El juego macroeconómico
La macroeconomía es un gran juego intelectual cuyas reglas se reducen a una sola: se puede ganar una mano, pero nunca la partida. A largo plazo, todos los jugadores pierden. Incluso el campeón más brillante, John Maynard Keynes, sufrió un revolcón hará cosa de medio siglo. Fue Keynes quien, con su Teoría general del empleo, el interés y el dinero (1936), se atrevió por primera vez a afirmar que existían fórmulas para vincular todas las variables de un sistema económico, desde la adquisición de unos calcetines por parte del vecino de arriba hasta la fijación de tipos de interés por parte del Banco Central, y que la maldición de los ciclos, las vacas gordas y las vacas flacas bíblicas, podía evitarse o al menos paliarse.
Keynes decía que jugando con la política monetaria y la política fiscal, y tomando deuda pública en las fases recesivas, se podía regular el barullo macroeconómico. Pero poco después de 1970 ocurrió algo que, según Keynes, no podía ocurrir: inflación alta y desempleo alto sin crecimiento. Tomaron el relevo al frente de la partida los monetaristas, que afirmaban que controlando la cantidad de dinero en circulación se manejaba estupendamente el asunto: poco dinero para frenar, mucho dinero para acelerar. Como ven ahora nuestros propios ojos (a los que no debemos conceder demasiado crédito si se trata de macroeconomía), el Banco Central Europeo lleva tiempo inundando de dinero el mercado sin que se note ninguna aceleración.
¿Quién se atreve a sentarse a la mesa del juego macroeconómico a estas alturas del siglo XXI? Lo más nuevo se llama teoría monetaria moderna y suena francamente estrambótico. Pero también a los devotos del patrón oro les sonaba estrambótico Keynes. Los modernos dicen que en realidad las cosas funcionan al revés. Proclaman que cualquier país puede endeudarse indefinidamente (siempre que sea en su propia moneda) y pagar la deuda imprimiendo billetes; es más, puede pagar todos sus gastos de esta forma. ¿Para qué sirven entonces los impuestos? Para retirar dinero del mercado cuando repunta la inflación. El sentido común sugiere que fabricar dinero a lo loco suele desembocar en una inflación salvaje, pero el sentido común está muy desacreditado en el debate macroeconómico.
El problema del juego es que las teorías solo pueden comprobarse poniéndolas en práctica. Y, por la condición de que la deuda ha de tomarse en divisa propia, el monetarismo moderno solo podría ensayarse en un país como Estados Unidos. Si ya han probado con Donald Trump, cualquier cosa es posible.