El buen uso de las mascarillas y otras precauciones
La Organización Mundial de la Salud no considera necesaria la utilización de mascarillas quirúrgicas por personas sanas, dada su escasez, pero el uso de modelos más sencillos no está desaconsejado porque suponen una barrera inicial contra el virus.
Entre la protección personal eficaz y la sobreactuación casi paranoica hay bastantes grados intermedios. El uso particular de mascarillas se presta a todo tipo de conjeturas, ante las que convendría aplicar el sentido común, seguido de la reflexión. Sentido común para deducir que una mascarilla, por endeble que sea, si está confeccionada con algodón de dos caras, siempre será una protección más eficaz que ir a la compra, o por la calle, con la cara al aire.
Aunque sea pequeña, esa barrera de algodón es susceptible de frenar las gotitas de saliva que eventualmente lance al ambiente, si no lleva mascarilla, la cajera del supermercado al que hemos ido en busca de comida. Al llegar a casa de vuelta, esa mascarilla debe ir a la lavadora o a la basura. Si en lugar de esas gotitas imperceptibles, lo que deambula por el aire del supermercado es una agrupación de virus SARS CoV-2, esparcida por la tos del comprador que nos precede en la distanciada cola —es de suponer que esa persona no es consciente de su infección— la mascarilla casera o no quirúrgica nos protegerá muy poco. En caso de estar cerca de quien tose por cualquier causa, lo adecuado es establecer una inmediata distancia de hasta tres metros o salir de allí.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) no ha entrado en la disquisición de si cada individuo debe recurrir al sentido común. Sus indicaciones, al igual que las de los centros de control de enfermedades (CDC en sus siglas en inglés) de Europa y EEUU, se ajustan al consejo puramente médico y, en consecuencia, no recomiendan utilizar mascarillas quirúrgicas —con porosidad adecuada para impedir que el virus se filtre, y con garantía de calidad— a personas sanas, excepto si se trata de cuidadores de enfermos diagnosticados o de colectivos de riesgo.
Los CDC han puntualizado que no existe evidencia científica sobre la auténtica eficacia de las mascarillas para evitar un contagio del virus, e incluso han alertado de la relajación personal a que puede conducir el hecho de llevar mascarilla, si nos convencemos de estar bajo una seguridad total que no existe. La OMS aconseja disponer de una mascarilla adecuada, sin embargo, si por cualquier causa hemos de acudir a un centro sanitario. Estas recomendaciones serían distintas, admiten esos organismos, si el mundo dispusiera en estos momentos de abundante y suficiente disponibilidad y distribución de mascarillas quirúrgicas. Pero no es el caso.
El epidemiólogo suizo Antoine Flahault, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de Ginebra, se muestra rotundamente a favor del uso de mascarillas ante la fase de la pandemia en la que estamos entrando: “Nada de discursos tranquilizadores sobre el uso de mascarilla. Es urgente utilizarlas para ayudar a reducir la probabilidad de transmisión del virus por todos los medios”.
Como advertencia protectora adicional, conviene recordar lo que hasta ahora se sabe sobre la supervivencia del SARS CoV-2 en diferentes superficies. Se trata de observaciones obtenidas con anteriores coronavirus, a las que la revista científica New England Journal of Medicine ha añadido un recientísimo estudio específico sobre el actual virus pandémico. Estas alertas indican que los causantes de la Covid-19 permanecen en el aire hasta tres horas, aunque la vida media de la infectividad del virus es, en ese caso, de una hora. En el plástico y el acero inoxidable el virus persiste tres días, aunque su efectividad no se prolonga más de siete horas. En las monedas de cobre se pueden encontrar virus hasta cuatro horas después de haber entrado en contacto, si bien su potencia dañina perdura una hora. Todas estas superficies quedan libres de Covid-19 si se las frota con un paño mojado en agua y lejía, o con cualquier otro desinfectante.
La Generalitat catalana, a su vez, ha extremado en los últimos días las sugerencias de protección para quienes permanecen en sus domicilios, conviviendo o no con un enfermo o una persona de riesgo, entre las que incluye a los mayores de 65 años. Advierte que el máximo riesgo surge del acto de ir a la compra, por lo que aconseja seguir unas pautas muy rigurosas. Sugiere que, al volver a casa, se depositen las llaves y el monedero en una caja que no se volverá a tocar hasta que se salga de nuevo. También que los zapatos queden apartados y que la ropa usada para la salida se guarde en una bolsa de plástico. Otras fuentes proponen colgar esa ropa al aire libre durante cuatro horas.
También propone la Generalitat limpiar gafas y móviles si salieron a la calle y, finalmente, que quien vaya a la compra se duche siempre al regresar. Todo esto debe cumplirse con absoluto rigor si se convive con un enfermo de Covid-19. De no ser así, lo conveniente es cumplir lo indicado, pero sin obsesionarnos con la idea de que estamos siendo perseguidos por un malvado invisible ante el que tenemos la guerra perdida. Si no pensamos en ello, todo irá mejor.
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