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Tranquilos, todo está controlado

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Julio 2019 / 71

Nos hemos habituado a eso que llamamos “cumbres”. Dirigentes políticos más o menos poderosos se reúnen en algún  lugar para ponerse de acuerdo en tal asunto o tal otro. Damos por supuesto que cada uno de ellos acude con un objetivo o una idea e intenta convencer a los demás. A veces se consigue algo, a veces no. Las “cumbres” no concluyen casi nunca en un fracaso estrepitoso porque los participantes disponen de un material básico previamente pactado por unos ayudantes llamados sherpas; si no se avanza, al menos se dispone de eso. Imaginemos ahora algo muy inquietante.

Imaginemos una “cumbre” de tipos muy influyentes que se sientan en torno a una mesa para hablar con franqueza, y abren un diálogo parecido al siguiente: “¿Qué hacemos?”. “Para saber qué hacer, tendríamos que saber qué está pasando”. “¿Alguien puede explicar qué está pasando?”. “A mí no me miréis, yo no tengo ni idea”. “Vale, pues no hacemos nada”. “Cruzamos los dedos”. “Eso, cruzamos los dedos y vamos a tomar algo”. Se levanta la sesión.

Aunque resulte inverosímil, esas “cumbres” existen. Y las protagonizan las personas que, supuestamente, dirigen las finanzas del mundo: los directores, presidentes o gobernadores de los bancos centrales. Bajo el patrocinio del Banco de Pagos Internacionales, con sede en Basilea, los jefes de más de 50 bancos centrales se encuentran de vez en cuando para hablar de lo suyo. Y asombrosamente han llegado al punto de no saber siquiera qué es “lo suyo”. Antes, cuando se elevaban los tipos de interés en caso de recalentamiento económico y rebrote de la inflación, o se reducían para aliviar una crisis, conocían los mecanismos de su trabajo, los aplicaban y trataban de ser previsibles. Ahora carecen de mecanismos que aplicar. La previsibilidad se ha vuelto una aspiración imposible. Se limitan a fingirla, para que los ciudadanos no nos espantemos demasiado.

Con tipos de interés negativos, bancos centrales que pagan por prestar dinero,  ahorradores que pagan por depositar su dinero, el sistema ha dejado de tener lógica. La Reserva Federal de EE UU ejemplifica desde hace meses el sonambulismo de las autoridades monetarias. Subió un poco los tipos, sugirió que seguiría haciéndolo, luego no lo hizo, y ahora no excluye bajarlos. ¿Por qué  subió los tipos? Solo para poder bajarlos si se avecinaba una recesión. A sabiendas de que, en esta era enigmática, no sirve de nada.

Los banqueros centrales se contemplan pasmados unos a otros. Saben al menos una cosa: si la política monetaria no funciona, hay que aplicar la política fiscal. Pero eso corresponde a los políticos, quienes, a su vez, han comprobado que la proliferación de paraísos fiscales y artilugios financieros no les deja otra opción que seguir exprimiendo a los asalariados y lo que un día se llamó clase media. En conclusión, nadie puede hacer nada. Bueno, en realidad sí se puede hacer algo, y eso es lo que hacen: gobernantes y banqueros se ponen serios, nos miran y nos dicen que está todo controlado