El modelo italiano
¿Se acuerdan de Silvio Berlusconi? Qué payaso nos parecía, ¿verdad? Cuando irrumpió en el escenario político italiano, hace 20 años, pensamos que se trataba de una anomalía grotesca, generada por un colapso institucional. Las cosas, decíamos, irían normalizándose. Así ha sido. Aunque, con toda la carga polisémica de un término como “normal”, el resultado es sorprendente: aquella anomalía es la nueva normalidad.
Siempre ha sido cierto lo de que Italia funciona como laboratorio político de Europa, tal vez incluso de toda esa parte del mundo que llamamos Occidente. No hace falta remontarse a la antigua Roma, origen de la idea europea, para comprobarlo. En la década de 1980, la corrupción rampante condujo al descrédito de los partidos. Y las grandes operaciones regeneracionistas, como Mani Pulite (Manos Limpias), alumbraron algo parecido a lo de antes, en peor: el susodicho Berlusconi. La izquierda se hundió, las organizaciones políticas se fundieron en un magma fluctuante en el que apenas se reconoce quién es quién y el país acabó gobernado por una coalición imposible en la que el hombre fuerte (interesante esa recuperación de la figura del hombre fuerte) es el vicepresidente Matteo Salvini, un señor que imita a Benito Mussolini siempre que puede y encarna el moderno nacional-populismo, un invento que ofreció catastróficos resultados en el siglo XX.
Tendemos a creer que los peores desastres no llegan a producirse porque en último extremo se recupera la sensatez colectiva. La historia, sin embargo, dice lo contrario. La Unión Europea ha sido durante las últimas décadas el bastión tecnocrático, lento y puntualmente injusto y exasperante, que ha protegido unos cuantos valores esenciales, como la justicia y la moneda. ¿Seguirá ejerciendo como tal? Habrá que ver cómo encaja el entramado continental el trauma del brexit, con un Parlamento en Estrasburgo animado, tras las próximas elecciones, por un notable grupo de ultraderechistas, y con unos gobiernos nacionales cada día más frágiles.
Norberto Bobbio, un viejo gigante italiano, avisó ya en 1996 de que privilegiar la economía por encima de la política (lo que ha hecho Europa) acabaría transformando a los ciudadanos en consumidores: justo lo que ha ocurrido. Los consumidores tenemos ideas muy elásticas sobre conceptos como verdad y libertad. La verdad es lo que decide cada uno de nosotros, porque somos clientes y el cliente siempre tiene razón, ¿no?
Miremos con atención hacia Italia.
De una forma u otra, lo que ocurre allí nos acabará ocurriendo a todos.