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Cuando no sabemos que no sabemos

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Julio 2020 / 82

Donald Rumsfeld, dos veces secretario de Defensa de Estados Unidos (con Gerald Ford y con George W. Bush), es un tipo bastante malvado. Y muy listo. Olvidemos que dirigió la invasión de Irak en 2003 y centrémonos en una de sus reflexiones inmortales: “Hay cosas que sabemos, hay cosas que sabemos que no sabemos, y hay cosas que no sabemos que no sabemos”. Estas últimas cosas, las unknown unknowns, suelen ser, cuando se dan, muy trascendentes. Entre ellas figuran lo que llamamos “cisnes negros”: acontecimientos difícilmente predecibles que nos sorprenden mucho y luego, con el tiempo y la perspectiva, catalogamos casi como inevitables.

Como no sabemos gran cosa del futuro, proyectamos hacia él el pasado. Recuerdo, por ejemplo, lo que se decía sobre Amazon hacia 1995 o 1996: ese invento era tan viejo como la venta por catálogo y dependía, además, de la misma vieja logística que utilizaban los servicios de Correos; evidentemente, no podía funcionar. O Google. O Facebook. Quien vio venir su crecimiento formidable pudo hacerse multimillonario; pocos lo vieron. Ahora no extrañan a nadie.

Algo parecido ocurrió hace meses con la covid-19. ¿Qué antecedentes conocíamos? Al menos dos muy relevantes. En 2003 se hizo muy popular el SARS-CoV, un virus surgido de China que causaba un síndrome respiratorio agudo cuyas siglas en inglés eran, claro, SARS. Hubo mucha alarma. Finalmente, no pasó gran cosa. Al año siguiente se detectó en China y Vietnam un rebrote de la gripe aviar, generada por un virus tremendamente contagioso. Tanta epidemia empezó a escamar a las grandes potencias, que, por si acaso, se dedicaron a acumular reservas de un medicamento antiviral llamado Tamiflu. Quizá no fuera casual que lo fabricara en exclusiva el gigante farmacéutico Roche. El caso es que Estados Unidos gastó 1.300 millones de dólares en Tamiflu. El Reino Unido, 700 millones. Posteriores investigaciones técnicas y parlamentarias, cuando el susto de la gripe aviar pasó y se olvidó, dictaminaron que el Tamiflu no servía y que todo ese dinero se había tirado a la basura.

Confiemos en no encontrarnos con otro de los malditos 'unknown unknowns' de Rumsfeld

Este año volvimos a tener una cosa vírica procedente de Asia. ¿Qué pasó? Que los gobiernos occidentales dieron por supuesto que se trataría de algo similar a los brotes anteriores y que resultaría efímero. Escarmentados por el Tamiflu, no tomaron precauciones y ocurrió el desastre. Creyeron que el nuevo coronavirus era algo que sabían; luego supusieron que era algo que al menos sabían que no sabían. Resultó que no sabían que no sabían. Los antecedentes les habían engañado.

Más o menos encajado el primer golpe (ignoramos si habrá más) de la pandemia, los gobiernos encaran ahora la reconstrucción de unas economías devastadas. ¿Antecedentes? La crisis de 2008. Las medidas adoptadas tras aquella recesión de origen financiero se toman como modelo de actuación. No porque funcionaran bien (en Europa se logró salvar el euro, pero se condenó a la pobreza a muchos millones de personas), ni porque la recesión por paralización económica de 2020 tenga que ver con la recesión por excesivo apalancamiento de 2008, sino porque organizamos el futuro según el pasado. Volvemos a creer que sabemos. Confiemos en no encontrarnos otra vez con uno de esos malditos unknown unknowns de Rumsfeld.