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Dos veteranos dan vida a la izquierda en Reino Unido y EEUU

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Puede que Jeremy Corbyn y Bernie Sanders no lleguen nunca al poder, pero su denuncia de las desigualdades no se esfumará fácilmente

El verano ha traído a la actualidad a dos políticos apenas conocidos hasta ahora, al menos fuera de sus respectivos países. Uno de ellos es Jeremy Corbyn, candidato a liderar el Partido Laborista británico a partir del próximo mes de septiembre; el segundo, Bernie Sanders, un senador de EEUU que aspira a ser el candidato demócrata a la Presidencia en 2016.

Ciudadanos de los dos países con más tradición de libre mercado, Corbyn y Sanders se definen a sí mismos, sin complejos, como socialistas. Ambos continúan en activo más allá de la edad de jubilación. Uno y otro recuerdan que la igualdad social ha sido tradicionalmente el gran objetivo de la izquierda y que las fuerzas progresistas le han dado la espalda con la esperanza de aumentar su atractivo entre el electorado.

 

La mayoría de los observadores políticos británicos cree imposible que los laboristas consigan una mayoría parlamentaria con Corbyn al frente. Inelegible es la palabra más usada por sus detractores dentro y fuera del Partido, incluyendo los ex primeros ministros Neil Kinnock, Tony Blair y Gordon Brown, todos ellos laboristas. Corbyn, de 66 años, se presenta como la antítesis del hoy multimillonario Blair, que logró tres victorias electorales consecutivas tras dar un giro hacia el centro con su Nuevo Laborismo.

Miembro del Parlamento británico desde 1983 y declarado enemigo de la austeridad, Corbyn es pacifista, ecologista y defensor de los derechos de los palestinos. Su propósito es que el laborismo vuelva a sus esencias y revierta el desmantelamiento del sector público llevado a cabo por Margaret Thatcher en la década de los ochenta del siglo XX. Para ello propone aumentar el gasto público en educación, sanidad y vivienda, subir los impuestos a las rentas altas y a los grandes terratenientes y nacionalizar los ferrocarriles, otros servicios básicos y al menos parte de la banca rescatada con dinero del contribuyente tras el estallido de la crisis financiera en 2008.

Los sectores más conservadores de la sociedad británica y el ala centrista del Laborismo creen que la puesta en práctica de esas medidas sería una catástrofe para Reino Unido. Sin embargo, en un manifiesto de apoyo a las corbynomics, más más de 40 economistas recordaron la semana pasada que el fin de la austeridad ha recibido el visto bueno de una institución nada sospechosa de radical como el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Bernie Sanders es senador por el pequeño Estado de Vermont, cuyos ciudadanos le reeligieron para un segundo mandato con el 71% de los votos en las elecciones de 2012. Vermont es un territorio de fuerte arraigo progresista e igualitario, una especie de oasis en uno de los países más desiguales del mundo. Sin embargo, Sanders está logrando seguidores en Estados tremendamente conservadores como Texas, Luisiana o Arizona. La fuerza con que ha arrancado su candidatura ha sorprendido a casi todo el mundo en EEUU. El 9 de agosto, 28.000 personas asistieron a un mitin suyo en un recinto deportivo de Portland (Oregón), el acto más multitudinario celebrado hasta ahora en la precampaña electoral estadounidenses.

Defensor de la cobertura sanitaria gratuita para todos los ciudadanos y muy crítico con el establishment político-financiero de su país, Sanders ha elegido como pieza central de su discurso la redistribución de la renta para beneficiar a la clase media y a los estadounidenses de menos recursos. Su programa incluye, entre otras medidas, la subida del salario mínimo y el aumento de las becas universitarias.

El ascenso de Corbyn y Sanders, especialmente su popularidad entre los más jóvenes, recuerdan al protagonizado por movimientos como Podemos o Syriza. Como ha ocurrido en España y Grecia, los sectores conservadores los tachan de populistas y radicales, al tiempo que pronostican que serán flor de un día. Sus defensores, por el contrario, sostienen que ambos han contribuido a que muchos ciudadanos desencantados hayan recuperado el interés por la política y aseguran que sus ideas resultan atractivas a votantes de ideologías muy diversas.

Es poco probable que Jeremy Corbyn llegue a ser primer ministro británico y más difícil todavía que Bernie Sanders duerma algún día en la Casa Blanca. Puede incluso que ambos estén entonando el canto del cisne una supuesta vieja izquierda, pero es indudable que los asuntos que ambos han puesto sobre la mesa no van a desaparecer del debate público en esta primera mitad del siglo XXI. El aumento de las desigualdades es un legado de la crisis que los Gobiernos de los países occidentales, sin importar su color político, van a tener que abordar con determinación más pronto que tarde.