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Administración

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Diciembre 2017 / 53

En España, y en otros países europeos, ciertos gremios han perdido mucho empleo y mucho fuelle. Se me ocurren, como ejemplos, los sectores de la confección textil, las academias de rigodón, el alquiler de vídeos, la cría de burros o la prensa, por citar sólo algunos. En los sectores que más o menos sobreviven, el empleo se ha reducido de una forma tremenda. Fijémonos en una típica empresa industrial, como Seat. En 1980, tenía 32.000 trabajadores y producía menos de 400.000 coches anuales; el año pasado tenía 12.700 trabajadores y produjo 450.000 coches, mucho mejores que los de 1980, en una sola factoría, la de Martorell.

En general, se produce más que hace cuatro décadas y con menos trabajadores. En Europa se ha vivido un proceso de desindustrialización y de relativa decadencia económica, pero el factor esencial del cambio, y de la contracción del mercado de trabajo, han sido las nuevas tecnologías. Hasta ahí estamos de acuerdo, ¿no?

Se produce más hoy, y con menos trabajadores, que hace 40 años

El sector público es aparentemente inmune al fenómeno

Existe, sin embargo, un sector aparentemente inmune al fenómeno: el sector público. En 1980, España tenía una población de 37,6 millones de personas y 1,5 millones de asalariados a cargo del contribuyente. Ahora la población es de 46,5 millones y el número de empleados de las administraciones ha crecido hasta 2,5 millones. Como el caso español resulta atípico, porque el país emergió del franquismo con unos servicios públicos paupérrimos y luego se sometió a la dieta de esteroides autonómica, mejor miramos en otra parte. Francia, digamos. Francia tenía 55 millones de habitantes en 1980 y 3,8 millones de funcionarios, con unos servicios públicos excelentes; ahora, los habitantes son 67 millones y los funcionarios, 5,4 millones.

De esto es posible sacar conclusiones muy distintas. Una, que en la Administración pública no ha habido cambios tecnológicos. Otra, que debemos gozar de unos servicios maravillosos. También cabe una tercera conclusión: que, visto lo mucho que se trabaja en los hospitales o las comisarías, en algún sitio se esconde un montón de gente que cobra de nuestros impuestos y hace cosas, si las hace, que no sirven para nada.