Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

Las décadas perdidas

Comparte
Pertenece a la revista
Febrero 2014 / 11

Suele ironizarse con la capacidad de vaticinio de los economistas. Ya saben eso de que no son muy fiables cuando predicen el futuro, cosa comprobada de forma exhaustiva, pero que en cambio poseen una extrema clarividencia para predecir el pasado. Esas son bromas injustas. Los economistas tampoco son clarividentes cuando miran al pasado. Si quieren una prueba, ahí está Japón.

La economía japonesa entró en una fase de aparente letargia cuando, en 1991, estallaron las burbujas inmobiliaria y bursátil. Se ha hablado muchísimo sobre la década perdida de Japón (1991-2000), y ahora se habla de las décadas perdidas porque el Gobierno de Tokio sigue luchando a estas alturas contra la deflación y la falta de crecimiento. El primer ministro, Shinzo Abe, lanzó el pasado año un ambicioso programa de emisión de montañas de dinero por parte del banco central, combinado con la construcción de infraestructuras (las catástrofes nucleares y los tsunamis refuerzan la necesidad del proyecto) y con la voluntad de devaluar el yen. Si no es keynesianismo ortodoxo, se le parece bastante. El asunto resulta interesante porque se especula con la posibilidad de que la UE haya emprendido la senda que Japón recorre desde hace más de 20 años. La escasez de crecimiento, la desinflación y la fortaleza del euro coinciden con el cuadro clínico japonés.

El relato más extendido sobre las décadas perdidas viene a comparar la economía japonesa con una bella durmiente que tras un larguísimo sueño despierta y se encuentra empequeñecida y rodeada de gigantes. Como China, que entre tanto se ha convertido en un coloso. Puesto que la geopolítica (bastante fiable porque se refiere a períodos larguísimos: el auge chino viene anunciándose desde hace más de medio siglo, y hasta Napoleón habló de él) indica que a Europa le toca sufrir una decadencia relativa frente a las potencias asiáticas y las economías emergentes, a las comparaciones entre Japón y la UE no les falta coherencia. Solo existe un problema: aún no existe una explicación escolástica y generalmente aceptada sobre qué ha ocurrido en Japón. Tal vez no exista nunca. El debate está tan abierto que desde hace unos meses se abre camino la tesis de que en Japón, en realidad, no han existido ni crisis ni décadas perdidas. El economista neokeynesiano y premio Nobel Paul Krugman fue el primero en expresar dudas. Luego fue William R. Cline, un economista más cercano a posiciones neoconservadoras, quien proclamó que el relato de las décadas perdidas era “un engaño colosal”. Cline admite, porque es evidente, que el producto interior bruto japonés, es decir, el tamaño de su economía, ha encogido frente al tamaño de sus competidores. Eso lo atribuye, sin embargo, a una cuestión demográfica. Y cita un dato: entre 1991 y 2012, el número de trabajadores creció un 23% en EE UU (en Alemania, algo más); en Japón, en cambio, durante esas dos décadas el número de trabajadores se mantuvo prácticamente estable, con un crecimiento del 0,6%. Lo que significa, según Cline, que la productividad japonesa ha experimentado en realidad un salto extraordinario.

En cuanto a la deflación (descenso continuado de los precios), Cline asegura que no se trata de la deflación que devastó Estados Unidos tras la crisis de 1929, sino de la deflación positiva que entre 1880 y 1900 mejoró la productividad estadounidense y sentó las bases del que iba a ser el fenómeno económico del siglo XX. 

En EE UU son cada vez más quienes consideran que Japón ha tomado el pelo al mundo

Miremos el asunto con ojos de profano. El PIB de Japón apenas crece; su población laboralmente pasiva (con menos de 16 años o más de 65) ha pasado del 43% del total al 58% en las famosas dos décadas; siguen existiendo bancos y corporaciones zombis (técnicamente quebrados, pero mantenidos con vida gracias a las continuas inyecciones de dinero del banco central, con tipos de interés del 0,1%); ha aumentado de forma sustancial el empleo precario; la deuda soberana es la mayor del planeta. No pinta muy bien, ¿verdad? El panorama cambia si contemplamos otros aspectos. Los hogares japoneses tienen ahorrados más de 10 billones de dólares, el desempleo es del 4,3%, las grandes corporaciones japonesas (desde Sony hasta Toyota) siguen generando beneficios fabulosos, pese a la competencia de China y Corea del Sur, y el endeudamiento del Estado constituye un caso peculiar: los ahorradores japoneses compran deuda de su Tesoro público, que a su vez compra deuda estadounidense y de otros países, con el paradójico resultado final de que Japón no es un país internacionalmente deudor, sino acreedor. Y es además, junto a Alemania, el único entre los grandes que ha mantenido un amplio y creciente superávit comercial. En Washington son cada vez más quienes consideran que Japón (cuyos economistas y empresarios predicen cada año un colapso inminente) ha tomado el pelo al mundo, haciéndose la víctima para evitar que se les obligue a desmantelar su sistema proteccionista y a admitir un mayor número de inmigrantes. En fin. En cuanto los expertos acaben de predecir el pasado, podremos ponernos a escudriñar el futuro. Quizá dentro de 20 años, algún prestigioso economista grite: “Oigan, Alemania les ha engañado como a chinos”.