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La muerte de la clase liberal // ¿Liberalismo totalitario?

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Pertenece a la revista
Marzo 2016 / 34

Un ex redactor del ‘New York Times’ trata de sacudir la conciencia de los ‘progres’.

La muerte de la clase liberal
Chris Hedges
Capitán Swing, 2015
304 páginas
Precio: 20 €

Sobre el papel, liberalismo y totalitarismo no pueden ser palabras más opuestas: la una excluye a la otra. Pero en España sabemos bien el uso deforme que puede llegar a darse al concepto de liberal: algunos de los que más alardean de liberales, sobre todo en la derecha, lo son realmente muy poco o nada: promueven empresarios modelo que viven de la subvención, de concesiones públicas  monopolísticas o de monopolios privados amparados en legislaciones antiliberales; construyen redes clientelares; nombran para los organismos públicos de control y para la judicatura a amiguetes con el carné del partido y convierten a los medios de comunicación públicos en altavoces de propaganda.

El triste resultado es que nuestros liberales tienen a menudo poco que ver con el liberalismo teórico. Este libro de Chris Hedges, ex periodista de The New York Times y premio Pulitzer, va un paso más allá: sus liberales tampoco tienen demasiado que ver con las prácticas liberales y esto es bastante más preocupante porque los suyos son los estadounidenses. Poca broma, pues.

Los liberales, en EE UU, son lo que en Europa llamaríamos progres: los que están convencidos de poder mejorar sustancialmente el mundo desde dentro del sistema liberal. Desde el Gobierno, desde los sindicatos mayoritarios, desde los medios de comunicación de referencia... Hedges lo precisa con una cita de Norman Finkelstein: “Significa creer en el Estado de derecho, creer en las instituciones internacionales, creer en los derechos humanos”. 

Pues bien: en opinión de Hedges, todo esto se ha convertido en una ensoñación porque las élites del capitalismo global han ido estrechando los márgenes para la crítica y la disidencia y han convertido el liberalismo en una palabra vacía al servicio de la plutocracia. En esta situación, los progres o liberales en sentido anglosajón —desde Barack Obama hasta José Luis Rodríguez Zapatero— no serían ya la esperanza para un mundo mejor, sino el principal obstáculo.

El mundo que describe el autor se asemeja al totalitarismo orwelliano con apariencia de libertad y no es casual que se abra con una cita del escitor: “Cualquiera que cuestione la ortodoxia imperante se encontrará silenciado con sorprendente eficacia”. Todo el libro trata de explicar por qué, desde el conocimiento desde dentro que supone haber sido reportero estrella de The New York Times y haber quedado muy marcado por la guerra de Irak.

No hace falta compartir sus conclusiones, desoladoras y a veces una reminiscencia de las viejas diatribas izquierdistas contra los “renegados” socialdemócratas, para valorar el libro: merece ser debatido a fondo.