía, es ideología. ¡Decir que subir el salario mínimo iba a provocar una destrucción masiva de puestos de trabajo! Han bastado cuatro meses para demostrar que esto no era cierto.

“La lucha contra la desigualdad y la precariedad debe ser prioridad del Gobierno”

“Las plataformas  tienen un potencial muy peligroso de destrucción”

¿Cómo está funcionando el nuevo salario mínimo?

Los últimos datos de desempleo y de afiliación a la Seguridad Social demuestran que los salarios, y sobre todos los más bajos, no solo podían, sino que debían subir, y que el efecto de la subida del salario mínimo a la hora de desincentivar la creación de empleo es marginal en comparación con los beneficios de la subida de los salarios más bajos. La forma de contrarrestar esa literatura thatcherista y reaganiana es, por un lado, el debate ideológico, y por otro, la presencia continua en el centro del trabajo. O la gente entiende que ese interés de clase, esa agregación de intereses que representa el sindicato, tiene que dar respuesta también a su problema cotidiano, o vamos a ir mal. 

¿Qué conclusiones saca de los resultados de las elecciones generales?

Afortunadamente, España ha demostrado que tiene mucho sentido común y que tiene una población con una visión progresista de la convivencia que se ha movilizado. Ha sido una campaña de enajenación política de las derechas que espero sea transitoria, porque el gran riesgo de la irrupción de una opción tan poco espontánea como Vox no ha sido tanto su mensaje neofascista, que seguramente nunca ha desaparecido de una parte de la sociedad española, sino la capacidad de contaminación que ha tenido en la derecha clásica del PP e incluso de la derecha que dijo que venía a renovar y hacerse moderna. Ha sido una reacción de la España progresista, de la España que se mira a sí misma en clave de futuro y que lógicamente no está por la labor de avalar posiciones de confrontación, en algunos casos desde conceptos preconstitucionales.

¿Qué medidas más urgentes debería adoptar el nuevo Gobierno?

Sobre todo, situar la lucha contra la desigualdad y la precariedad laboral y vital de la gente en la primera página de la agenda. En segundo lugar, abordar las reformas estructurales que España necesita para acomodarse al siglo XXI. Ambas cosas deben ir a la vez y son condición sine qua non para la otra. Hay que hacer cuentas con los primeros años del siglo: las reformas laborales, la reforma de las pensiones y las reformas fiscales se hicieron para devaluar internamente el país y son lastres para abordar retos sobre formación permanente, transición ecológica y energética, política industrial, política fiscal y pensiones. La crisis política surgida de la desigualdad es muy evidente. Vox no se explica si no entiendes lo que ha ocurrido en España en los últimos 10 años. Hay que corregir esas reformas, particularmente la laboral y la de las pensiones, y plantearse el debate fiscal en España sin escuchar las cosas que se dicen en un país con una presión fiscal ocho puntos por debajo de la media de la Unión Europea. Tres partidos concurrieron a las elecciones diciendo que había que ir a una bajada generalizada de impuestos. O no saben lo que dicen, o quieren suicidar el país, o les ciega la ideología o el interés de clase, o todo a la vez.

Aunque no con tanta fuerza como en Francia, la extrema derecha española está creciendo entre sectores populares que tradicionalmente han votado a la izquierda. ¿Qué se puede hacer para frenar esta tendencia?

Analizando los datos electorales, afortunadamente se puede decir que esto en España ha ocurrido de forma bastante atenuada y que el voto a la extrema derecha en los barrios populares ha sido relativamente pequeño. En parte nos ha salvado que hemos tenido un triunvirato de derechas muy clasista y muy ultraliberal, porque Vox no ha tenido ningún discurso social, ha tenido un discurso para las élites. Hasta en la pinta se les ve; es que son clasistas. Si ves cómo han votado las periferias de las ciudades en Francia, ahí sí que se ha encendido una luz roja. Por eso en el Primero de Mayo decíamos que los resultados electorales abren una magnífica oportunidad para tratar de recuperar un contrato social. No se puede despreciar el debate sobre la fiscalidad y llevarlo, por ejemplo, donde lo llevaron socioliberales de la tercera vía... Es el discurso de Albert Rivera cuando dice que el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos. Lo dice porque esto no le suena mal ni a quien gana 15.000 euros ni a quien gana 900. Tenemos que hacer hacer mucha pedagogía para decir: ‘oiga usted: si gana 900 euros no hay que subirle los impuestos, que ya paga bastante de IVA y en proporción está pagando más impuestos que los otros. Es que usted, sin servicios públicos, sin pensiones públicas, sin dependencia, sin sanidad y sin educación, con 900 euros es un cadáver, mientras que ellos pueden prescindir de todos esos servicios públicos’. Es preciso recuperar un contrato social con políticas mucho más inclusivas, con políticas que hagan recuperar a la gente esa sensación de que tenemos un interés compartido, un interés común como ciudadanía, como clase trabajadora. Los partidos de izquierda están ante una responsabilidad histórica enorme de no desaprovechar esta oportunidad que no va a ser fácil de gestionar, pero están obligados a intentarlo.

 

REFORMA

“Hay que meterle un viaje a la contratación”

 

¿Cree que el Gobierno va a derogar las reformas laborales?

Mal haría en no corregir aspectos centrales de la reforma, sobre todo la de 2012. Y si piensan que poniendo el señuelo de un nuevo Estatuto de los Trabajadores nos vamos a olvidar de lo que quedó pendiente de la última legislatura, se está equivocando.

¿Cuáles son esos aspectos centrales que hay que corregir?

Particularmente que los salarios no se puedan rebajar por convenios de empresa y que se recupere la prevalencia de aplicación del convenio sectorial. También debería cambiar todo lo que tiene que ver con las condiciones de subcontratación y de externalización. Hay que garantizar que cualquier empresa que subcontrate parte de su actividad tiene que poner encima de la mesa la aplicación del convenio de referencia. Hay que garantizar también la ultraactividad de los convenios colectivos: no puede ser que desaparezca un convenio si al cabo de un año de negociación no se llega a un acuerdo. Habría que meterle un viaje importante a todo lo que tiene que ver con la contratación. La contratación temporal es sistemáticamente fraudulenta en España y los sistemas de contratación son incentivos perversos que tienen las empresas. Creo que el juego de contratación temporal y despido como forma de ajuste de las empresas al ciclo hay que corregirlo y buscar elementos parecidos a los que se usan en el centro de Europa o en algunas partes de España donde hay más economía industrial. Es decir, de verdad buscar elementos de flexibilidad interna pactada dentro de la empresa frente al despido, y no lo que se ha hecho en la reforma laboral, que es abrir las compuertas a todo: a precarizar, a despedir, a contratar mal.

Más mujeres:Unai Sordo asegura que la renovada fortaleza de los sindicatos tiene mucho que ver con la participación de las mujeres, cuyo ritmo de afiliación triplica ya al de los hombres. FOTO: J. P. V.-G.

 

FUTURO

“No podemos dejar a gente en la cuneta” 

 

Cada vez más robots sustituyen a las personas. ¿Habrá trabajo para todos?

Ya no hay trabajo para todos en España. Desde el segundo trimestre de 2017 ya producimos más que antes de la crisis con menos personas trabajando y tenemos un 14% de paro. En los próximos años va a haber, al mismo tiempo, una destrucción y una creación de puestos de trabajo, y aún no sabemos cuál será el saldo neto. El gran reto es organizar bien las transiciones de empleo para que cuando cambien los puestos de trabajo, que van a requerir habilidades y conocimientos distintos, tengamos buenos sistemas de orientación y formación para no dejar a la gente en la cuneta. Pero por muy bien que se haga, va a haber colectivos que no van a poder incorporarse en tiempo y forma.

¿Cree conveniente una renta básica para no dejar de lado a esas personas?

No sé si es la solución, pero es absolutamente necesario reconsiderar el sistema de garantía de ingresos, incluyendo una reforma de la prestación de desempleo. Se ha demostrado que esta era suficiente para el paro de rotación, pero no para el de larga duración. No sé si la sociedad está preparada para la presión fiscal que requeriría una renta básica universal o si políticamente sería sostenible, pero es un debate. En todo caso, las rentas mínimas garantizadas deben cobrar protagonismo.