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El mundo rural también quiere sumarse a la revolución inteligente

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Andar arriba y abajo machacando lo menos posible el medio ambiente –la famosa movilidad sostenible- o tener garantizado el suministro eléctrico de proximidad no son objetivos que respondan solo a problemas de las ciudades, aunque sea en ellas donde abunden más ávidos consumidores. Las ciudades inteligentes, o smart cities, hace tiempo que están en la agenda, y más aún desde el estallido de la crisis, a remolque de la necesidad de vivir en un entorno más eficiente y limpio cabalgando a lomos de las posibilidades de la tecnología. Pero de cómo este viaje puede acabar transformando el entorno rural no se habla nada. Algo un poco absurdo, si consideramos que un 70% de nuestro pequeño mundo –en este caso, Cataluña;- es mundo rural.

Más ilógico es aún que tampoco se hable sobre cómo interactúan las urbes y el mundo rural, si se tiene en cuenta que las zonas rurales suelen ser generadoras de la energía. El modo en el que tratemos el territorio rural cuando captamos energía, cuando la transformamos y cuando la repartimos –mucha de esa energía la consumimos en la ciudad-, puede determinar si habrá o no disponibles recursos energéticos como el sol, el viento la biomasa o el potencial hidráulico. La construcción de un sistema energético de proximidad basado en fuentes renovables pasa por poner en valor este nexo urbano-rural, como parte de la transición energética en la que está inmerso medio mundo… menos España. Aquí hemos incurrido en un desaguisado mayúsculo con el recorte retroactivo de las primas, aunque sea para intentar paliar el desaguisado anterior, y con la penalización del autoconsumo. Expertos como el ingeniero industrial Robert Bermejo hace tiempo que vienen apostando por modelos energéticos descentralizados que contribuyan a una economía circular, la que produce sin desperdiciar materias primas, agua ni fuentes de energía y reduce el consumo-, pero lo cierto es que no asoma en el horizonte estrategia alguna que busque soluciones cercanas al ciudadano (y más baratas), gracias a la energía verde.

Placas solares en una casa rural de Huesca. FOTO: Pedro Antonio Salaverría Calahorra/123rf
Placas solares en una casa rural de Huesca.
FOTO: Pedro Antonio Salaverría Calahorra/123rf

Las tecnologías limpias, vale la pena recordarlo en plena lucha para animar la creación de empleo, son una fuente de desarrollo y puestos de trabajo, y de los que no se marchan fácilmente a otro lado por una cuestión de costes. Y generar locamente energía, lo mismo que tender redes de telecomunicaciones, son “factores clave” para conseguir ese desarrollo rural, comenta Pep Salas, que coordina el Comité Técnico del Rural Smart Grids, que celebró el 19 de noviembre su tercer congreso en Fira de Barcelona, en el marco del Smart City Expo & World Congress. Expertos internacionales en negocio sostenible James Goodman, director del Forum for the Future, y Pascal Hardy, miembro del Écologie Industrielle Conseil francés, y que participaron en el debate, abordaron las sinergias que pueden surgir entre una gestión inteligente en la urbe y en el ámbito rural, así como la viabilidad de modelos de negocio en renovables y smart grids (redes eléctricas y de telecos inteligentes). En Europa, la Plataforma Tecnológica para las Redes de Electricidad del Futuro (ETP Smart Grids) ve en las redes inteligentes una herramienta –disfrazada de infraestructura- para crear riqueza, y que ha de posibilitar que dentro de seis años, en 2020, haya un 35% de la energía distribuida sea de generación renovable, así como la descarbonización total de la energía cuando alcancemos la mitad del siglo un 35% de la generación de energía.

Impulsar las redes eléctricas inteligentes facilita la construcción de una relación equilibrada entre ciudad y campo. Cualquier infraestructura –no sólo energética, sino también de transportes, o de residuos, tráfico o salud- y también las personas avanzamos hacia ese universo aún en pañales que es el Internet de las cosas, donde todo es susceptible de permanecer conectado mediante sensores, se supone que para mejorar nuestro bienestar. La tecnología aspira a ayudar a lograr esa mejora, y las empresas empiezan ya a evaluar cómo pueden adaptar la tecnología en cada ámbito. No sólo por altruismo social, sino porque ven una ocasión aprovechable para innovar y crecer. Porque la capacidad de acceso, la de moverse o la de conectarse es evidente que no requieren iniciativas similares, ni la misma lógica, cuando se está ante una densidad de población distinta, bajo condiciones climatológicas particulares, y ya no digamos con características orográficas diferentes.