Imperios
El lector recuerda, seguramente, la película La vida de Brian y el vigor ideológico del Frente Popular de Judea: “Vale, pero aparte de la limpieza, la medicina, la educación, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras, el agua potable y la sanidad, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?”. En estas estamos. ¿Qué ha hecho la Unión Europea por nosotros?
Desde la peculiaridad de España, un país en el que ningún gran partido cuestiona la moneda única, la burocracia de Bruselas y la tutela desganada de Alemania, cuesta comprender hasta qué punto está en peligro la alianza de las naciones del pequeño extremo occidental de Eurasia, ni hasta qué punto millones de europeos están hartos de ella. La fuga del Reino Unido se contempla como una excentricidad bochornosa, y el auge del Frente Nacional francés, y de otros partidos de ultraderecha, como algo repugnante pero forzosamente coyuntural. No se trata, en realidad, de fenómenos excéntricos o pasajeros: parece que el siglo XXI adopta estos rasgos.
La humanidad ha sabido siempre, desde Herodoto y los redactores bíblicos, que los imperios nacen y mueren. Nosotros, impregnados por la noción cristiana y revolucionaria del progreso lineal, tendemos a ignorarlo, pese a tener tan reciente la sangre del siglo XX. ¿Por qué caen los imperios? Resumiendo al máximo, por dos razones: porque carecen de liderazgo y porque dejan de ser útiles.
Muchos europeos creen que su pequeño imperio ya no sirve
Los imperios caídos tardan en descubrir que ya no existen
Ahora, un gran número de europeos consideran que su pequeño y reciente imperio, voluntario, asociativo y benigno, basado en la paz y en el comercio, ya no sirve. No se trata solamente de nostalgia por las viejas identidades nacionales, efecto de una mundialización ciega y brutal, sino de las inexorables razones de siempre: falta de liderazgo, falta de utilidad. Además de alguna de las otras razones que los historiadores perciben en los colapsos imperiales, como la debilidad cultural, la relajación defensiva, la comodidad y el endeudamiento.
Hay una última característica común a todos los imperios caídos: tardan en descubrir que ya no existen.