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El mundo llora

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Diciembre 2019 / 75

El planeta está lleno de bronca. De Hong Kong a Santiago de Chile, de Bogotá a Hong Kong, de La Paz a Bagdad, millones de manifestantes chocan contra las policías antidisturbios. Hay quien quiere encontrar una explicación común para tanta protesta: el fracaso del neoliberalismo, o la capacidad inflamatoria de las redes sociales, o la frustración de una juventud escasa de perspectivas, o el auge de los populismos, o las siempre socorridas maniobras de “agentes extranjeros”. Algo influirán, probablemente, cada uno de estos factores.

A mí me parece que, como en otros momentos históricos, distintas sociedades intentan ampliar los límites de diferentes marcos institucionales. Para bien o para mal. Cualquier sistema de gobierno, incluyendo las democracias más refinadas, implica fricción entre grupos con intereses opuestos; cuando la estructura legal es percibida como una restricción ilegítima por parte de alguno de estos grupos, suele haber confrontación y violencia.

Cualquier sistema de gobierno implica fricción entre grupos

Los fabricantes de gases lacrimógenos no dan abasto este año

Es muy difícil encontrar un hilo conductor que enlace la reivindicación de un catalán independentista con la indignación de un joven chileno estafado por el Estado neoliberal, o la rabia de un quechua boliviano afligido por el racismo con el miedo de un ciudadano de Hong Kong a verse engullido por el gigantesco estómago del Partido Comunista chino. Salvo ese que mencionábamos antes, el de los límites de la representación política, de las instituciones, de las constituciones o, en el peor de los casos, de la realidad.

Hay, si quieren, otro posible hilo que une una bronca con otra. El del negocio, que siempre está ahí. Los fabricantes de gases lacrimógenos y proyectiles supuestamente no mortales (pero muy peligrosas para los ojos) no dan abasto este año. Empresas como Nonlethal Technologies, Combined Systems y Federal Laboratories ya no tienen que depender de los clientes habituales, como Israel: ahora su mercado es el mundo. Sus cartuchos son realmente globales. Y mientras el mundo se rasca los ojos, se asfixia y llora, los dueños de esas empresas ríen. Es la gracia del capitalismo. Por mal que vayan las cosas, siempre deja a alguien contento.