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Nueva era

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Septiembre 2018 / 61

Nos quejábamos, no hace tanto, del dominio que la economía ejercía sobre la política y sobre nuestras vidas. El debate público era fundamentalmente económico. No solo en la Unión Europea, donde el euro y cualquier parámetro que pudiera relacionarse con Maastricht constituía dogma y guía de la acción de gobierno: en el conjunto del planeta, la desregulación en algunos ámbitos esenciales, como el trabajo y las finanzas, y la nueva regulación (también desregulación, pero de otra forma) en el comercio internacional crearon un sucedáneo de ideología tecnocrática que servía a los intereses de la mundialización.

Probablemente es bueno que acaben varias décadas de economicismo. Probablemente es malo lo que está arrumbando a la vieja tecnocracia.

Acaban décadas de economicismo; nace la era de los sentimientos

Los sentimientos y los símbolos no aceptan reglas

Quizá añoraremos el tedio de cuando la economía mandaba

Entramos en la era de los sentimientos y los símbolos. Desde la forma en que los jugadores de fútbol americano saludan el himno estadounidense hasta el color de los lazos, desde los debates identitarios franceses a la resucitada devoción por las banderas, desde la visceralidad del Brexit a la caricatura mussoliniana del Gobierno italiano, desde la pasión nacional polaca al asesinato institucionalizado de Filipinas, los nuevos debates públicos son ajenos a las cifras y, en muchos casos, a los hechos. El deseo de estabilidad y prosperidad material parece haber sido sustituido por el deseo, a secas. Impera la pulsión.

La tecnocracia y el economicismo, dos caras de la misma moneda, juegan bajo ciertas reglas. Hacen trampas, claro, pero el terreno está acotado, se admiten en teoría las alternativas (aunque sean calificadas de antisistema) y ciertos hechos quedan fuera de discusión porque se asumen como eso, hechos.

Los sentimientos y los símbolos no aceptan reglas. Vienen tiempos emocionantes. Quizá lleguemos a añorar la frustración y el tedio de cuando la economía mandaba.