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Trampa de liquidez

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Junio 2013 / 4

Lo mejor de la “trampa de liquidez” es el nombre. Parece el título de una aventura del Capitán Trueno. “Trampa de liquidez”: sugerente, ¿no? Y da una idea gráfica del asunto. ¿Se imagina un inmenso pantano de dinero? Imagine ahora que todo ese dinero remansado se pudre y no sirve para nada. Pues eso. Esa es la trampa.

El concepto, como muchos otros, lo ideó John Maynard Keynes, un economista que se equivocaba muchísimo, pero menos que los demás.

A ver si podemos explicarlo. Hay que empezar por el monetarismo, pero que nadie se asuste porque es fácil. De forma resumida, se trata de la idea según la cual cuando una economía se recalienta, es decir, crece de forma demasiado rápida y desordenada con alzas generalizadas de precios, conviene subir los tipos de interés: como el dinero es más caro se piden menos créditos, circula menos dinero, los precios se estabilizan y baja la fiebre. Lo mismo al contrario. Si no hay crecimiento, los bancos centrales suelen bajar los tipos de interés para que las empresas se financien de forma barata y produzcan más, y los consumidores se animen a gastar.

Bueno, pues eso no funciona así en determinadas situaciones límite. Como las leyes convencionales de la física con los agujeros negros, las leyes de la economía dejan de servir cuando se llega a una coyuntura paradójica como la que sufrimos ahora.

¿Qué ocurre en la Unión Europea? Que no hay crecimiento. ¿Qué ha hecho el Banco Central Europeo? Bajar los tipos de interés, que están a día de hoy al 0,5%. ¿Se ha notado algo? No, y esa es la trampa.

Con el dinero tan barato, casi gratis, los bancos se pasan la vida en la ventanilla del BCE en Frankfurt. Piden dinero en cantidades industriales. ¿Lo prestan a la gente? No, señor. Lo guardan en la caja fuerte para que su balance parezca más saneado de lo que es o compran deuda del Estado. En la última subasta de deuda, el Tesoro español ha colocado los bonos a tres años al 2,4%, y los bonos a cinco años al 4,5%. Los bancos toman dinero al 0,5% en Frankfurt y lo prestan al 4,5% en Madrid. Negocio redondo. ¿Por qué no lo prestan a las empresas y a los ciudadanos? Por dos razones. Una, no se fían: con una economía paralizada, todos somos morosos en potencia. Dos, no les interesa: les compensa guardar el dinero barato (o depositarlo en activos liquidables como la deuda) a la espera de que la economía se reactive, suban los tipos de interés y pueda dar créditos con mayor margen de beneficio y con más garantías de devolución. Hay una tercera razón: mientras la economía siga cayendo habrá nuevos impagos por quiebra y los bancos seguirán llenos de agujeros, y el dinerito gratis del BCE les va muy bien para taparlos, al menos en la contabilidad.

En resumen, en la Unión Europea (y en Japón desde hace bastantes años) existen océanos de dinero que no vemos porque se ocultan en un circuito cerrado: del banco emisor (el que fabrica la pasta, imprimiendo billetes o concediendo créditos) a los bancos comerciales y de ahí al Estado, que lo usa para pagar sueldos, prestaciones sociales y, sobre todo, intereses de su deuda creciente.

Las leyes de la economía dejan de servir ante una coyuntura paradójica

Existen océanos de dinero que no vemos porque se ocultan en un circuito cerrado

¿Qué hacer? La izquierda tiende a pensar que el único capaz de aprovechar los océanos de dinero es el Estado: además de financiar sus necesidades, podría invertir en grandes obras públicas que emplearían a miles de parados. Esos nuevos trabajadores gastarían su sueldo y pagarían impuestos, lo que reactivaría la economía y reduciría las penurias estatales. Todo ello es cierto, pero a la vez aumentaría la deuda pública, agravaría el riesgo de que el Estado no pudiera devolver el dinero y subiría la prima de riesgo; esto es, el porcentaje extra que pide el inversor para superar su desconfianza.

La derecha prefiere pensar que el problema son las deudas. Con la deuda pública y privada en niveles demasiado altos, la economía se bloquea porque nadie se fía de la solvencia ajena. Los economistas conservadores opinan, por tanto, que lo mejor es sufrir, recortar gastos e ir reduciendo deudas. Eso es lo que llevan haciendo en Japón durante más de una década. La deuda privada está en el mínimo, pero la economía no crece, y como no crece, nadie invierte en Japón: la gran banca japonesa compra deuda pública europea.

En Japón han inventado algo curioso contra la “trampa de liquidez”: fabricar aún más dinero, para que sea tan barato y abundante que la gente se vea empujada a gastar (aunque sea por no aburrirse) y suban los precios. La inflación se come el dinero (con el mismo billete se compran cada vez menos cosas), pero también las deudas: ¿recuerda cuando un buen piso costaba 12 millones de pesetas, o sea 72.000 euros? Eso era un dineral en 1985, pero no ahora. Los japoneses quieren utilizar la inflación para que el tiempo reduzca su deuda pública. Veremos qué tal les sale.

Mientras tanto, nosotros seguimos hasta el cuello en la trampa de la liquidez.