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La emergencia del bien común ‘cosmolocal’ // Bélgica: Gante, Tecnología y bienes comunes

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Enero 2020 / 76

El gigante tecnológico IBM ha invertido este año 34.000 millones de dólares en Red Hat, empresa de referencia en el software de código abierto (open source), en la mayor adquisición de su historia. Michael Bauwens explica la clave de una operación colosal: “Compartir es bueno. Bueno no solo para los partidarios del bien común. Es bueno también para el capital”.  El padre de la Foundation for Peer-to-Peer (P2P) Alternatives tiene claro que no se puede construir una auténtica economía local sin compartir, sin el sharing, entre otros elementos como el acercamiento de la producción a las necesidades locales o la equidad social.  

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

El investigador y consultor belga lleva más de una década explorando la gestación de una sociedad y una economía basadas en el bien común y la producción entre pares o iguales. Se trata de un movimiento que ya en las sociedades tribales —así lo vemos aún hoy— encarnó el primer modelo dominante de asignación de recursos, y que, tras adoptar distintas formas a lo largo de la historia, vive momentos de auge. Así se ha visto sobre todo en las ciudades tras la gran crisis de 2008. De hecho, después de cada crisis ha vuelto la idea de comunidad, como una especie de antídoto, y más porque en la actualidad el capital ya es transnacional. 

“Las iniciativas favorables al bien común se han multiplicado por 10 en poco tiempo. La gente empezó compartiendo actividades redistributivas como la comida, la casa y el transporte, y se empieza a plantear compartir la producción”, explica Bawens. Su trabajo de investigación constata que es una tendencia que se da simultáneamente en distintos países, como Bélgica, Francia e Italia. De hecho, el propio consultor preparó un Plan de Transición al Bien Común para Gante, cuyo anterior equipo municipal quiso estudiar de qué modo las autoridades locales podían reforzar las iniciativas ciudadanas y la creciente comunidad partidaria del bien común. El trabajo de Bawens aconsejaba olvidarse de regular y de intentar controlar el movimiento desde arriba y, en cambio, limitar el rol de las autoridades a ejercer de socio facilitador de los proyectos. 

El movimiento del bien común vive hoy una fase caracterizada por la producción cosmolocal. ¿En qué consiste este concepto? Para el presidente de la Foundation P2P Alternatives, las comunidades se cuestionan cómo pueden producir de otra manera, pero no pensando en un inútil retorno al pasado, sino teniendo en cuenta los flujos que intervienen en el territorio. Y a partir de estos flujos de intercambio, está emergiendo una auténtica economía del bien común, un sistema abierto que supone un nuevo régimen de valor basado en las aportaciones que realiza cada persona.  Con una dificultad: no todo el mundo es retribuido por su contribución, aunque todo el mundo ayude a generar valor. 

 “No reconocemos todo el valor que se genera en estas nuevas comunidades productivas y deberíamos hacerlo”, apunta el experto belga. Imaginemos un nuevo sistema de traducción común gratuita que la comunidad quiere impulsar. “La gente tiene que vivir de algo. Y quizá en algún momento alguien propondrá a dos de los miembros de la comundiad que traduzcan un libro y les pagan por el encargo. La comunidad tal vez podrá continuar funcionando correctamente, pero solo una minoría habrá sido capaz de traducir  el valor que  aportan en valor de mercado”, ilustra. Bauwens propone un sistema de contabilidad de las aportaciones de valor entre iguales, como algo propio del poscapitalismo. 


CIUDADES EN ALIANZA

La cuestión es: ¿deben o pueden vivir de espaldas el bien común y el mercado? La respuesta del consultor es taxativa. Ambas deberían mantener una “relación saludable para crear una economía no extractiva, sino regenerativa, porque la gente que cree en el bien común también necesita vivir y el capitalismo difícilmente desaparecerá en un día”. El reto es si, en lugar de dejar que el capital se acabe zampando iniciativas por el bien común, los procomún pueden utilizar el capital para reforzarse. Defiende, por ejemplo, las cooperativas de plataforma, donde las personas usuarias son también propietarias de la plataforma digital que permite el intercambio o la prestación de servicios. En este sentido, las ciudades pueden aliarse para apoyar este tipo de iniciativas, como ya están haciendo para responder a gigantes como AirBnb y Uber, los cuales, en palabras de Bauwens, solo sirven a su propia “soberanía corporativa”, según las reglas que dictan.

Otra idea interesante para construir ecosistemas abiertos y colaborativos de producción que plantea Bawens es la colaboración entre las comunidades que trabajan por el bien común  y el mundo público. Bolonia, Nápoles y Turín son solo tres ejemplos de ciudades que en Italia han puesto en marcha procedimientos  específicos para favorecer la cooperación público-común, de servicios y de coproducción. La idea de fondo es la necesidad de experimentar y reinvertir el dinero en la economía local.