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“Vamos a una guerra de recursos entre jóvenes y mayores"

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Diciembre 2020 / 86

Irati Mogollón

Socióloga, experta en alternativas colectivistas y envejecimiento activo

“Vamos a una guerra de recursos entre jóvenes y mayores"

El virus se ha cebado con especial virulencia en las residencias de mayores, donde más de 22.000 personas han muerto como consecuencia de la covid-19 o con síntomas compatibles con ella. La pandemia ha destapado  la situación de los geriátricos. Desde marzo oímos constantemente que debemos ir a otro tipo de modelo para envejecer de otra manera, aunque no se concreta cuál. La socióloga vasca Irati Mogollón ha investigado ampliamente experiencias alternativas que se desarrollan en Europa.

En su opinión, ¿cómo deberíamos reenfocar el modelo de residencias?

En primer lugar, no existe un modelo público homogéneo en el territorio sobre cómo son y deben ser las residencias geriátricas. Una mayoría acaparadora de los centros son privados. Y casi todo el resto, concertados. Si hay alguna plaza libre, la puedes tener siempre que puedas pagar 2.000 o 3.000 euros al mes. Es una realidad sangrante. No puede ser.

Parece complicado que el sector público vaya a recuperar las residencias...

Yo preferiría que todas las residencias fueran públicas, porque detrás suele haber grupos económicos muy potentes que buscan el lucro. No hablo de beneficio, que no es malo, sino de lucro. Eso supone no contratar a todas las personas necesarias para ofrecer el servicio. Por adorables profesionales que tengas, si tienen 10 minutos por cada residente, son 10 minutos. Eso tiene enormes implicaciones sobre el modelo de cuidados. Hay residencias en las que te ponen un pañal, estés o no capacitada para aguantarte. Estas cosas te pueden hundir emocional y psicológicamente; es decirte que se acabó. Y, además, el Estado las financia. Es sangrante para las arcas públicas.

Las residencias concertadas se quejan, sin embargo, de que con los precios que se les pagan no se cubren costes.

Es que es muy difícil sacar lucro de este espacio. De donde se saca el beneficio es de tener poco personal y en malas condiciones laborales. También se promueve que vendas la casa a la residencia para pagarla, a renunciar a lo único que te has ganado durante toda tu vida. 

En los últimos años han entrado en el sector muchos fondos de inversión.

Es un lobby en toda regla. Y a veces, con políticos recolocados como jefes, sin tener ni idea del sector. Saben que se van a necesitar muchos servicios por el envejecimiento de la población. Por eso hay que hablar de cómo regular los precios de forma estricta, para no acabar como en los modelos anglosajones, en los que si tienes dinero, entras, y si no, te quedas fuera. Yo prefiero que todo sea público, pero para ser realista, es necesaria una  fiscalización estricta para detectar dónde hay abusos económicos y de derechos humanos. Hay que auditar los centros en todos los sentidos. A veces, la situación es dramática y la covid la ha sacado a la luz.

 

¿Quién es?

Irati Mogollón (Lezo, Guipúzcoa, 1991) se implicó en el asociacionismo de pueblos y en el movimiento sindical estudiantil del País Vasco desde muy joven. Es doctora en Sociología y realizó el Máster de Estudios Feministas de Género. Desde 2007 investiga sobre alternativas colectivistas más allá del Estado, el mercado y la familia. Con la arquitecta Ana Fernández Cubero escribió Arquitecturas del cuidado (Icaria) tras un largo viaje por Europa. Señala experiencias y caminos hacia un envejecimiento activista. Ha participado en el ciclo La Emergencia del Hábitat Urbano: Retos y Oportunidades, organizado por la Fundació Hàbitat 8 Impuls en el Palau Macaya (Fundación La Caixa).

No todos los centros son iguales.

Es cierto que las residencias han experimentado una evolución. Antes eran centros donde se aparcaba a la gente para que pasara los últimos años de su vida. Después se pasó a un modelo sociosanitario, que incluye la salud, que permite cosas como llenar tu habitación de fotografías y recuerdos para simular un hogar. Pero esos espacios siguen estando intervenidos. Cuando las personas usuarias intentan apropiarse de ese espacio y sentirlo como suyo, topan con límites. Si te pasas, pueden hacerte quitar los dibujos de la pared. Pon flores, pero no te pases. Quien los mira con esos ojos piensa que está en un hospital, y que todo debe estar bien limpio. Hay asistentas que tienen todas las llaves y entran a todas partes, a todas las habitaciones, en cualquier momento. ¿Qué privacidad es esa? Y tú estás ahí y te dejas. Y hay algo más: la idea que de la residencia ya no sales, te guste o no el ambiente. 

Una corriente de opinión pide una mayor medicalización ante lo ocurrido con la pandemia.

Una de las consecuencias del virus puede ser que las residencias aún se parezcan más a hospitales. Yo cuando pienso en el modelo hacia el que hay que tirar pienso en uno que no esté completamente monitorizado, ya sea desde el punto de vista sanitario o desde el control familiar. Tiene que ser convivencial. Lo que reivindico es la copresencia, lo que significa espacios de encuentro y colaboración donde sucedan cosas no pautadas. Pienso en el Hogar del Jubilado de Romo, en Getxo, por el que hemos estado batallado mucho pero que es descorazonador por cómo va a acabar. Lo van a derruir. 

¿Qué modelo sigue Romo?

Allí se plantaron; los mayores se lo gestionan ellos. No querían pasar el día  haciendo cosas como pintar mandalas.Hemos hecho talleres sobre sexualidad, o sobre chantaje emocional, o sobre la socialización con la enfermedad. Se empodera a las personas. Y nadie necesita estar controlando nada. Del mismo modo que una persona mayor va a la peluquería, y la peluquera comenta después a la hija de su clienta que ha visto a su madre muy desubicada, el camarero de la cafetería del centro puede advertir cosas. El tejido social se conecta de otra manera. Haya lo que haya en el espacio, lo que importa es que permita la sociabilidad.En teoría, hay muchas posibilidades de socialización en las residencias; el problema es que se llega ya muy mayor.

Supongo que tiene que ver con el hecho de que accedes a una plaza pública si sufres el mayor grado de dependencia.

Eso es. Hay posibilidades de socialización, pero cuando se llega a la residencia ya se está muy desgastado, casi roto. Y es muy tarde para la toma de conciencia y el empoderamiento. Y en ese larguísimo mientras tanto, de los 65 años a los 90, no hay un trabajo para socializar con la enfermedad, ni se crean redes de personas mayores. Hay que centrarse en la prevención. Tenemos 30 años hasta llegar a la dependencia grave. Y el debate es: ¿cómo vamos a gestionar esta situación? Ya sea desde el ámbito público, el privado o el comunitario o el colaborativo.

¿Son útiles para eso los centros de día?

Son deprimentes y aburridos. Las personas mayores están con su tarjetita del bingo, pero no hay comunicación real. Hay gente mayor a la que por edad le gusta Iron Maiden, pero a la que en los talleres de musicalidad le ponen a Manolo Escobar. ¿Cómo vas a proponerles a personas de 65 o de 70 años que hagan mandalas? Antes durábamos 10 años después de jubilarnos. Ahora pueden ser 30 o más. Hay múltiples debates sobre la soledad no buscada, la muerte, el legado, las expectativas, tu aportación a la sociedad más allá de cuidar a los nietos. Todo eso se pierde porque no hay una infraestructura para encontrarse y ayudarse. Hay gente muy capacitada con ganas de dar, y hasta de redimirse. 

Es necesaria una fiscalización estricta en las residencias para controlar abusos"

El esencialismo sobre las cooperativas de vivienda no lleva a ninguna parte"

La proporción de mujeres en la población mayor de 80 años es mucho mayor a la de hombres. ¿Con qué implicaciones? 

El envejecimiento es femenino. Y la gran pregunta es quién cuida a la cuidadora. Porque la identidad de la cuidadora se basa en cuidar, y puede vivir como un fracaso tener que ser cuidada. Su identidad se basa en ser útil, para que la quieran. Y obviamente, además, el edadismo está atravesado por el patriarcado. Las mujeres mayores son abuelitas adorables y los hombres son maduros interesantes.  O vemos cómo un hombre que enviuda rehace fácilmente su vida, y una mujer, aunque no vaya de luto, puede instalarse en el "se acabó". Y otras cuestiones tienen que ver con aceptar las arrugas. Existe el rechazo al propio físico. Hay mujeres que llegan a cortarse, no se soportan.

Siempre hablamos de los mayores desde el punto de vista del coste, y no de la aportación a la sociedad y a  la economía.

La discriminación por edad se da entre los mayores de 65 años y también entre los niños, porque hasta los 18 años se nos infantiliza. Si no trabajas, no tienes reconocimiento ni voz. Mucha casualidad es que los jóvenes quieran ser mayores y los mayores reivindiquen que se sienten jóvenes. Apelan a la sociedad que les ha hecho creer que si eres productivo, vales. La sociedad del empleo.

El Banco de España dice que hay que trabajar más años para pagar pensiones, pero ¿quién te contrata con 58 años? 

Sí, claro, y a la vez los jóvenes siguen sin estabilizarse ni poder emanciparse con 30 años. Y el paro juvenil está en el 40%. Es absurdo decir a las generaciones más mayores que tienen que seguir trabajando cuando los jóvenes no encuentran empleo, ni pueden emanciparse ni insertarse laboralmente. Vamos a vivir una guerra de recursos. Jóvenes contra mayores. Y es una locura. 

¿En qué sentido?

El Estado no va a poder atender a todo el mundo. Si ayudo a unos, no ayudo a los otros. Son dos colectivos vulnerados, más que vulnerables. Tienen problemas de inserción y de emancipación. Y las discriminaciones no se juntan, se trabajan de manera específica. Cuando se juntan, los mayores se convierten en recursos y están hasta agradecidos de serlo. Según la Sociedad Española de Geriatría, los últimos estudios hablaban de que las personas mayores trabajan una media de seis horas diarias cuidando a sus nietos y nietas. Eso está a dos horas de ser una jornada laboral regulada. No es ir a ver a los nietos o echar una mano. 

Pero también pueden desearlo.

Hay un mandato moral en el que las mujeres son las primeras llamadas a filas. Hay que politizar el envejecimiento, lo que significa verbalizar, entender desde qué lugar se está realizando este trabajo. Hay mujeres que siempre han sido recursos, no han tenido vida propia. Y buscan gente a la que cuidar. Cuando se da el segundo nido vacío, el de los nietos, se encuentran solas con 90 años y sin red de amigas. Es peligroso llegar a la vejez sin una red y proyectos más allá del cuidado. 

"Antes durábamos 10 años tras la jubilación. Ahora, 30 o más. ¿Cómo vamos a gestionar esta situación?"

Has visto muchos modelos de viviendas colaborativas. ¿Alguna conclusión?

Hay un montón de posibilidades: públicas, privadas, cooperativas, modelo de cesión de uso... También hay viviendas colaborativas donde puedes participar sin vivir en ellas. Son espacios de interacción en el que puedes participar en el grupo de cocina o pintura,o en charlas. Los modelos en el resto de Europa son diversos y se apoyan entre sí desde dicha diversidad. Hay incluso curiosidad por aprender qué aporta cada uno, y con qué limitaciones. Los modelos crecen cuando se mestizan. Y para vidas heterogéneas no puede haber soluciones únicas.

Existe polémica sobre la pureza del modelo de la cooperativa de vivienda si no es por cesión de uso. ¿Qué opina?

Es irónico que se colabore entre los pioneros y aquí haya peleas. Si una idea se desarrolla por mil maneras, hay que pensar en término de alianzas. Y no hay que estar al 100% de acuerdo para colaborar. El esencialismo no lleva a ninguna parte.

Hay quien piensa que si se sigue siendo propietario de la vivienda, aunque la cooperativa lo sea de las zonas comunes, se individualiza la seguridad económica y se diluye la filosofía comunitaria.

Si entramos en ese juego, quienes podrían decir cuál es el camino son los daneses, o los suizos, porque llevan 60 años con tradiciones comunitarias. A lo mejor viene alguien del barrio libre de Christiania a decirnos que no somos puros porque no hemos ocupado el espacio, sino que hemos ido a papá Estado para que nos ceda suelo. Si nos ponemos estupendos, yo podría reivindicar que, en las cooperativas de viviendas por cesión de uso, personas de clase media, de raza blanca y con estudios superiores, reivindican al Estado recursos muy escasos que deberían ir a gente vulnerable, como la población inmigrada. Y que quien puede dar una entrada para la cesión de uso debería estar muy atrás en la cola de los recursos públicos, así que deberían estar buscando maneras alternativas de hacerlo y autogestionadas. No lo reivindico porque entiendo desde qué posición lo hacen: la de abrir brecha de un nuevo modelo. Vivan todos los modelos si tienen valores de cambio de sociedad y de transformar situaciones de discriminación. Lo importante es ampliar el modelo de prácticas, no las etiquetas ni la forma jurídica o societaria.

¿En todos los casos debe haber implicación institucional?

Hace falta una implicación total de las instituciones. Con avales de compra para que la sociedad civil pueda competir con los lobbies inmobiliarios en igualdad de condiciones. Y facilitando el papeleo burocrático. En Alemania hay técnicas públicas de cohousing en ayuntamientos como el de Bonn. Aquí este servicio se privatiza con facilitadores privados, por muy cooperativas que sean.