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Economía ecológica y política ambiental // El precio de la sobreexplotación ecológica

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Marzo 2014 / 12

La crisis global y la burbuja inmobiliaria en España han reavivado el debate abierto por los economistas ecológicos.

Estamos sentados sobre un gigantesco montón de deuda; las empresas, también. Pero en las tripas contables de las compañías es más fácil encontrar la contraída con bancos y proveedores que la de carácter medioambiental y social. Los daños al entorno no compensados, ni tan siquiera controlados; a lo largo de la vida de una corporación no se miden, contabilizan o reparan, fuera de algunas grandes catástrofes sonadas que han dado lugar a indemnización. Y más aún si se produce en el hemisferio Sur, no por falta de conciencia ecológica, sino porque sale más barato y fácil.

La identificación de pasivos o deudas ambientales y la correspondiente asunción de responsabilidades jurídicas son solo un botón de muestra sobre los límites de la contabilidad convencional.

Economía ecológica y política ambiental
Joan Martínez Alier y Jordi Roca Jusmet 
Fondo de Cultura Económica, 2013
640 páginas. Precio 27€

Por no hablar de los confines de la macroeconomía: ¿puede seriamente valer como indicador del progreso de un país un producto interior bruto que se incrementa mientras se destruye el medio ambiente, con el consiguiente impacto para la comunidad? El uso del espacio, de los recursos de que disponemos, del agua y, sobre todo, de la energía, tiene todo que ver con los zarpazos que recibe la naturaleza.

Es a partir del papel fundamental de esta como fuente de recursos y como destinataria de residuos (solo en parte reciclables), que los economistas ecológicos analizan la economía. Y la crisis actual da munición a sus razones.

Actualizado, ampliado y completado se presenta ahora en su tercera edición un libro pionero que abrió ventanas nuevas al conocimiento sobre la economía, y, sobre todo, muchos ojos, además de encendida discusión: Economía ecológica y política medioambiental, de Joan Martínez Alier y Jordi Roca.

Su constatación clave es la de que no estamos ante ningún proceso de desmaterialización de la economía: la actividad no se ha desligado del uso de materiales, o, para entendernos, del impacto ambiental por mucha tecnología, mucha eficiencia o muchos cambios en la estructura de la demanda que haya habido.

España es una prueba viviente de ello. No solo por liderar, durante el boom, el consumo de materiales per cápita en Europa. El peso de los que son bióticos o renovables, que en 1955 eran el 62% de los inputs directos, no ha dejado de bajar hasta la crisis, sostienen los autores. Los abióticos suponían en 2007 el 83% del total, con presencia especial en la construcción. Globalmente, en 2009 se ha multiplicado por dos la energía primaria captada de la naturaleza respecto del año 1973, sin que haya cambiado otra cosa: el 85% del total siguió proviniendo de fuentes no renovables, por mucho que crezca la energía verde. Hoy, el carbón es la principal fuente para obtener electricidad, seguida del gas natural, y los derivados del petróleo dominan el transporte.

Estamos ante un tomo de 640 páginas, editado por Fondo de Cultura Económica, con un registro híbrido. Por un lado, puede leerse como un libro de texto en el que las aportaciones de los autores se incorporan a un compendio de otros estudios y libros que corresponden a padres y referentes de la economía ecológica (Georgescu-Roegen, Herman Daly…), o de las revitalizadas teorías acerca del decrecimiento y la prosperidad sin crecimiento económico (Tim Jackson). Todo ello con ejemplos que amenizan y ayudan a la divulgación de esta investigaciónresultan próximos, centrados en América Latina y de España. Pero junto a contenidos aptos para cualquier interesado en el vínculo entre consumo y bienestar, coexiste un registro académico plagado de análisis técnicos y fórmulas que pueden desanimar, además de a economistas convencionales, a los no economistas.

LA NUEVA PERSPECTIVA QUE PLANTEA LA CRISIS: Por mucha tecnología, eficiencia o cambios en la demanda, la actividad económica no ha dejado de tener cada vez mayor impacto ambiental

Especial interés merece el capítulo final del libro, de nuevo desarrollo, centrado en el posicionamiento de unos economistas ecológicos reñidos con los “fundamentalistas del mercado”, pero distanciados también de los keynesianos (porque incluso los keynesianos verdes ven los gastos ecológicos como motor para restablecer el crecimiento). El meollo de la cuestión, destacan los autores, no es que el PIB suba, se estanque o se encoja, sino el hecho de no agarrarse al crecimiento del PIB como indicador esencial de la política económica. Lo que seguro que debe decrecer es el uso per cápita de energías y materiales y la generación de residuos en los países industrializados, donde ambas cosas han ido creciendo.

El libro empuja a entender la prosperidad más allá de una tasa determinada de gasto mayor en sanidad y educación, y a tener en cuenta actividades como el trabajo doméstico y del cuidado de las personas sin las que el mundo no funcionaría pero cuyo valor económico suele omitirse. Lo mismo que ocurre con los daños ambientales, la existencia de desigualdades sociales o el grado de satisfacción con la vida misma.