Vivir, sí, ¿pero dónde?
Estoy mirando un anuncio inmobiliario. Se trata de un piso “maravilloso” y “exclusivo” (eso dice el anunciante) con una extensión de 58 metrazos, vistas a un muro y con medios de transporte muy cercanos: está entre las vías del tren y una carretera, en las afueras de una gran ciudad. El alquiler cuesta 960 euros. Una ganga. Teniendo en cuenta que el salario medio en España es de 1.700 euros brutos mensuales, el ciudadano medio puede permitirse tranquilamente residir en ese piso “maravilloso” y “exclusivo” y, además, comer pan y fideos hasta hartarse.
Uno entiende que a la gente le preocupe el desempleo, la marcha de la economía y ahora, con la pandemia, la cuestión sanitaria. Eso dicen los sondeos. Hasta ahí, normal. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, también preocupa mucho el “mal comportamiento” de los políticos. Vale, se comprende. ¿Y la vivienda? Supongo que, como la proverbial rana que hierve poco a poco sin darse cuenta, nos hemos acostumbrado a que tener un techo sobre la cabeza resulte prohibitivo. El caso es que los precios de la vivienda, en propiedad o en alquiler, no se perciben como una tragedia. Y lo son.
El debate sobre el control de los alquileres es interesante, aunque la fijación de límites no suela funcionar muy bien. En París tuvo una doble consecuencia: por un lado, algunos inquilinos se veían obligados a pagar un suplemento en negro; por otro, la mayoría de los propietarios dejaron de gastar en mantenimiento. Lo más eficaz es la construcción de vivienda pública. En Holanda, el 30% de las viviendas son sociales. En Francia, el 17%. En Dinamarca, el 21%. En Austria, el 24%. En España, el 2,5%.
Los precios de la vivienda, en propiedad o alquiler, no se perciben como una tragedia. Y lo son
Los fondos europeos para la reconstrucción tras la pandemia podrían ofrecer una oportunidad para paliar el desastre. El dinero, unos 70.000 millones de euros en transferencias y otros 70.000 en préstamos, llega con condiciones: más de la mitad debe destinarse a la lucha contra el cambio climático y a la digitalización. También hay que gastar, de acuerdo con las instrucciones de la Unión Europea, en flexibilizar el mercado laboral, en reformar las pensiones y en reforzar la unidad de mercado. Uno podría pensar que esto último sale gratis si unos cuantos políticos se ponen de acuerdo, pero parece que también hay que pagarlo.
¿Y la vivienda? Nada por aquí, nada por allá. El derecho a una vivienda digna es teórico; el negocio inmobiliario es muy práctico.
Dicen que en España se vive muy bien. El problema es dónde.