Comprar civilización
Somos gente crédula. Han conseguido convencernos de que cuando los más ricos tienen que pagar muchos impuestos, los ricos se fugan del país. Y dejan de invertir. Y se frena la creación de riqueza. Y todo se va al garete. Reconozcámoslo, tenemos esa idea más o menos interiorizada. Pensamos que si las rentas más altas se ven obligadas a pagar, supongamos un 75%, nadie tendrá la ambición de crear una empresa para hacerse millonario.
Eso es falso. Bill Gates, cuya fortuna supera los 100.000 millones de dólares, sería el hombre más rico si no hubiera donado más de 35.000 millones de dólares a través de su fundación. Su empresa, Microsoft, es en 2019 la más valiosa del mundo: unos 750.000 millones de dólares de precio bursátil. A Bill Gates no le ha ido mal. El caso es que cuando creó Microsoft, en 1975, el tramo más alto del impuesto sobre la renta en Estados Unidos llegaba exactamente al 75%. Y eso es lo que pagaba Bill Gates hacia 1979, con 24 añitos. La presión fiscal no pareció disuadirle. De hecho, Gates insiste una y otra vez en que gente como él debería pagar más impuestos.
En el siglo XX, el gran siglo de Estados Unidos, el impuesto sobre la renta alcanzó varios picos considerables. El 77% en 1918 (fin de la Primera Guerra Mundial), el 63% en 1932 (Gran Depresión) y el 94% en 1944 (Segunda Guerra Mundial). En la década de 1950, cuando el planeta se rendía ante gigantes como General Electric y General Motors y no había millonarios como los estadounidenses, el tipo máximo rozaba el 90% y, contando con las deducciones, las rentas más altas pagaban al Tesoro en torno al 70% anual. Nadie se fue. El país siguió creciendo. En 1964, el presidente John Kennedy, de familia rica, rebajó el límite al 70%: le pareció razonable.
Desde la “revolución conservadora” de 1980, los impuestos sobre las rentas altas no han dejado de reducirse. Y no ha dejado de aumentar la desigualdad en el interior de cada sociedad. No tanto porque la vida casi tax free de los más acaudalados les haya permitido engordar patrimonios gigantescos, como porque la asfixia de las Administraciones públicas (condenadas al endeudamiento) impide, o hace cada vez más difícil, asegurar la auténtica igualdad de oportunidades: buena educación para todos, buena sanidad para todos, buena seguridad para todos.
Y ahí estamos. Seguimos tragándonos la mentira.
Oliver Wendell Holmes, uno de los titanes del Derecho estadounidense, juez supremo durante 30 años, decía que le gustaba pagar impuestos: “Con ellos compro civilización”. Nosotros llevamos una buena temporada haciendo lo contrario.