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Hay alternativas…también en los macrofestivales

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Cuando desde las múltiples resistencias que combaten el relato oficial de la crisis se subraya que “hay alternativas” suelen esgrimirse exhaustivos informes cargados de datos y razones sobre la educación, las pensiones, el Estado del bienestar, el empleo, la alimentación y tantos otros ámbitos importantísimos.

Pero la efervescencia práctica del “Otro mundo esposible”, acuñado en Porto Alegre hace más de una década, se ha extendido también en ámbitos aparentemente más triviales pero con un gran potencial de conexión con los jóvenes: los macrofestivales.

El Festival Esperanzah, celebrado en El Prat (Barcelona) este fin de semana inspirado en una experiencia belga, es quizá el ejemplo más paradigmático de ello.

No sólo porque los organizadores –la dinámica asociación GATS- lo impulsaron como un ingrediente más de regeneración del barrio de Sant Cosme, uno de los más estigmatizados de Cataluña pese a los enormes avances que ha ido consolidando en los últimos años.

Ni por el hecho de que el programa aunaba los conciertos en directo de grupos de primer nivel –Gatillazo, La Troba Kung Fu, Amparo Sánchez, etc- con las charlas y debates, en el marco de la cual se presentó Alternativas Económicas.
Ni siquiera porque tiene un enfoque ecológico integral, con vasos reutilizables, transporte público y cálculo de emisiones de CO2 que luego serán compensadas con árboles que se van a plantar en Perú.

Ni por ser gratuito.

Todas estas son características infrecuentes, pero no necesariamente únicas. Pero la quinta edición del Festival Esperanzah ha incluido dos novedades que suponen un salto considerable a la hora de considerar que realmente “otro Festival es posible” según esquemas más propios de la economía social: el método de pago a los artistas y la fórmula de avales.

Los músicos tocan por una tarifa solidaria, muy inferior a su caché. Pero si el festival evita los números rojos, el reparto del excedente también incluye a los artistas.

“Los artistas entran en la dinámica de la economía social: los riesgos se comparten y los excedentes se socializan”, explica Óscar Rando, alma mater del festival.

Cada uno de los tres días que dura el Festival cuesta alrededor de 11.000 euros. Y todos los ingresos que se generen por encima de esta cantidad se reparten de la siguiente forma: el 50% para los artistas y el resto para complementar el “salario social” de los trabajadores (organización,web, diseño, técnicos…). El 5% iría para la “caja de resistencia” ante futuras ediciones.

El festival es gratuito y los ingresos proceden de una subvención simbólica, de las cuotas, también simbólicas, que aportarán las tiendas –en buena medida, vinculadas a la economía social- y, sobre todo, de los ingresos que generen los bares, en manos de la organización. Alrededor de 10.000 personas han pasado este año por el festival.

La segunda gran novedad es la fórmula de avales: se ha organizado completamente al margen de la banca convencional.

Coop57, pujante cooperativa de servicios financieros para la economía social, ha aportado un crédito de 15.000 euros y los avales se han mancomunado, según el esquema clásico de Coop57.

Los avales mancomunados distribuyen cantidades a avalar entre mucha gente que quiere comprometerse, de forma que nadie se arruina incluso en el improbable caso de que salga todo mal y el crédito no pueda devolverse. El sistema no sólo disminuye el riesgo del avalista: también el de Coop57, que tiene unos porcentajes de mora muy inferiores a la banca tradicional porque raramente pierde el dinero prestado.

Para participar del aval mancomunado de Esperanzah había que comprometerse a avalar en cantidades que podían oscilar entre los 60 y los 3.000 euros. Obviamente, los avalistas sólo tienen que desembolsar la cantidad comprometida en el caso de que los organizadores no puedan devolver el crédito concedido por Coop57. Y se encontraron muy rápidamente: bastaron 100 personas,con un aval medio de 150 euros.

A veces, las alternativas son incluso asequibles.