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En manos de un mamarracho

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Fotografía
Gage Skidmore

Origen
Flickr

Donald Trump se está superando a sí mismo en esta crisis sanitaria provocada por la pandemia. La sugerencia de que se ensaye la posibilidad de aniquilar el coronavirus inyectando lejía en los pulmones ha rebasado ya cualquier límite. Contrastan con este estilo estrafalario e irresponsable las intervenciones de Angela Merkel, una política con formación científica que trata de explicar de la manera más didáctica posible lo que está pasando y lo que nos espera.

El término mamarracho utilizado en el titular procede del árabe muharrig (bufón) y, según la Real Academia, es una palabra que se utiliza de manera coloquial para describir a una “persona estrafalaria o ridícula”. El diccionario precisa que se puede usar como insulto, pero en este caso la utilizo de forma respetuosa en términos estrictamente descriptivos y, eso sí, desde la profunda indignación que produce que el cargo institucional más importante y poderoso de nuestra área cultural diga tonterías que ponen en peligro la vida de personas durante la peor crisis sanitaria que ha padecido la humanidad en un siglo.

En la rueda de prensa que se celebró el jueves en la Casa Blanca, William Bryan, un cargo del Departamento de Seguridad Interior, detalló la susceptibilidad del virus a la lejía y el alcohol isopropílico en un contexto de higiene de objetos. De repente, Donald Trump se abalanzó sobre el micro: “un minuto”. Y se interrogó: ¿No hay una manera en que podamos hacer algo así, mediante una inyección en el interior o casi una limpieza? Porque, ya ven, se mete en los pulmones, en tremendas cantidades en los pulmones. Así que sería interesante comprobarlo”.

No satisfecho con sugerir que se investigara si una inyección de lejía mata los virus que invaden los pulmones y al hilo de la exposición de Bryan, que había expuesto también los efectos del calor y los rayos ultravioleta sobre el virus, Trump propuso igualmente que se investigara “meter luz en el cuerpo, a través de la piel o de alguna otra manera” y le preguntó a la doctora Deborah Birx, la coordinadora de la respuesta de la Casa Blanca a la pandemia: “¿Has oído que se use luz y calor para curar?”. Visiblemente incómoda rspondió: “No como tratamiento”. Y cuando empezaba a esbozar una explicación fue cortada por el presidente.

Aunque cualquier niño de seis u ocho años sabe que no se puede beber la lejía porque el que lo hace se muere (y con él, eso sí, todos los virus que lleve dentro), innumerables médicos no tuvieron más remedio que aparecer en los medios de comunicación para alertar a los ciudadanos de lo peligroso que es ingerir desinfectantes, al igual que los fabricantes de esos productos, obligados por las autoriddes a alertar en los envases de su peligrosidad. El viernes Trump dijo que todo eso que había dicho el día anterior era una “broma” que había gastado a los periodistas.

Esta no ha sido la primera vez que el presidente ha provocado la movilización de los médicos por sus propuestas terapéuticas. Ya habían tenido que hacerlo cuando defendió con ardor el tratamiento con hidroxicloroquina o cloroquina, dos fármacos utilizados contra la malaria. Incialmente los científicos hicieron hincapié en que esas sustancias se estaban ensayando en enfermos y era imprudente aconsejar su uso, pero el viernes la FDA (la agencia estadounidense del medicamento) ya alertó de que se ha comprobado un impacto negativo en el ritmo cardiaco de enfermos de covid-19, en algunos casos con resultado de muerte.

Estas actuaciones estrafalarias y ridículas contrastan con la manera de afrontar la crisis sanitaria que ha tenido la canciller alemana Angela Merkel. Pese a pertenecer ambos a formaciones conservadoras y dirigir estados importantes del mismo ámbito cultural, han actuado de manera radicalmente distinta.

El momento estelar de Merkel, uno de los pocos jefes de gobierno con formación científica, fue quizá la intervención en que anunció el miércoles de la semana pasada la puesta en marcha de un calendario de desescalada del confinamiento. “Hemos hecho modelos y ahora el número de reproduccón del virus está en torno a 1, es decir, una persona infecta a otra persona”. Pero, prosiguió, “si una persona infectara a 1,1, en octubre alcanzaríamos el tope de capacidad de nuestro sistema sanitario en cuanto a número de camas en las unidades de cuidados intensivos”. 

A continuación explicó que “si llegamos a 1,2 personas, es decir, cada una está infectando a un 20% más; o sea, de cada cinco personas una infecta a dos y cuatro infectan a una, entonces alcanzaremos el límite de nuestro sistema de salud en julio. Y si subimos a 1,3 personas, entonces lo alcanzaremos en junio”. Todo eso para dejar claro que el país emprende el camino hacia la normalidad pero que, “como se ve, el margen de maniobra con el que trabajamos es pequeño”.

Trump y Merkel también han adoptado posiciones diametralmente opuestas ante la Organización Mundial de la Salud. El dirigente norteamericano ha explotado a fondo los fallos cometidos por la OMS y acabó congelando el pasado día 14 la entrega de fondos a la organización. Es una decisión grave porque EEUU aporta el 14,6% del presupuesto, bastante por delante del segundo contribuyente, la Fundación Bill y Melinda Gates, con el 9,7%. El fundador de Microsoft reaccionó así: “Detener la financiación de la OMS durante una crisis mundial es tan peligroso como parece”. En esa línea se manifestó Merkel ante el Bundestag el jueves pasado al considerar que la OMS es “un socio indispensable”. La cooperación internacional contra el virus, agregó, “es extremadamente importante” y “la ciencia nunca es nacional, la ciencia sirve a la humanidad”.

Para contextualizar la situación, un dato: según las cifras oficiales, EEUU tuvo 58.159 bajas mortales en la guerra de Vietnam, un número que será superado mañana o pasado por las víctimas del coronavirus.