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La sociedad adquisitiva // El odio a la injusticia social

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Diciembre 2016 / 42

El historiador R. H. Tawney escribió hace un siglo un libro sobre los criterios que deberían guiar la organización empresarial del capitalismo que tiene plena actualidad.

Estamos tan hartos y aburridos de oír los discursos que preconizan la obtención de beneficios a cualquier precio como el principal motor de la empresa, que hay que reconocer como un gran acierto  haber rescatado el libro de R. H. Tawney La sociedad adquisitiva, publicado por primera vez en 1921.

Resulta estimulante el recordatorio de que hace un siglo había pensadores dentro del capitalismo que consideraban que “el primer principio es que la industria debe estar subordinada a la comunidad de tal forma que preste el mejor servicio técnicamente posible”. Es sorprendente que en su reflexión Tawney también hace referencia al pago adecuado a los directivos  en el sentido de que “aquellos que presten fielmente ese servicio sean dignamente remunerados y que aquellos que no presten servicio alguno no reciban remuneración alguna”.

La sociedad adquisitiva
R. H. Tawney
Elba, 1921
224 páginas. Precio: 21 €

El libro de Tawney, profesor de la London School of Economics (1917-1949), fue un clásico en su época y en su día el único libro de un autor vivo que fue incluido por la Universidad de Chicago en la lista de los 72 libros más influyentes de la civilización occidental. En la obra vemos ya una seria preocupación por el crecimiento de la desigualdad en el capitalismo de principios de siglo. Para un humanista, inspirado en el cristianismo, es significativa su reflexión sobre este asunto. “Para evitar esta desigualdad”, escribe, “es necesario reconocer  la existencia de algún principio que limite las ganancias de clase e individuos particulares, porque las ganancias provenientes según  de qué fuentes o que exceden determinadas cantidades son ilegítimas”. Es fácil comprender el rechazo que produciría a este historiador el grado de absurdo desequilibrio que ha alcanzado el capitalismo actual en que los ejecutivos, especialmente en el sector financiero, obtienen en ocasiones unas retribuciones 300 veces superiores a las de sus empleados con todas las bendiciones de la sociedad, supervisores y parlamentos.

El libro cuenta con una muy útil presentación a cargo del catedrático Alfredo Pastor, que sirve como guía y contextualiza el análisis del profesor Tawney. Pastor explica que el historiador traza el camino seguido desde la cristiandad medieval hasta la sociedad actual. La idea que impulsa el pensamiento del profesor Tawney, según Pastor, es que “cualquier orden social debe estar basado en un principio espiritual, es decir, en el reconocimiento de una trascendencia”. Sin embargo, el desarrollo del capitalismo y las dos guerras mundiales que se han desarrollado en el siglo XX, con la aparición de sociedades infernales como el nazismo y el fascismo resultan muy desalentadores si se comparan con el modelo de organización económica que había pensado Tawney.

UTILIDAD DE LA INDUSTRIA La idea dominante de la obra de Tawney es justificar la actividad económica con relación a su función social. Lo relevante es el propósito de la industria y los beneficios que produce a la sociedad.

La idea dominante del libro es fundamentar el pensamiento de que toda actividad económica debe realizar una función social. En su opinión, la organización de la sociedad sobre la base de funciones y no sobre la base de derechos implica que “los derechos de propiedad se mantendrán cuando estén acompañados del cumplimiento de un servicio y serán abolidos cuando no lo estén”.

Como historiador social centra su análisis en el desarrollo del capitalismo y la función de la propiedad. “El objeto de la industria es producir bienes y producirlos con un gasto mínimo de esfuerzo humano”. En opinión del autor, la propiedad no significa un derecho absoluto y debe ser limitado cuando no cumple su función social. “La propiedad”, escribe, “no es un derecho, sino un conjunto de derechos, y es posible tanto irlos suprimiendo uno a uno como acabar con todos ellos simultáneamente”. En relación con la propiedad, es relevante la cita de Bacon, que alabó al rey Enrique VII por proteger los derechos de arrendamiento del pequeño agricultor y pidió en la Cámara de los Comunes una legislación agraria más enérgica  al escribir: “La riqueza es como el estiércol; sólo es buena si está esparcida”.

A lo largo de esta larga reflexión sobre la función de la industria, en referencia a la economía, el hilo conductor  es siempre buscar la utilidad de la actividad económica para las personas. “El trabajo”, señala, “está constituido por personas; el capital por cosas. La única utilidad de las segundas es que se apliquen al servicio de las primeras y la tarea de las personas, asegurarse de que las cosas están ahí para usarlas y que no se pague más de lo necesario para su utilización”.