Cuando los chinos llegaron a Italia a decir lo que no está bien
Desde Italia
“Demasiada gente por las calles”. Esta fue la primera impresión que se llevaron los médicos chinos que hace una semana llegaron directamente desde el epicentro de la pandemia del coronavirus para ayudar al pueblo italiano. A pesar de las restricciones cada vez más duras y del decreto #IoRestoaCasa, que establece que los ciudadanos salgan solo para ir a comprar comida o para trabajar, una gran parte de la sociedad italiana parece todavía no entender el problema.
Cartel dibujado por una niña como parte de la iniciativa para decorar las terrazas de las casas italianas. FOTO: ELONA BACE
Lo demuestran los datos. Los contagios no dejan de aumentar. Ayer mismo el diario La Stampa publicó que los casos en la zona de Turín se han triplicado en tan sólo tres días. Se ha pasado de 305 positivos a 904. Y la situación, incluso en las pequeñas localidades, es muy parecida.
Los habitantes del municipio de Medicina, situado a 23 kilómetros de Bolonia, han sido confinados tras darse 54 casos y 8 muertes. Sólo los empleados de servicios públicos o empresas privadas de servicios esenciales podrán salir o entrar en la localidad. Y no es la única población que quisiera adoptar esta medida.
Porque he aquí la trampa ‘a la italiana’. El decreto #IoRestoACasa (yo me quedo en casa) establece que se salga de casa sólo cuando sea imprescindible o para ir a trabajar. Pero ¿cuáles son los servicios que se consideran esenciales y cuáles no?
Muchas personas siguen trabajando lejos de sus hogares, incluso en lugares donde el teletrabajo podría haberse puesto en marcha. Y para las tareas que no pueden realizarse a distancia, la pregunta es si son realmente necesarias en un momento en el que la prioridad es evitar los contagios.
Ayer hablaba con una amiga que trabaja en una importante fábrica de motores para campanas de cocina. E.G. (que no quiere dar su nombre por miedo a perder el empleo) asegura que va todos los días a trabajar con mucho miedo. "En la cadena no tenemos ni mascarillas. Trabajamos igual que antes, como si no pasara nada. Y mientras tanto, yo hace un mes exacto que no puedo ver a mis padres porque, aunque me quisiese saltar las reglas del gobierno —que es lo que hacen muchos—, en estos momentos soy la principal fuente de contagio para mi familia. Y tengo dos niñas en casa que me esperan todos los días y que mientras mi marido y yo trabajamos están encerradas con mi suegra. ¿Hasta dónde tenemos que llegar para que decidan cerrar las fábricas?"
Mi amiga E.G. hace la misma reivindicación que muchos otros italianos. El alcalde de la ciudad donde vivimos, en la región de Las Marcas, publica en su página web que no puede cerrar las fábricas o las tiendas porque no puede tomar más medidas que las indicadas en el decreto del gobierno. Una respuesta que podría ser lógica si no fuese porque los dos primeros contagiados en la zona trabajaban en grandes empresas en contacto directo con decenas de personas cada día.
E.G. solo va del trabajo a casa, como muchos, pero no todos los italianos siguen los consejos del presidente Conte o del alcalde de la ciudad. Desde mi ventana veo gente que sigue paseando, corriendo o sacando a los niños como si nada. Ya no van a los parques, porque eso sí que se ha prohibido (ayer finalmente el alcalde decidió cerrar también la pista para las bicicletas), pero la reclusión total no está hecha para ellos, a pesar de las advertencias sobre las consecuencias.
Los colegios están cerrados al menos hasta el 3 de abril, fecha que muchos esperan con impaciencia. Pero la realidad es que, vistos los nuevos contagios, no pinta nada bien. En la pequeña ciudad donde vivo, en medio de Las Marcas, 8 nuevas pruebas resultaron ayer positivas. El alcalde ha mandado un mensaje rotundo: ninguna salida si no es por motivos justificados o pasará a imponer multas, que parece que es lo único que muchos aquí entienden. Si se les toca el bolsillo y finalmente deciden quedarse en casa quizás pueda pararse, aunque sea poco a poco, a este nuevo enemigo, el coronavirus.