Intereses morales
A estas alturas, casi todo el mundo es consciente de que el drama económico europeo surge de una simple palabra: schuld. En alemán, ‘deuda’ es schuld. Y ‘culpa’ es también schuld. Ahí tenemos una demostración apabullante de que los defensores de lo políticamente correcto no se equivocan al afirmar que el lenguaje moldea la moralidad pública. Lo que entendemos como moral viene del latín mores, ‘costumbre’, y es simplemente eso: el sistema de pesos y medidas que una sociedad utiliza para considerar que algo está bien o está mal. La ética se refiere a conceptos abstractos. La moral es algo práctico, cotidiano. Para un alemán, deuda es culpa y culpa es deuda.
Ya conocemos las consecuencias de la identificación entre culpa y deuda en la gestión de los asuntos públicos europeos. Grecia, los países del Sur, el endeudamiento inmoral, etc. Ahora son los propios alemanes quienes se enfrentan a los efectos de combinar política, economía y moralidad en un solo cóctel. Como los bancos apenas retribuyen el ahorro, el alemán invierte su dinero en la compra de viviendas. El incremento de la demanda hace subir los precios, lo que a su vez redunda en un aumento de los alquileres. En fin, lo que llamamos “recalentamiento inmobiliario”, usualmente el paso previo a la formación de una burbuja.
En la batalla por la sucesión de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo, los pisos de Stuttgart serán el elemento clave. Angela Merkel quiere colocar a Jens Weidmann, ahora presidente del Bundesbank, para acabar con el dinero barato y subir los tipos de interés. De esa forma, piensa Merkel, los alemanes volverán a poner sus ahorros en el banco y se restablecerá el círculo virtuoso. Resulta curioso que un problema moral pueda resolverse con un aumento de los intereses. Y resultará más curioso aún que, si el proyecto Weidmann tiene éxito, el alivio de las conciencias (y los mercados inmobiliarios) en Alemania suponga una nueva ruina para la mayoría de sus socios, obligados a pagar mucho más por una deuda ya gigantesca.
Quedan claras dos cosas. La primera, que, de una forma u otra, todo el Sur es Grecia y penará muchos años por su inmoralidad. La segunda, que la moralidad tiene poco que ver con la ética: la ética propone principios universales; la moralidad es de consumo local, preferentemente en Alemania.