59 — FRONTERAS // Día 11
Con el inicio de la fase 1 en muchas provincias renacen las fronteras. Sobre todo lo notarán las personas que vivan en localidades a caballo de dos provincias o de dos zonas sanitarias. Una confinada, la otra no.
Cualquier frontera es cuestionable. Suele ser más parecida y próxima la gente que vive a ambos lados de una frontera que la de otras partes del Estado o región al que pertenece cada cual. Las fronteras son siempre convenciones, frutos de historias pasadas. No tienen nada de natural. Y generan conflictos e incomprensiones como las que se han manifestado estos días.
El malestar de estas fronteras administrativas es, hasta cierto punto, trivial, pasará en un tiempo corto, pero hay muchas fronteras mucho más dañinas.
Algunas forman parte de la ignominia del siglo XXI: el muro que encierra a los palestinos de Gaza y Cisjordania, la valla de la frontera sur de EE UU, la línea invisible que corta el Mediterráneo en dos, las vallas de Ceuta y Melilla... Las fronteras no son solo barreras físicas, sino también un conjunto de normas que dividen a las personas en ciudadanos y extranjeros, con derechos unos, sin derechos otros.
Estas fronteras han mostrado toda su irracionalidad e injusticia a lo largo de estos días: personas cualificadas residentes en España que no han podido ejercer en el sistema sanitario porque no se les reconocen títulos, personas sin papeles que malviven en trabajos precarios, explotados por empresas y particulares que han aflorado en masa en barrios necesitados de todo, personas que no pueden venir a trabajar en trabajos agrícolas porque no se las deja pasar...
Deberíamos aplicar el malestar que nos producen las limitaciones a la movilidad en exigir el fin de estas fronteras injustas. Cuando menos la legalización de todas estas personas que conviven con nosotros, que desarrollan actividades útiles y que están condenados a malvivir mientras rijan las normas actuales. Los “palestinos” los tenemos en nuestro vecindario.