Prohibición
Hay que admitirlo: tenemos un talento especial para agravar cualquier problema. No importa que el problema sea de por sí gravísimo. Si nos dejan hacer, podemos empeorarlo hasta límites inconcebibles. Un ejemplo entre muchos es la droga. Un siglo después de que Estados Unidos iniciara las políticas prohibicionistas contra la cocaína, y después contra la marihuana, el consumo no ha dejado de crecer. Entretanto, los contribuyentes han gastado fortunas para aplicar una prohibición que no funciona, las cárceles se han llenado de personas que no implican ningún peligro para la sociedad y las mafias se han hecho lo bastante ricas y poderosas como para corromper países enteros. Véase México.
El Mediterráneo se ha convertido en una gigantesca fosa común
El prohibicionismo constituye un gran negocio para pocos
Consideremos ahora la cuestión de los inmigrantes. La Unión Europea reconoce necesitar cada año al menos 1,5 millones de inmigrantes para mantener su actual declive demográfico. Para darle la vuelta a la pirámide demográfica, es decir, para no convertirnos en un continente de pensionistas en cuestión de décadas, hacen falta casi tres millones. Bien. ¿Qué hacemos? Prohibir. Levantar murallas inútiles. Convertir el Mediterráneo en una gigantesca fosa común. Gastar más y más dinero en armas y artefactos para protegernos de esos invasores, y enriquecer a los traficantes de personas, que en poco tiempo serán tan poderosos como la narcomafia. Cuando hay que elegir entre lo malo (una inmigración descontrolada en una UE temerosa ante los cambios cuya ciudadanía muestra crecientes ramalazos xenófobos) y lo peor (la misma inmigración descontrolada, pero con violencia policial y mafias pujantes), no dudamos un segundo. De cabeza a lo peor. ¿No sería mejor que esas pequeñas fortunas que pagan los inmigrantes a los traficantes, a veces más de 10.000 dólares, se invirtieran legalmente en los países de destino, impuestos incluidos? ¿No sería mejor gastar menos en policía y más en integración? El problema es complejo. Requiere realismo y audacia. Requiere ser conscientes de que el prohibicionismo constituye un gran negocio para unos pocos y un mal negocio para la sociedad.
ILUSTRACIÓN: DARÍO ADANTI