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Demografía

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Julio 2018 / 60

El libro Océano África, de Xavier Aldekoa, es ya un clásico. El reportero viaja por el continente y lo retrata tal como es, sin tópicos ni cursilerías. Algunos pasajes son terribles. El del gigantesco campo de refugiados de Dadaab, por ejemplo, creado en Kenia para acoger a los fugitivos de Somalia, es uno de ellos. Aldekoa relata su encuentro con una mujer con cuatro niños a su cargo, tres de ellos propios y un cuarto, un bebé, recogido después de que su madre enloqueciera. La hambruna es terrible. La mujer apenas puede mantener con vida a sus hijos y decide dejar de alimentar al bebé, que agoniza ante el periodista.

La prosperidad china trae ahora una baja natalidad

En 30 años África podría tener 2.500 millones de habitantes

Las cosas, a veces, son así. ¿Qué hacer? Ante todo, no mirar hacia otro lado. Y no refugiarse en cuentos de hadas. Ahora, cuando parece que la inmigración hacia Europa se haya convertido en una cuestión existencial (aunque las corrientes migratorias sean mucho menores que en 2015), resulta casi tan penoso escuchar a los partidarios del cerrojazo fronterizo y de la inhumanidad como a las almas cándidas, y a los políticos cínicos que quieren pasar por compasivos, hablando de incrementar las ayudas al desarrollo en África.

Ante una explosión demográfica, montar unas cuantas fábricas viables y estabilizar los mecanismos monetarios equivale a tapar el sol con un dedo. Conviene pensar en China. El país más poblado del mundo tenía, y tiene, un sistema político estable e implacable; su potencial de crecimiento era, como ha demostrado el tiempo, gigantesco; a partir de la década de 1970 empezó a acumular capital (no necesitaba créditos externos) y a industrializarse. Pero eso no bastaba para convertir China en una potencia económica. El Gobierno de Pekín decidió aplicar una medida terrible sobre su gente: en 1979 se estableció la ley del hijo único. Hubo cientos de millones de abortos. La población se desequilibró en favor de los varones, considerados más útiles para el trabajo. La prosperidad trae ahora, finalmente, una baja natalidad.

Hace medio siglo, la población africana no llegaba a los 300 millones de personas. Hoy son 1.250. Al ritmo actual, dentro de 30 años podrían alcanzar los 2.500. Habría que empezar a hablar de los problemas reales.