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Economía herética // Una denuncia implacable contra los ‘idiotas sabios’

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Febrero 2018 / 55

He aquí un pequeño libro de artículos que pone de relieve la coherencia de treinta y cinco años de pensamiento a contracorriente. En él, Manfred Max-Neef carga sin ambages contra los economistas neoliberales, a los que llama “idiotas sabios”.

Economía herética
Manfred Max-Neef
Icària
Noviembre 2017
191 páginas. Precio: 17,10 €

El autor chileno ha sido siempre un economista descalzo. No sólo lo ha sido en los últimos años de su fértil trayectoria como ensayista, activista social y medioambiental y hasta político. Economía herética recoge una quincena de artículos escritos por el también economista entre los años 1984 y 2016. Pese a la evolución de la propia economía y de sus propias ideas, desde el inicio asoma la denuncia sobre el funcionamiento del sistema y, en especial, acerca de la necesidad de volver visibles a quienes pagan los platos rotos por ello.

Como reflexión-resumen, valga el dilema que planteaba hace una década Santiago Alba Rico, en la Revista Rebelión: las alternativas consisten en, primero, ser demagógico, o bien en ser realista.  

La reflexión viene a cuento de que en uno de los artículos de Max-Neef, fechado en 2010, en el que yuxtapone los 30.000 millones de dólares en los que la FAO estimó la ayuda que resultaría necesaria para salvar a los 1.000 millones de personas que pasan hambre en el mundo y dos de las magnitudes manejadas durante la crisis financiera: 180.000 millones inyectados por seis bancos centrales para salvar a bancos privados y más 700.000 millones de dólares aprobados por el Senado de los Estados Unidos para paliar el desplome económico global. Como realista, Manfred Max-Neef describe el mundo en que vivimos como uno en el que “nunca hay suficiente para los que no tienen nada, pero siempre hay suficiente para los que tienen todo”. Y se pregunta el pensador: “Un mundo sin miserias, ¿no sería mejor para todos, incluso para los bancos?”. 

El problema no es la economía, sino esta economía. El autor chileno echa en falta la distinción que hacía Aristóteles entre oikonomia y krematistike: o entre la manera de gestionar lo doméstico con el fin de alcanzar “el arte de vivir y de vivir bien” y el comercio con el fin de hacer dinero.

El economista iconoclasta se muestra implacable con el inmovilismo de las corrientes económicas dominantes. A diferencia de la biología,  la ingeniería, la geología o la astronomía, acusa Max-Neef, la economía, anclada en la física newtoniana, busca soluciones en el siglo XXI con herramientas de un par de siglos antes. “Continuamos teniendo, en lugar de educación económica, adoctrinamiento económico”, escribe, en un zarpazo al neoliberalismo y a su influencia dominante no sólo en la sociedad, sino en la Academia. Reclamar pluralidad y libertad intelectual en los tiempos que corren no resulta sencillo. De ahí que el autor reclame a la Universidad que se abra a la investigación transdisciplinaria, que aborda esos distintos niveles de la Realidad. De ahí que exija relación entre economía, naturaleza y sociedad. 

La crítica de Max-Neef pasa por distinguir entre el hecho de saber y el hecho de comprender, que expone como dos niveles diferentes de la Realidad. No basta con saber, no basa con un lado de la moneda. 

“SABER NO ES COMPRENDER” Para Max-Neef, la Universidad debe tener un enfoque transdisciplinario, que no se quede en acumular saber exponencial, sino que intente entender la relación
entre economía, naturaleza y sociedad.

Las premisas para una nueva economía radicarían en que la economía tuviera valores y sirviera a las personas —y no al revés, como sucede ahora—, que el desarrollo tuviera que ver con personas —no con las cosas—, que crecimiento y desarrollo no es lo mismo, que ninguna economía puede salir adelante más allá de los servicios que prestan los ecosistemas,  y que, por encima de la economía, hay una instancia mayor que impide el crecimiento infinito: la biosfera. 

Idealismo en toda regla por parte del autor de La economía descalza y Desarrollo a escala humana, cuya biografía difícilmente puede ser ajena a sus ideas. Max-Neef pasó tres de sus doce años de exilio durante la dictadura de Augusto Pinochet en Tiradentes, una pequeña localidad del Estado de Minas Gerais, en Brasil, trabajando sobre el proyecto de dos parejas jóvenes para revitalizarlo. 

A resultas de una invitación a un seminario en la Patagonia argentina, conoció (y cautivó) al director de la Fundación Dag Hammarskjöld de Uppsala (Suecia), que le cambió la vida con un encargo que le colocaría en un lugar destacado entre los miembros de la comunidad que  trabaja en el ámbito del desarrollo. 

Max-Neef llegó a presentarse a las elecciones de su país en 1993, como independiente apoyado por distintas organizaciones sociales, comunidades mapuches, la Izquierda Cristiana, el MAPU, y el Partido de los Trabajadores. Logró medio millón de votos, un respaldo que no bastaba para gobernar, pero que fue importante para colocar en la agenda los derechos de los pueblos autóctonos y los derechos ambientales.