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Japón: los mercados o la vida

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PERE RUSIÑOL, REDACCIÓN

Cada vez que cierran las urnas, los gobernantes respiran: suelen tener al menos cuatro años de margen antes de volver afrontar el examen ciudadano. Ya pueden dedicar todas sus energías a la reválida diaria de los mercados.

No es necesariamente por vicio: la crisis financiera ha agravado mucho la dependencia de los gobiernos hacia los mercados. Y salvo que se decidan por una improbable revolución fiscal, cuyas posibilidades son inciertas en el marco de la libre circulación de capitales, no les queda otra que financiarse en los mercados para ir tapando agujeros.

Su dependencia es tal que acaban confundiendo los intereses de los mercados con el interés general. El buen rollito con los mercados sería algo así como el pre-requisito para cualquier política posterior. De lo contrario, no hay fondos; ergo, no hay política. 

Este es el marco en el que juegan casi todos los gobiernos, dándolo por bueno y empleándose a fondo para seducir a los mercados como si fueran los ciudadanos. Al fin y al cabo, si los mercados van bien, los ciudadanos también ganan. ¿O no?

En Japón, el nuevo Gobierno de Shinzo Abe está encantado con su arranque: los mercados están excitadísimos, protagonistas de un rally alcista no visto desde 1959.

Todo comenzó a mediados de noviembre, con la convocatoria electoral que ya entonces estaba claro que iba a encumbrar a Abe como primer ministro. 

Abe llevaba en el programa un plan de estímulo para la economía. Y muchas otras cosas.

Por ejemplo, un programa ultranacionalista y militarista que afecta desde la educación hasta la política exterior. El Gobierno que formó es todavía más ultra del que auguraban los analistas, con amplísima mayoría de ministros que homenajean a figuras del fascismo patrio que condujo a la catástrofe y que quieren revisar la historia y hasta los tratados surgidos de la II Guerra Mundial. “Describir al Gobierno como conservador no sirve para definir su carácter auténtico. Es un Gabinete de nacionalistas radicales”, concluyó The Economist, la biblia liberal.

Y el renacer nuclear: aún no se han cumplido dos años del tsunami que dejó Japón al borde del desastre nuclear, pero el nuevo Ejecutivo ya quiere pasar página y redoblar la apuesta por esta energía como si nada hubiera sucedido. 

Y los ajustes más descarnados. El ministro de Finanzas, Taro Aso, ha explicado sin rodeos que las bases de la Abenomics van mucho más allá de los estímulos. En una reunión reciente con expertos sanitarios, el ministro subrayó que su gran prioridad es reducir el déficit y, puesto que la alta esperanza de vida de los japoneses le supone un obstáculo para ello, hizo un llamamiento al harakiri: el sistema médico debe cambiar, dijo, de manera que “se mueran pronto” muchos de los pacientes terminales que ahora utilizan “el dinero del Gobierno” para sus caros tratamientos.

Los mercados van encadenando alegrías y desde mediados de noviembre la bolsa ha subido nada menos que el 32%. En el mismo periodo, la media mundial ha sido del 12%. Y el S&P 500 –una de las referencias en EEUU--, del 11%.

El índice Nikkei logró encadenar 12 semanas consecutivas al alza, un fenómeno nunca visto en 54 años.

El Gobierno está contento; los mercados, aún más.

¿Alguien en su sano juicio podría negar la evidencia de que Japón va bien?