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Hipótesis de futuro

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Febrero 2020 / 77

Las grandes crisis económicas generan una asombrosa onda expansiva. Aunque a veces exageramos y atribuimos al Crac de 1929 casi todas las desgracias inmediatamente posteriores (Benito Mussolini había llegado ya al poder en 1922 y su copia barata en España, Miguel Primo de Rivera, gobernaba desde 1923), es cierto que el colapso del comercio internacional tuvo consecuencias horribles. Algunos gobiernos, como el de Estados Unidos, optaron por el proteccionismo, que consiste básicamente en tratar de empobrecer al vecino y beneficiarse de ello. Otros, como el nazismo alemán y el fascismo italiano, se inclinaron por la autarquía, que consisten, supuestamente, en el autoabastecimiento pero que, en la realidad, se traduce en que no compras productos al vecino, sino que le invades y se los robas. (Salvo en la autarquía franquista, tan pobre que solo podía robarse a sí misma).

Los peores efectos de las grandes crisis no son, sin embargo, los económicos, sino los políticos. Un anónimo grafitero resumió en 2016 de forma magistral el sentimiento de la gente después de una recesión: “Emosido engañado”. Cargadas con la sensación (generalmente muy justificada) de pagar los platos rotos por los dirigentes, las poblaciones buscan venganza y optan por alternativas más o menos justicieras y más o menos fraudulentas. El objetivo no es tanto mejorar las condiciones generales de vida como empeorar la vida de las élites culpables de la crisis. Por supuesto, esas élites culpables suelen reaparecer al frente de los sistemas alternativos, pero eso se descubre demasiado tarde.

La onda expansiva de la crisis financiera de 2008 nos ha regalado ya unas cuantas convulsiones interesantes: desde el brexit a la explosión del independentismo catalán, desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca a la irrupción de grandes fuerzas ultraderechistas en el conjunto de Europa, la frustración económica ha hecho que cuajaran sentimientos de rabia que llevaban mucho tiempo soterrados.

Cabe suponer (solo suponer) que la próxima gran crisis estará relacionada con fenómenos climáticos. Cabe suponer que para muchas personas no supondrá perder perspectivas de futuro, o parte del sueldo, o todo el sueldo, o incluso la casa, como ocurrió después de 2008, sino eso y más: la salud e incluso la vida. Las colosales medidas adoptadas en China frente al brote del coronavirus y los terribles incendios de Australia pueden dar una vaga idea de cómo habrá que actuar frente a inundaciones masivas o sequías eternas.

¿Cuáles serían las consecuencias políticas de una crisis planetaria de ese tipo? Mejor no imaginarlo. Disfrutemos de los problemas de ahora: quizá mañana los recordemos con nostalgia.