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Expectativas incumplidas

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Julio 2014 / 16

Editorialista de Alternatives Économiques y ex presidente de la cooperativa

VACÍO El avance espectacular del Frente Nacional (FN) en las elecciones europeas tiene múltiples causas, pero la oferta de seguridad global hecha por Marine Le Pen no habría tenido tanto éxito si el resto de la clase política hubiera sido capaz de contraponerle una visión de futuro que devolviera confianza al país. A la derecha, Nicolas Sarkozy logró, en 2007, que el FN bajara robándole su discurso voluntarista en el ámbito económico y social. Pero una vez que llegó al poder se contentó con satisfacer las aspiraciones egoístas de su clientela mientras sus veleidades modernizadoras se disolvían en una gestión poco firme de la crisis. François Hollande, elegido por defecto en 2012, tampoco ha sabido, o querido, encarnar una alternativa real. Su gestión de la herencia de deudas y de déficit público que le dejó su antecesor está sometida a la vigilancia de los mercados y de sus socios europeos. Es una posición de debilidad que aprovechan los grandes intereses económicos que imponen a la izquierda una serie de reformas dolorosas en nombre de la competitividad.

Pero el mal es, sin duda, más profundo: la incapacidad de la izquierda para responder a las expectativas de las clases populares revela también el agotamiento de esa promesa de la que la socialdemocracia era portadora históricamente. ¿Cómo redistribuir los beneficios del crecimiento cuando este no existe? ¿Cuándo se convierte la búsqueda de competitividad en la única política posible? De ahí esta situación paradójica: François Hollande sigue esperándolo todo de una hipotética vuelta al crecimiento mientras lleva a cabo una política que va a limitar este durante tiempo. En semejante contexto, hubiera sido de esperar que los Verdes, en particular, se mostraran más imaginativos, pero también a ellos les cuesta hacernos deseable esa sociedad poscrecimiento que habrá que construir, dados los peligros ecológicos que nos amenazan.

FUSIONES La reforma territorial anunciada debería plasmarse en una reducción del número de regiones. La unificación de las dos Normandías no parece imposible y el acercamiento entre la Borgoña y el Franco-Condado está ya en marcha, pero las cosas se complican cuando se trata de despiezar unas regiones ya existentes para distribuir los diferentes departamentos entre las regiones vecinas. Una cosa está clara: la descentralización a la francesa es un deporte que se practica en París, bajo la batuta del Estado y basándose en la idea de que nuestras regiones son demasiado pequeñas en comparación con las de otros países. Es cierto que Baviera es mucho más grande que el Limosin o Picardía, pero no es así en el caso de los länder de Hamburgo o Bremen, que se reducen a esas dos ciudades y sus alrededores. En Estados Unidos, el gran tamaño de California o Texas no ha llevado a fusionar Connecticut con Rhode Island ni Massachusetts con New Hampshire. En el fondo, uno no puede dejar de pensar que el mejor tamaño para una región es el que sus habitantes consideran que debe tener. Si hay que economizar, primero hay que hacerlo aclarando el papel de las diferentes administraciones y el de estas y el Estado.

NUCLEAR Es sabido que François Hollande había prometido reducir en un 50% el porcentaje de energía nuclear en la producción de electricidad para 2025. Una solución de compromiso entre el abandono total deseado por los ecologistas y la voluntad de Électricité de France (EDF) de utilizar sus centrales el mayor tiempo posible, como manda la rentabilidad. De hecho, la compañía contaba con el crecimiento de la demanda de electricidad para llegar al famoso 50% conservando la práctica totalidad de su parque nuclear durante varias décadas.

Pero han pasado los tiempos en los que la dirección de la Energía del Ministerio de Industria dependía de los servicios de la EDF para prever la necesidad futura de electricidad del país. Estas previsiones justificaron antaño la construcción de un número irracional de centrales, origen de una supercapacidad nuclear que, para adaptarse a la demanda instantánea de electricidad, obliga a la EDF a variar continuamente la producción de sus centrales, cuando no están hechas para eso. De ahí el recorte prematuro en equipamiento que impone frecuentes paradas para el mantenimiento de las centrales. Además, según el escenario en que se basa la futura ley de transición energética, el crecimiento de la demanda será escaso, lo cual provocaría que una veintena de centrales dejaran de ser útiles en 2015. Eso siempre y cuando, claro está, se mantenga la promesa.