El factor humano
Dentro de una disciplina tan errática y subjetiva como la economía, el elemento menos predecible es el humano. Aunque son las personas, con su talento y sus mitos religiosos y culturales, las que fabrican (o destruyen) los sistemas sociales, la riqueza y el bienestar, nunca es posible adivinar qué tipo de gente le conviene a un país. ¿Gente bien formada técnicamente? A veces, sí. Otras veces, la peor chusma, la más ignorante y andrajosa, ofrece resultados sorprendentes.
Un ejemplo de ello, entre los muchos posibles, lo ofrecen las migraciones judías de finales del siglo XIX. Eran judíos que huían de los pogromos en Rusia y Polonia. Procedían en su mayoría de aldeas oscuras y atrasadas. Unos 40.000 fueron a Gran Bretaña, y su presencia en el East End londinense fue lo que dio mala fama al barrio de Jack el Destripador. Casi dos millones llegaron a Estados Unidos. Eran lo peor. Al cabo de una generación, crearon Hollywood. La primera gran estrella del cine fue Charles Chaplin, un judío surgido de los bajos fondos de Londres. En dos o tres generaciones inventaron el humor del siglo XX: Groucho Marx, Woody Allen, Mel Brooks, Larry David, Jerry Seinfeld, etc. Los judíos, entonces tan despreciados como los musulmanes hoy, hicieron gigantescas contribuciones a la riqueza y la cultura de los países que les acogieron: ciencia, medicina, artes… Se podría hacer una lista interminable.
La peor chusma puede ofrecer resultados sorprendentes
Europa jamás sabrá qué podrían aportar las multitudes de Siria
Europa, ante una crisis de magnitud no imaginable por el desfallecimiento de las instituciones comunitarias, jamás sabrá qué podrían haber aportado las multitudes de Siria. ¿Integrismo islámico? Una cierta cantidad, seguramente. Pero el fenómeno del islamismo intolerante y violento durará sólo unos meses más que las teocracias patrocinadoras de Arabia Saudí e Irán, condenadas a caer algún día. El talento y el ansia de éxito escondidos entre esos cientos de miles de personas habrían durado mucho más. Los gobiernos europeos, en nombre de sus poblaciones, han decidido ignorar el factor humano, tan esencial en cualquier mecanismo económico. Lástima.