Los indicadores
Llevamos una buena temporada viendo brotes verdes en la economía. Mejor dicho, oyendo a políticos que dicen haber visto los puñeteros brotes. La crisis apenas estaba empezando y la vicepresidenta Elena Salgado, ¿se acuerdan?, descubría verde por todas partes. Ahora, más que de brotes, se habla de indicadores positivos.
El Gobierno afirma que las cosas mejoran y, ciertamente, siempre existe un indicador que invita al optimismo. Las exportaciones, se nos dice, empiezan a funcionar. Y detrás de las exportaciones vendrá el resto.
¿Es cierto? Para hacernos una idea general, imaginemos los indicadores macroeconómicos como la información que nos proporciona el coche. Hay datos muy importantes y otros menos importantes. Estamos al volante y vemos que nuestro automóvil no pasa de 20 kilómetros por hora por más que apretemos el acelerador; vemos también que el depósito de gasolina está en las últimas gotas de reserva, que la temperatura del agua es demasiado elevada y que el motor lleva más de 400.000 kilómetros acumulados.
El nivel del aceite, sin embargo, está bien. ¡Brote verde! No, ¿verdad? Pues eso.
Los indicadores económicos que realmente interesan al ciudadano de a pie, en las actuales circunstancias, son los de crecimiento, desempleo y deuda. Esos son los que componen una imagen real en un momento determinado. Luego están las señales que muestran ciertas tendencias y permiten intuir cómo irán las cosas en el futuro próximo. Ahí se incluyen exportaciones e importaciones.
Las exportaciones han subido un 8% en el primer semestre de 2013. Está muy bien, teniendo en cuenta que tanto Alemania como Francia han sufrido una ligera disminución.
Las importaciones, en cambio, apenas han subido. Eso mejora la balanza comercial, que es la diferencia entre lo que se vende y se compra al exterior.
La balanza, sin embargo, sigue siendo deficitaria. Aún importamos más de lo que exportamos. Lo cual significa que aún tenemos que endeudarnos para cubrir la diferencia. Estábamos muy mal en ese aspecto, ahora no estamos tan mal.
Miremos más de cerca. ¿Quién exporta? Básicamente, las multinacionales. Unas 200 empresas automovilísticas, químicas y alimentarias, en general beneficiadas por un trato de favor (durante décadas, el Gobierno y las comunidades autónomas han competido para captar o al menos conservar las inversiones extranjeras), cubren más de la mitad de las exportaciones. Las ventas al exterior de la pequeña y mediana empresa, que es la que crea empleo, no alcanzan ni el 1% del total.
¿Por qué suben las exportaciones de las grandes compañías con presencia en España? Por la rebaja de los costes, en especial los salarios. Se ha ganado competitividad a lo bruto, con un proceso de deflación. Pero ocurre que España no es un país exportador. Lo que vendemos fuera no puede sostener, ni de lejos, el crecimiento de la economía.
Alemania exporta por más de un billón de euros y en 2012 su superávit comercial (la diferencia positiva entre lo exportado y lo importado) rondó los 180.000 millones. El Gobierno español sería feliz con un 10% de eso.
Imaginemos un coche con 400.000 kilómetros que no tira. ¿El nivel de aceite es un brote verde?
¿Quién exporta? Las multinacionales, que ganan competitividad a lo bruto
Las rebajas de salarios, que solo son posibles con un desempleo altísimo, han hecho más competitivas a las multinacionales exportadoras, pero han disminuido la capacidad de consumo interno. Sin que suba el consumo interno no hay crecimiento, o lo hay residual, y sin crecimiento no se crea empleo, o se crea residualmente. Ya saben, los famosos 31 puestos de trabajo. El gasto de las familias españolas, muy endeudadas, siguió bajando en el segundo semestre de este año. Mala señal.
Decíamos que conviene mirar cómo van la deuda, el crecimiento y el paro.
En 2012, la deuda global de España con el exterior ascendió a 1,7 billones de euros y, pese a todos los recortes, subidas de impuestos y demás maravillas realizadas por el Gobierno, subió un poco respecto al año anterior. Seguimos endeudándonos. En cuanto a la deuda total, interna y externa, las empresas (sin contar los bancos) y las familias han reducido un poco lo que deben, aunque siga siendo una barbaridad (más de dos billones en conjunto), pero el Estado lo ha aumentado. Una parte de la deuda privada se ha convertido en deuda pública. Los bancos, por su parte, deben más de medio billón, y el Banco de España, a finales de 2012, debía 250.000 millones al Banco Central Europeo.
Crecimiento no hay. Se mantiene la recesión, lo cual significa que la tarta económica se reduce de tamaño.
Y sobre el paro no es necesario extenderse.
Si, como parece, el sector exportador va funcionando, podría aparecer un poco de crecimiento a finales de este año o principios del próximo. Sería realmente pequeño, por debajo del 1%, lo cual impediría una creación significativa de empleo. Si eso ocurre, el Gobierno proclamará con grandes aspavientos que la recesión ha terminado. Técnicamente, será cierto. Pero sin un crecimiento elevado, del 3% o más, no habrá manera de que el mercado laboral reabsorba a seis millones de parados ni de que la deuda pública y privada se reduzca a niveles manejables.
La conclusión es que el coche no tira, aunque vaya muy bien de aceite.