Frente a un virus global la lucha ha de ser global
Afirmar que el causante de la covid-19 es un virus global es enunciar un hecho. La enorme popularidad del fútbol también lo es, sin duda, ya que puede estar alcanzando a 4.000 millones de personas. Si consideramos el planeta como el terreno de juego donde el equipo del coronavirus está jugando su partido, vemos que no hay nada de particular en que pueda moverse por todo el campo. Eso es lo que hacen los jugadores de un equipo de fútbol, con la conocida excepción del portero.
Si podemos seguir imaginando, y le ruego al lector que lo haga, el mundo como un inmenso campo de fútbol, tras observar la movilidad del virus, ahora nos falta ver cómo se mueven los jugadores rivales. Son los del equipo de la Humanidad. Está claro, no tardamos nada en percibir que se limitan a recorrer una zona muy concreta del campo: la suya. Aunque están repartidos por todo el terreno de juego y se esfuerzan por jugar la pelota y lanzarla hacia sus compañeros, no salen nunca de su propio territorio.
Llegamos a la tan increíble pero cierta conclusión de que el equipo de la Humanidad, pretende ganar el partido contra un equipo global, como es el covid-19, haciendo que sus jugadores se comporten exactamente como lo hacen los de ¡un futbolín! No se tiene noticia de que un equipo así, por más pertrechado y sofisticado que se haya conseguido reunir, haya ganado nunca ningún partido ante otro dotado de plena movilidad. El resultado de los partidos siempre será el mismo. El futbolín pierde por una apabullante goleada. Si la Humanidad sigue haciendo jugar así a su equipo y pretende ganar algún encuentro, no se trata de entrenar mejor a sus jugadores, de que estén mejor comunicados o coordinados. Se trata de algo absolutamente obvio: deben poder moverse por todo el campo tal y como lo hacen sus rivales.
El partido contra el virus de la covid-19 se ha perdido. Las muertes y el hundimiento económico lo atestiguan. Solo queda limitar los daños y después, con suerte, reparar. Al mismo tiempo se anuncian nuevos enfrentamientos en las grandes ligas que la Humanidad está llamada a jugar. El cambio climático, tan global como la pandemia, ya ha lanzado el reto. La primera respuesta ha sido la misma que con la covid-19: decirles a los jugadores del futbolín que se esfuercen más, que se entrenen mejor, que colaboren más estrechamente, si les es posible.
Una parte cada vez mayor de la afición se desespera ¿Cómo no se da cuenta la directiva de cuál es el problema real? Toda ella se esfuerza por vitorear a sus jugadores. Sin duda son mucho mejores que sus oponentes. ¿Pero hasta cuándo tendrán que disputar los partidos sin que la Humanidad pueda moverse realmente por todo el campo, imponiendo su autoridad, como hacen sus rivales?.
La idea de que cada jugador tuviera su propio territorio, y su propio entrenador, fue buena mientras en el partido solo se planteaban problemas que cada jugador podía resolver desde su propia zona, o junto a alguna vecina. Seguirá siendo así en innumerables ocasiones. Pero no siempre. El fútbol ha evolucionado mucho. La nueva movilidad de los rivales, su capacidad para actuar en todo el campo, resulta decisiva. La Humanidad debe hacerlo también. La posición del jugador es solo una referencia pero el partido ahora es global, por más que la directiva se niegue a escuchar, rechazando lo evidente.
¿Alguien se atreve a explicar a los niños y niñas que inundan habitualmente miles de campos de fútbol en todo el mundo, que es mucho mejor jugar con 11 entrenadores y 11 tácticas que con solo una? ¿Qué es mejor, que se queden clavados en su propia zona del terreno, que no que puedan correr para apoyar a quien lo necesite? ¿Quién se atreve, entonces, a decirle a la Humanidad que no es necesario que se dote de organismos globales con capacidad y autoridad real para actuar? ¿Quién se atreve a seguir sosteniendo que cuando el partido se juega en el planeta entero, la respuesta debe ser local, bajo la exclusiva soberanía de cada jugador?
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