Una gran oportunidad
La economía colaborativa es una realidad explosiva con un peso creciente en nuestras vidas. El fundamento está en compartir. La idea de que es mejor compartir que poseer está ganando adeptos a un ritmo exponencial. La pérdida de poder adquisitivo que ha provocado la crisis y una mayor conciencia ecológica que exige un mejor aprovechamiento de los recursos están impulsando a toda máquina esta nueva dimensión de la economía. Pero, sin duda, el gran propulsor de esta distinta forma de consumir y producir basada en los intercambios directos entre ciudadanos de bienes, espacios y servicios ha sido Internet y el efecto multiplicador de las redes sociales.
Compartir casas, coches o bicicletas ha proporcionado ya un beneficio económico constatable a millones de ciudadanos. Lograr un apartamento de vacaciones a precios accesibles o gratuitos o reducir significativamente los gastos de transporte son aspectos que explican por sí solos el éxito de esta nueva dimensión de la economía, que crece a una velocidad vertiginosa. La velocidad de crecimiento es impactante. Airbnb, una plataforma que facilita el alquiler de habitaciones o viviendas, realizó el año pasado en España 600.000 contratos, ocho veces más que dos años antes. Pero la economía colaborativa crece no tan sólo en profundidad en estas actividades más conocidas, sino también en amplitud. Las ventajas que se derivan de facilitar el contacto entre las personas están multiplicando los ámbitos de actuación de manera ilimitada. Muchas empresas se han creado gracias a poder compartir los mismos espacios, servicios y equipamientos. La financiación de proyectos personales o empresariales está registrando un salto inusitado gracias al crowdfunding. Internet ha revolucionado el acceso a la educación y formación al permitir compartir los conocimientos de forma gratuita.
POTENCIAL ILIMITADO
El potencial de compartir entre los ciudadanos parece ilimitado. El trabajo que hemos realizado en este Extra va dirigido precisamente a dar a conocer todas estas nuevas iniciativas que cada día están teniendo un mayor impacto en la organización de la economía y las condiciones de vida de los ciudadanos. Juliet Schor, profesora de Sociología del Boston College, que ha dedicado tres años de investigación a la economía colaborativa, distingue cuatro grandes categorías: redistribución de bienes (plataformas de subasta de productos como la pionera eBay); reutilización de bienes duraderos (como los intercambios de coches y bicicletas); intercambio de servicios (por ejemplo, bancos del tiempo) y compartir activos productivos (las cooperativas son el modelo histórico de este ámbito en el que hoy se sitúan las instalaciones de coworking a plataformas de educación). Estamos ante un mundo de fronteras borrosas, muy complejo y cuya evolución es difícil de predecir. La economía colaborativa, se desarrolló con fuerza hace 20 años en Estados Unidos, donde algunas plataformas han adquirido un potencial económico impresionante. Uber, una plataforma que ofrece un servicio de transporte de viajeros que compite con los taxis y ha sido prohibido en España, ha alcanzado una valoración de 40.000 millones de dólares.
Esta compañía, apoyada por unas de las mayores corporaciones del mundo, como Google y Goldman Sachs, se ha convertido en una sociedad más parecida a la vieja economía, sobre todo desde una perspectiva social y de funcionamiento democrático. Este tipo de desarrollos han despertado lógicas alarmas de quienes advierten de los riesgos de que la nueva economía sea un instrumento para evadir las regulaciones. Dentro del inmenso mar de experiencias de la economía de compartir, la distinción más evidente es entre las entidades sin afán de lucro y las que persiguen el beneficio como objetivo prioritario. Aunque la distinción no es siempre fácil, está bien claro que no significan los mismo las experiencias de Uber y Airbnb, cuyas matrices obtienen rendimientos estratosféricos, con las iniciativas sin afán de lucro, como compartir espacios, las bibliotecas de herramientas, bancos de semillas, bancos de tiempo e intercambio de alimentos.
DESARROLLO EN LAS CIUDADES
Es relevante destacar en este sentido las características propias que la nueva economía está adoptando en Europa y América Latina. En varios países europeos las plataformas están proliferando con un mayor protagonismo de las ciudades, que se convierten en centros de compartir actividades. París, por ejemplo, acoge cada año el festival OuiShare, en donde se dan cita las experiencias en marcha. Las plataformas de intercambio que se han desarrollado en el marco de las ciudades europeas se caracterizan por una mayor sintonía con los valores que promueven la justicia social, la sostenibilidad y la cooperación.
Igualmente en América Latina, el movimiento colaborativo se ha visto influido por el giro político de la región hacia la solidaridad social, la reducción de la pobreza y el fomento de las ideas cooperativas, especialmente en Ecuador. El desarrollo de la nueva economía conduce a un nuevo tipo de organización económica y social que puede tener un fuerte impacto en los derechos laborales y sociales y en los ingresos impositivos. La economía de compartir conduce a una nueva organización económica con una diversificación de las fuentes de renta de los ciudadanos y a una nueva concepción del empleo.
Para que sea viable y suponga un avance social deben asegurarse los ingresos fiscales necesarios para mantener el actual Estado de bienestar. Una fórmula puede ser el establecimiento de una renta básica. El avance de la economía colaborativa deriva en buena parte del potencial de las nuevas tecnologías, que por sí solas no implican un progreso o un retroceso social. La posibilidad de compartir conocimientos, medios y la facilidad de las comunicaciones son una oportunidad de excepción para construir una sociedad más igualitaria, más, democrática, justa y sostenible. El cambio tiene sentido si supone un avance de estos valores.