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Argentina se constipa, Turquía estornuda

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Foto artículo: Argentina se constipa, Turquía estornuda

Justo cuando la economía mundial se daba un respiro, las turbulencias en los países emergentes evidencian la fragilidad de la recuperación

Por un momento parecía que las aguas volvían a su cauce. Subían las Bolsas, bajaban las primas de riesgo y los líderes políticos repetían una y otra vez la palabra mágica: recuperación. A la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, incluso le salió la vena poética. “El optimismo está en el aire”, dijo tras reunirse con Mariano Rajoy en Washington. “La profunda helada ha quedado atrás y el horizonte es más brillante”.

Poco ha tardado la prosa en sustituir al verso. De repente, las divisas de los países emergentes se desploman, las Bolsas retroceden y el nerviosismo vuelve a los mercados de deuda. La caída del peso argentino ha redirigido la atención hacia los problemas de los países emergentes –estrellas rutilantes hasta hace muy poco- y ha despertado el temor a que la economía mundial entre en una nueva fase de inestabilidad, aplazando el adiós a la crisis en los países que más han sufrido en los últimos años.

¿Qué está pasando? Como siempre que se produce un temblor de dimensiones globales, no hay un motivo único. Así lo explica Kit Juckes, estratega de Société Générale, a la web financiera Business Insider: “Hay demasiados fuegos ardiendo, y no se puede esperar que todos vayan a apagarse a la vez”.

En esta ocasión, la combinación de factores es especialmente compleja. Enumeremos algunos:

-        El miedo a una ralentización de la economía china.

-        La  retirada de los estímulos de la Reserva Federal de EEUU.

-        Los problemas políticos en Turquía, Tailandia y Ucrania.

-        La inflación argentina.

-        Los ataques especulativos en los mercados de divisas.

-        La caída del precio de las materias primas.

Y ahora intentemos explicarlos:

China será pronto la primera economía mundial, y cualquier atisbo de desaceleración en su rápido ritmo de crecimiento pone muy nerviosos a los mercados. Los datos más recientes indican una ralentización de su producción industrial, síntoma de que la economía no está tan fuerte como solía. La burbuja de crédito que vive el gigante asiático ha llevado la deuda del sector privado hasta el 230% del PIB, un dato que muchos economistas interpretan como un anticipo de futuros problemas. Además, el gigante asiático es un gran importador de materias primas procedentes de países emergentes, principalmente latinoamericanos. Una caída de la demanda haría mucho daño a los exportadores.

Argentina está sumida en una de esas crisis que sus ciudadanos parecen condenados a sufrir cada cierto tiempo. La indecisión de sus dirigentes políticos y las mentiras oficiales sobre el índice de inflación –la real triplica la reconocida por el propio Gobierno- han incrementado la desconfianza en la estabilidad financiera del país. Argentina, recordemos, no puede financiarse en el exterior por el incumplimiento de sus obligaciones de deuda, consecuencia de la gran crisis de 2001-2002. Para sostener a su divisa, en los últimos días el Gobierno ha tenido que gastar parte de sus escasas reservas en dólares. El contagio ha sido rápido: la lira turca, el rand sudafricano y la rupia india han caído en picado en los mercados de divisas. Lo mismo ha sucedido en otros países emergentes.

El fin del dinero barato en EE UU previsiblemente reducirá el flujo de inversiones hacia los países emergentes, que han disfrutado de un periodo de bonanza mientras los países del norte sufrían los efectos de la crisis financiera iniciada en 2007. La gradual desactivación de los estímulos al crecimiento económico a cargo de la Reserva Federal y la incertidumbre sobre la situación en los mercados emergentes está reforzando el papel del dólar como moneda refugio. La rentabilidad de los bonos del Tesoro de EE UU sube y los inversores en deuda abandonan otros mercados en favor del estadounidense.

En Turquía, a los recientes escándalos de corrupción se suma la agitación política propia de un año electoral. El problema de fondo de la economía turca es el enorme déficit por cuenta corriente, es decir, su excesiva dependencia del financiamiento exterior. Pobre en recursos naturales, Turquía importa mucho más de lo que importa. El banco central ha prometido hacer todo lo posible para sostener la libra y frenar la inflación. Con ese objetivo, el martes por la noche decretó una drástica subida de los tipos de interés. Los bancos centrales de India y Sudáfrica han hecho lo mismo. La medida surtió efecto en un principio, pero las divisas volvieron a bajar después.

Días antes de que comenzaran las turbulencias, los especuladores de los mercados de divisas se habían puesto cortos –es decir, habían apostado a la baja- con las monedas emergentes. Ahora pescan en río revuelto.

Las economías latinoamericanas son extremadamente dependientes de las exportaciones de materias primas, y la caída de los precios les está haciendo daño. Es verdad que muchos de ellos están mejor preparados que antes para hacer frentes a “shocks” como el actual, pero aun así sus divisas siguen siendo vulnerables al contagio. Sus bancos centrales están en alerta máxima.

¿Cómo afecta todo esto a España y a la zona euro? Está por ver. La economía española, recién salida de la unidad de cuidados intensivos, puede recaer al menor enfriamiento. El ministro de economía, Luis de Guindos, ha minimizado la exposición de la economía española a la crisis argentina (cuando la presencia de empresas hispanas allí es importante), y el propio presidente del Gobierno ha manifestado que, a diferencia de hace unos meses, el euro es hoy lo suficientemente fuerte para aguantar el golpe. Veremos si, de nuevo, nuestros líderes confunden la realidad y el deseo.