Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

Más deuda

Comparte
Pertenece a la revista
Noviembre 2014 / 19

¿A quién va a creer? ¿A mí o a sus propios ojos?”. Esta frase, que define bastante bien la actitud de los responsables de la economía en España y en el mundo en general, pertenece a la película Sopa de ganso y suele atribuirse a Groucho Marx. Pero no la pronunció Groucho, sino Chico disfrazado de Grouchol, lo cual proporciona un interesante giro adicional.

¿A quién vamos a creer? Estamos bastante acostumbrados a las trolas. ¿Cómo olvidar que hace diez años, en 2004, el vicepresidente económico Pedro Solbes decía que no existía riesgo de que estallara la burbuja inmobiliaria. O que la Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) anunciaba que centraría todo su futuro crecimiento en la inversión en “suelo y vivienda”. O que Caixa Catalunya aseguraba que la subida del precio de las viviendas, al 17% anual, creaba un efecto riqueza “parcialmente compensado por el aumento de la deuda en un número contenido de familias”? ¿Un número contenido de familias? Vale, esas cosas las decían Caixa Catalunya, CAM y Solbes, entidades financieras y políticas a las que el estallido de la burbuja se llevó por delante. Pero ya me entienden.

Por eso escuchamos impasibles a Cristóbal Montoro, ese hombre, ese ministro de Hacienda, cuando dice que los presupuestos para 2015 son “esperanzadores” y “abren un futuro de mayor prosperidad y de creación de empleo”. ¿A quién vamos a creer? ¿A Montoro o a nuestros propios ojos? Teniendo en cuenta que, siempre en palabras de Montoro, los presupuestos de 2014 ya suponían “un decidido impulso a la recuperación” y que los de 2013 abrían “una etapa esperanzadora” (lo de la esperanza lo utiliza bastante), queda claro que nuestros ojos no nos engañan. Estos últimos presupuestos, los de 2015, contienen una partida interesante: los 35.500 millones de euros destinados al pago de intereses. No son para pagar el principal de la deuda, que aumentará, sino solamente los intereses. No parece mucho si consideramos que la crisis bancaria, o mejor dicho de las cajas de ahorros, nos costó más de 80.000 millones. Pero comprobamos que es bastante al comparar esos 35.500 millones con los 25.300 destinados al subsidio de desempleo.

¿A quién vamos a creer? ¿A Montoro o a nuestros propios ojos?

Deuda soberana mundial, en cifras: 60.000.000.000.000

Si la burbuja de la deuda estalla, las otras parecerán una broma

Dejemos, sin embargo, de creer a nuestros propios ojos. Montoro afirma que el pago de los intereses va bien, porque los tipos a los que se endeuda el Estado ya están por debajo del 2%. Qué maravilloso es el crédito barato. ¿No hemos escuchado eso antes? Cabría matizar también que España crece por debajo del 2% (de momento y si la recesión europea, milagrosamente, no nos afecta), lo cual supone un negocio ruinoso. Ejemplo: usted pide un crédito al 2% y lo invierte en valores que rinden el 1%. ¿Le cuadran los números? El fenómeno de la deuda soberana, la asumida por los Estados, ha adquirido proporciones portentosas en todo el mundo. El total se aproxima a los 60 billones de euros. Puesto en cifras: 60.000.000.000.000. Y sigue creciendo con rapidez. En España, la deuda soberana equivale a lo que la economía produce en un año. Traslademos eso a un nivel más pedestre, el de una familia que ingresa 50.000 euros anuales y tiene una hipoteca de 50.000 euros. No parece una situación desesperada. Salvo que esa hipoteca fuera originalmente de 15.000 euros, y haya ido incrementándose hasta los 50.000 para resolver el inconveniente de que, ingresando 50.000, gastamos 60.000. Eso es más preocupante. La deuda pública es un recurso fundamental para gestionar la economía, eso está claro. El keynesianismo clásico establece que en épocas de crisis el Estado debe endeudarse para captar recursos con los que impulsar la actividad, y pagar deudas en épocas de crecimiento. En cuanto una economía crece a buen ritmo, es posible reducir con rapidez la deuda soberana. Hace sólo veinte años, durante la bonanza clintoniana, Estados Unidos tuvo que contener sus superávits presupuestarios porque los ahorradores no encontraban en el mercado bonos del Tesoro para invertir su dinero. Todo esto es cierto. Pero nunca, salvo en la fase final de la Segunda Guerra Mundial, había crecido tanto la deuda soberana de los países industrializados, y nunca se había experimentado una situación como la actual: las potencias económicas (salvo China y en menor medida Estados Unidos) han dejado de crecer y han caído en una postración casi deflacionaria, ante la que no funcionan los estímulos monetarios. El endeudamiento público no impulsa nada, la inflación y los tipos de interés están prácticamente en cero. Y la deuda sube, y sube, y sube. Sólo los alemanes, siempre cautelosos, se preocupan por la burbuja de la deuda. Los bancos centrales de Estados Unidos, la Unión Europea y Japón (donde la deuda rebasa el 237% del producto interior bruto, con el atenuante de que la financian los propios ahorradores japoneses) aseguran que no pasa nada. Es decir, dicen lo mismo que decían mientras se hinchaban las burbujas del pasado. Habrá que creer a las autoridades monetarias, no a nuestros propios ojos. Pero en cuanto Montoro diga que la situación de la deuda de España, la que más depende de financiación exterior junto a la de Estados Unidos, es “esperanzadora”, me escondo debajo de la cama. Porque si esta burbuja estalla, las otras, las bursátiles, las inmobiliarias, nos parecerán una broma.