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La lucha por la desigualdad // El ‘siglo de las luces’ o el principio de la oscuridad

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Enero 2017 / 43

El editor Gonzalo Pontón desmenuza la construcción de la desigualdad que trajo consigo el capitalismo desde la ilustración y cómo ha llegado a nuestros días. 

La lucha por la desigualdad
Gonzalo Pontón
Pasado & Presente, 2016
776 páginas. 
Precio: 29 €

Inglaterra, siglo XVIII. Una naciente industrialización dibuja la posibilidad de enormes transformaciones sociales, tal vez sea posible una vida más digna y una sociedad más equitativa. Sin embargo, de todos los caminos se optó por el que acabaría resultando “más depredador para el ser humano”.  

En su primer libro, tras haber editado tantos (2.000), Gonzalo Pontón no sólo se muestra categórico y descarnado sobre el momento del incipiente capitalismo, sino que plantea dudas paralelas con el momento actual, en el que Internet y la tecnología apuntan a cambios salvajes en el mundo del trabajo, las relaciones sociales y el desarrollo. Tal vez exista un pequeño margen donde elegir.

El fundador de Crítica y de Pasado & Presente va y viene por la historia para explicarnos cómo se gestó el primer salto orquestado no casual, sino hacia un mundo  desigual —se refiere a las sociedades occidentales de hace tres siglos— en el que una élite iba a copar los beneficios inherentes al llamado “progreso” y en el que las masas, las clases subalternas, lo que Ponton denomina “comunes”, deberían seguir en las tinieblas, lejos de las luces de la razón que hemos aprendido que se encendieron durante este periodo preparatorio de la Revolución Francesa.

Cierto, el conocimiento humano podía cavar una tumba para las supersticiones, la ignorancia y los tiranos, pero, en realidad, las cosas no ocurrieron de ese modo. El autor  deja claro que  la emergente clase burguesa se levantó para reclamar la igualdad de derechos respecto de los privilegiados, pero eso no significó en absoluto que le inquietara “el pueblo llano”. 

Ni Voltaire, ni Rousseau, ni Diderot tuvieron un gran concepto de los nuevos obreros originados por la expulsión masiva del campo de quienes trabajaban la tierra,  o del desmantelamiento de los gremios en las urbes. Hablaban de educar “al buen burgués”, porque la Ilustración era cosa de “una pequeña troupe”. Es más, las clases emergentes, al igual que el padre de la economía, Adam Smith, teorizaron cómo debía ser la nueva sociedad movida por la ilusión del consumo y por el comercio, el nuevo medio de proseguir con las guerras, y mediante el cual, segúnJean-Baptiste Thomas Bléville, “el mundo entero no parece constituir más que una sola ciudad, una sola familia”.

Ese nuevo modo de ver el mundo necesitaba de herramientas que lo asentaran en la opinión pública. De ahí el impagable papel desarrollado por la prensa y por los editores. Los libros y los periódicos asentaron y legitimaron lo que había que pensar, lo que era normal,  en un momento en el que se gestaron las primeras fortunas puramente financieras, la especulación, la revolución de los préstamos (los tatarabuelos de los Ponzi y de los Madoff, les llama Gonzalo Pontón). 

Clave fue también el papel de la Iglesia, que acaparaba un buen pedazo del poder económico, en particular en Castilla, y la capa social noble, léase rentista, siempre vigilante de mantener sus prerrogativas a costa de una mayor desigualdad general. Tanto la Iglesia como la nobleza, por cierto, estaban exentos del pago de la mayor carga de impuestos, que recaían sobre los más pobres. Las desigualdades salariales entre hombres y mujeres, la explotación específica de niños para que funcionara el nuevo engranaje industrial nacieron igualmente en la Ilustración y sus timos.

DECONSTRUCCIÓN DE LA ILUSTRACIÓN El libro de Gonzalo Pontón, fundador de Pasado & Presente, explica cómo y por qué desde el nacimiento del capitalismo van ganando los defensores de la desigualdad  

La lucha por la desigualdad, prologado por el historiador Josep Fontana, se organiza en dos partes: una primera, bautizada como “la trama”, donde se exponen hechos históricos, presentados con cierta dosis de ironía, y la segunda, “la urdimbre”, que sirve para analizar la  cobertura intelectual que aupó el nacimiento del capitalismo, sistema económico hecho a medida para  la burguesía. Esta segunda parte incide con énfasis especial en la endogamia de las relaciones sociales entre burgueses, en la educación que éstos recibían en sus propias instituciones, en el corto alcance social del acceso a la cultura. Los burgueses, por otra parte, alimentaban (con dinero) las nuevas galerías de arte, los jardines botánicos, las academias y toda clase de sociedades  históricas, literarias o científicas genuinamente clasistas.

En resumen, estamos ante una obra iluminadora que se carga mitos y que se resume en los elocuentes versos del poeta inglés William Cowper: “No me gusta comprar esclavos / Canallas son los que con ellos trafican / Tanto se cuenta de penas y maltratos / que hasta las piedras la piedad predican. / Lo siento por ellos, pero no alzo mi voz, / porque ¿qué haríamos sin azúcar ni ron?”.