56 — COMIDA // Día 8
Comer es la necesidad más esencial de todo ser vivo. Nuestra propia historia humana ha estado marcada por la forma de proveernos de alimentos. El núcleo de la revolución neolítica consistió en transformar el proceso de provisión de comida de una actividad azarosa —recolección, caza y pesca— a otra más controlada: agricultura y ganadería. Pasamos de ser buscadores de setas a hortelanos. Este fue el punto de despegue de la especie humana. Y aunque ahora a veces lo olvidamos, la comida ha seguido constituyendo uno de los ejes de nuestra vida real.
Esta crisis nos ha vuelto a recordar su importancia de formas muy diversas. Una, aparentemente lúdica: la de este desaforado consumo de materiales para fabricar pasteles, esta moda de producir el pan uno mismo. Los medios han dedicado bastante tiempo a ofrecer consejos de cocina doméstica y los programas de cocineros siguen ocupando bastante espacio.
Otra, muy preocupante, la de la mala comida, del aumento del consumo de productos insanos. Ahora que teníamos tiempo para cocinar bien, sin las prisas de la vida cotidiana, muchos parecen haber optado por aperitivos y pasteles. Otros, peor: además de comer mal han seguido haciéndose traer la comida industrial a casa, colaborando con el empleo precario, y peligroso en la situación actual, de los repartidores mal pagados. Pero la medalla de oro del mal comer la tiene la presidenta de Madrid contratando a empresas como Telepizza y Rodilla para alimentar a los niños y niñas pobres que se habían quedado sin comedor escolar. Cuando estos niños tengan problemas de obesidad se les acusará de malos hábitos.
Y hemos tenido también la versión más dramática del tema, la del hambre y la falta de comida. La gente que acude a Cáritas ha crecido exponencialmente día a día. Es gente que nunca había ido a servicios sociales, hombres y mujeres en empleos precarios o informales que ahora se han quedado sin posibilidad de lograr los pocos ingresos con los que solían pagar la alimentación y un pequeño espacio para vivir.
La falta de comida ha movilizado solidaridades; bien intencionadas, pero algo paternalistas. Dar comida es siempre una forma de imponer una pauta dietética, de quitarle autonomía a la gente, de reproducir un modelo alimentario. La movilización de la comida es solo una respuesta de choque.
Urge plantearse el modelo alimentario ahora que vamos a retomar el pulso cotidiano. De qué comemos y de cómo se garantiza que todo el mundo pueda comer sano, sabroso y libre.